Consuelo Porras es incompatible con la democracia

El Estado moderno es como un pacto entre miembros de la sociedad. Funciona cuando hay bienes públicos que, al considerarse de todos, no sirven solo el interés privado. El reto es que, a la vez, el gobierno legítimo debe monopolizar su control a través del aparato público, para servir al conjunto de la sociedad. Ambas condiciones —bienes públicos y gobierno monopolista legítimo— sostienen el acuerdo del Estado moderno. 

Es un pacto paradójico: las élites deben ceder poder sobre el Estado para ganar sosteniblemente los privilegios que él les garantiza. Y para ganar legitimidad el Estado no debe servir solo a las élites. Explica García Linera1 que es ese peculiar balance el que permite que el poder público no devenga en caos y tampoco en dictadura.

Sin embargo, en Guatemala tenemos casi 4 décadas de abusar del equilibrio, colocando más y más piezas de un lado de la balanza, quitando más y más del otro, hasta que al fin la estructura amenaza con caer con gran estrépito. Por un lado las élites nacionales ambicionaron apropiarse, no solo de los bienes, sino de todo lo que pudiéramos tener en común2. Y para conseguirlo dieron paso a un poder público cada vez menos legítimo, menos capaz y menos interesado en satisfacer al resto de la sociedad.

Los barruntos de la crisis —hoy podemos reconocerlos así— llegaron en 2015. La población se hartó de ver a Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti en el ápice de una pirámide ladrona e ilegítima. Su renuncia dio un respiro. Pero la élite y sus socios corruptos, en vez de ceder control e incrementar la legitimidad para recuperar el equilibrio, emprendieron un proyecto diametralmente opuesto.

La exitosa traición de Jimmy Morales, paradigma de clasemediero vende patria, les hizo creer que la lección era no ceder nunca, ni por el lado del latrocinio privatizador, ni por el del gobierno ilegítimo. Y profundizaron el modelo bajo Alejandro Giammattei.

Pero hoy hasta el más ingenuo reconoce que eso solo agravó el desbalance. Por un lado está la élite económica: al no conceder ni querer admitir sinceramente la victoria de Arévalo y Movimiento Semilla se le hace imposible ocultar su mezquindad antidemocrática. 

Y por el otro lado está el monstruo de Frankenstein, que se le ha salido de las manos a su amo. Morales fue un traidor obediente, pero la tanda representada por Consuelo Porras ya no escucha ni da razones. Carece de interés por satisfacer a la población e incluso la irrita activamente.

En 2015 la población protestó en general contra Baldetti y Pérez Molina, por su inclinación ladrona. Pero hoy que escribo hay al menos 119,195 personas que de forma particular impugnan a Consuelo Porras, por la malicia e incompetencia con que desempeña su cargo. Son más votos, en contra, de los que sacaron, a favor, 12 de los 22 candidatos presidenciales de la primera vuelta. Dolerá, pero se lo buscó.

Y así llegamos a la necesidad de resolver la crisis. Sorprendentemente, no todo es malo. Contrario a las elecciones de 2011, 2015 y 2019, hoy Arévalo y Semilla encarnan el potencial de un gobierno profundamente legítimo. Tras 8 años de descalabro, es una oportunidad inmejorable para construir un nuevo pacto de Estado, tan estable como beneficioso, sobre todo para la élite. 

La clave de aprovechar esa oportunidad es ceder. Cuesta que la élite lo entienda, más aún que lo admita. Pero las apuestas suben al compás de la impaciencia en la calle, aunque la module la serena persistencia de Bernardo Arévalo y se le adelante el trabajo discreto de los diplomáticos.

La «suspensión de la suspensión» de Semilla por el TSE, aunque los abogados en el sistema político insistan en ofuscar, es una buena señal, pues insinúa que la marea podría estar cambiando. Y la reversión de las ilegalidades cometidas por la Junta Directiva del Congreso al desconocer a la bancada de Semilla ayuda a confirmar.

Sin embargo, la más clara señal de que Guatemala se aleja del borde del precipicio será que Consuelo Porras abandone el cargo. Ella y sus adláteres operan como un foco irritante que continuamente irradia una inestabilidad que se riega por todo el sistema institucional, político y judicial, y que llega hasta la sociedad en su conjunto. Su salida no significará que se inaugura una nueva Guatemala, pero sí indicará que suficiente gente en la élite, aunque no abandone una versión rapaz del capitalismo, al menos ha decidido volver a echar sus suertes con la democracia.

Ilustración: No lo hagas (2023, con elementos de Adobe Firefly)

Original en Plaza Pública


Notas

  1. Ver: Álvaro García Linera, “Estado, democracia y socialismo: una lectura a partir de Poulantzas”, en Sanmartino, Jorge Orovitz. (2021). La teoría del Estado después de Poulantzas: Ensayos sobre el Estado y el poder. Prometeo Libros. ↩︎
  2. Incluyendo hasta los techos de los museos de arte. ↩︎
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