Como suele pasar en los procesos electorales en Guatemala, a estas alturas cuesta saber si el concurso es entre candidatos a la presidencia o entre encuestas.
Más allá de los números, algunos rasgos resumen el panorama. El primero es que, entre las candidaturas tradicionales (léase perpetuas), las punteras —Zury Ríos y Sandra Torres— no despegan. Menos aún lo hacen los demás eternos habitantes de la papeleta. El segundo es el ascenso acelerado de un seudo-outsider —Carlos Pineda—. Y el tercero, que la oposición, es decir las izquierdas de Semilla, Winaq, URNG y VOS, siguen ocupando espacios de nicho —como la capital para Semilla o el occidente para Winaq— que en el marco de las elecciones presidenciales dan posiciones bajas en el tablero de intención del voto.
Todo eso, sin considerar la mayor innovación reciente, reforzada con creces en este proceso electoral: la exclusión alevosa de algunas candidaturas. Hace 4 años esto se aplicó a Telma Aldana.1 En estas elecciones, con aún más descaro, se usó para dejar fuera la candidatura de Thelma Cabrera y Jordán Rodas, del MLP.
Con respecto a las últimas tres elecciones, esos rasgos significan una sola cosa: que no ha cambiado nada. Habrá aumentado la intensidad de los procesos, pero no su dirección. Pérez Molina, Morales y Giammattei fueron votados dentro de un sistema que favorece y financia solo a candidatos indiferenciados, que prometen cumplir como gerentes de la finca. Y, si creemos en las encuestas, vamos encaminados a más de lo mismo.2
Con respecto a las últimas tres elecciones, esos rasgos significan una sola cosa: que no ha cambiado nada.
Así entendemos el primer rasgo: que no importa si Zury o Sandra se desempeñan mal. No importa que las punteras sean mediocres y capturen poco del voto: el objetivo del candidato —por muy impopular o incompetente que sea— no es sino llegar a una de las dos primeras posiciones. Y el objetivo de sus patrocinadores —una componenda oportunista entre élite económica, políticos corruptos y militares violentos—, es que quienes estén en una de esas dos posiciones sean obedientes, comprables o, al menos, controlables.
El segundo rasgo —el ascenso de Pineda— también se explica allí. Una anécdota ilustra. Hace algún tiempo conversaba con una empresaria migrante en los EE. UU., provista de cierta holgura económica. Ella pedía un candidato que representara directamente los intereses migrantes. Se quejaba de haber sido defraudada por Pérez Molina, Morales y Giammattei, cuyas campañas sucesivamente había apoyado. Mi primera reacción (que me guardé), fue pensar que quizá el problema no era de candidatos, sino de su criterio para escoger a quién apoyar. Pero con más generosidad debo admitir: en toda su vida (rondará unos 40 años, así que vota desde el 2004) ella ha tenido muy poca oportunidad de ver estadistas decentes competir por la presidencia de Guatemala.
El tercer rasgo complementa lo anterior. Porque es fácil decir que sí hay oferta contrastante, que nomás hay que buscarla. Tácheme de mal perdedor, pues soy afiliado de Movimiento Semilla, pero me atrevo a decir que como alternativa Bernardo Arévalo deja muy mal parado a Pineda. Pero un partido liderado por clasemedieros y con un candidato clasemediero sin experiencia política carece de la plata cuestionable de Pineda, la maña de los eternos marrulleros y la exposición que da el beneplácito de los poderosos. El resultado es que el votante medio tiene poca oportunidad de comparar y se decanta por lo más visible. Y Pineda, como Morales, es una caricatura, el candidato chatarra fácil de digerir. Es el tío campechano y machista que en el almuerzo del domingo perora con autoridad desde la ignorancia. Quizá su éxito evidencia un problema de salud mental colectiva: querer que nos apuntalen la autoestima para enfrentar la incertidumbre.
Finalmente, el cuarto rasgo —la exclusión del MLP— es el contrapunto violento que hace creíble el sistema perverso. Porque no basta decir que nos engañan, o que la cultura hegemónica deforma la capacidad para escoger. Es que, cuando la cosa llega al límite, en efecto estamos ante una amenaza violenta. Contra el MLP fue la violencia de excluirlos de la papeleta electoral. Más allá están otras violencias: la proscripción general de la izquierda, la pobreza que excluye del desarrollo y, en última instancia, la muerte que excluye completamente.
La lección de fondo, aprendida en la piel de tantas y tantos, es que a quienes en Guatemala tienen poder —la élite económica, sus socios militares y sus colaboradores criminales— nunca les tiembla la mano para hacer violencia, si resulta ser la única forma de mantener el control. Es un persuasivo argumento para votar siempre por los mismos.
1 Sospecho que los casos de Roberto Arzú —excluido— y de Zury Ríos —incluida aunque una injusta pero real condición constitucional se lo prohíbe— son de otra índole que los de Aldana o Cabrera. Son ejercicios de negociación y disciplina entre élites.
2 Como acicate, aquí he dejado para la lectura una explicación más detallada de mi perspectiva sobre el sistema político electoral, basado en lo visto en los últimos 10 años. Viene de Ensayos desde un Estado perverso, disponible por pedido de Catafixia Editorial y en la librería Sophos y otras buenas librerías.
Ilustración: Atrapada (2023, generado por Dall-E)