La nueva derecha en Guatemala

El Tribunal Supremo Electoral oficializó al fin los resultados de las elecciones del 25 de junio, dando paso a la segunda vuelta electoral. Debió suceder hace ratos, pero más vale tarde que nunca. Y así confirmó que al balotaje pasó el Movimiento Semilla.

No tardó la persecución maliciosa de Consuelo Porras y Rafael Curruchiche, su ruin correveidile. Pero con la orden ilegal de un juez corrupto solo elevaron hasta la estratósfera la visibilidad de Bernardo Arévalo y Karin Herrera, los candidatos de Semilla. Lo que empezó como campaña política hoy es mucho más, pues como gente decente cristalizan el descontento de una sociedad harta de un sistema que no le sirve.

Eso tuvo un efecto inesperado: lo que había empezado como problema para los gestores políticos corruptos se ha convertido en auténtico dilema político para muchos ciudadanos.

Al menos desde que compitió y ganó Otto Pérez Molina en 2011, la inscripción de candidatos y partidos se manipuló crecientemente para asegurar que a la papeleta solo llegaran candidatos aceptables al poder o irrelevantes en caudal de votos. Luego los caciques políticos movían el voto duro clientelar, mientras los medios de comunicación monopólicos y crecientemente algunos pastores evangélicos insinceros azuzaban a la ciudadanía temerosa ante fantasmas trasnochados —como el inexistente comunismo— y novedosos —como la manida «protección de la vida y la familia»— para asegurar que solo votaran por un candidato aceptable.

En 2015 y 2019 eso se concretó en votar a cualquiera que compitiera contra Sandra Torres. Hoy debía ser igual, ya excluidos los incontrolables Carlos Pineda, Roberto Arzú y Thelma Cabrera. ¡Pero se coló Semilla! El saludable resultado es que el dilema entre Arévalo y Torres ya no permite a los ciudadanos conservadores votar automáticamente según la ideología recibida: deben pensar detenidamente su decisión. Deben escoger entre Arévalo, que identifican con esos fantasmas largamente cultivados, y Torres, de quien correctamente desconfían y a quien también identifican con esos fantasmas.

El dilema entre Arévalo y Torres ya no permite a los ciudadanos conservadores votar automáticamente según la ideología recibida: deben pensar detenidamente su decisión.

Ejemplar del reto es esta nota de Ben Sywulka. Invito a leerla, pero ilustro con un ítem: Sywulka no reconoce que la forma de una propuesta de Semilla —excluir al Cacif de las juntas directivas públicas en que presenta un franco conflicto de interés— refleja el fondo de una política pública urgente, que es incrementar la competitividad en los mercados financiero, industrial, comercial, agrícola y laboral en Guatemala. Probablemente Sywulka —un emprendedor inquieto— comparte con Semilla esta intención procompetitiva. Hay una comunidad de interés entre lo que podría ser una «nueva derecha» en Guatemala y la batalla que hoy libra el Movimiento Semilla.

El asunto es aún más evidente en la nota Llamando a la nueva derecha, de Luis Miguel Reyes —director del área social de la Fundación Libertad y Desarrollo—, publicada en 2019 en el blog de dicha entidad. Sus credenciales de derecha son impecables: escasamente hay organización que de forma sistemática haya insistido más activamente y con muchos recursos por causas liberales e incluso neoliberales.

«Guatemala necesita una nueva derecha», dice el autor, y procede a caracterizarla: que sea auténticamente liberal y no únicamente anticomunista, abiertamente democrática y que condene todo autoritarismo, que aunque conservadora no se oponga al cambio simplemente por miedo, que no utilice la religión y los valores conservadores como irresponsable populismo moral, que no tenga alergia a los derechos humanos, que pueda sentarse a compartir puntos de vista con otros, que reconozca que ningún país desarrollado funciona sin un Estado profesional y bien financiado, y que entienda que el disenso en su seno no es deslealtad, sino necesaria diversidad de criterios.

Ante eso no costaría decir: la nueva derecha está ya en Semilla. Mitad en broma, la explicación subraya la ironía: Semilla captura el voto cauteloso de la clase media urbana y más, porque la intransigencia de la élite económica se alió con la corrupción, por un lado, y con la religión manipuladora, por el otro. Son incapaces de producir una opción política que dé esperanza en un contexto democrático.

No me malentienda: sin duda hay diferencias entre derechas e izquierdas. Se engaña quien diga que «es de centro», y más aún miente quien dice que esas diferencias no importan. Pero son diferencias legítimas, que no deben perseguirse, sino debatirse en procesos democráticos y dentro de partidos políticos y un legislativo que sirvan a todos. La primera tarea que tiene hoy la nueva derecha en Guatemala es incluirse ella misma dentro de la democracia. Y es esto lo que nos jugamos todas y todos en torno a la participación electoral del Movimiento Semilla.

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Nota bene: desde hace algunos años figura en mi descripción de autor en Plaza Pública que soy militante de Movimiento Semilla. Pero ante algunas insinuaciones y como pueden constatar mis lectores tras 11 años de escribir allí (desde 2012, 5 años antes de que apareciera dicho partido), me agregué a Semilla porque es consistente con lo que pienso y escribo; el contenido de lo que escribo no deriva de que milite en ese partido.

Ilustración: ¿Qué es un conservador, un progre, un demócrata? (2023, con elementos de Adobe Photoshop Firefly)

Original en Plaza Pública

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