Élites: cambiar, pero ¿para dónde?

El apabullante triunfo de Bernardo Arévalo y Movimiento Semilla responde a un cambio tectónico en el sentir ciudadano. El hartazgo de la población ante el sistema político corrupto coincidió con una oferta decente y capaz de conectar con esa población.

Ante el cambio que señala el voto por Arévalo, las élites nacionales enfrentan una alternativa: o cambian la forma de vincularse con el Estado, o Guatemala —sociedad, economía e institucionalidad política— terminará por cambiar de élites. Los indicadores económicos, sociales, políticos, ambientales y de bienestar humano muestran un país en crisis. Y las élites, que por 4 décadas ejercieron incuestionablemente su predominio, no pueden evadir la responsabilidad causal en ello. 

Señalar un problema obvio —que las élites han tenido una relación poco constructiva con el Estado guatemalteco— pone el foco donde debe estar. Pero no dice qué hacer al respecto. La cuestión clave es cómo deben cambiar esas élites y para qué.

Porque mientras sus analistas aún preguntan cómo hacer para que Arévalo se acomode a las expectativas de la élite, la pregunta relevante es cómo estas deben ajustarse al cambio que Semilla supo reconocer.

Élites son, por definición, quienes tienen un control desmedido de las decisiones, y también de los beneficios del esfuerzo de la sociedad. Pero esa relación varía. Pueden cosechar ventajas en un sistema más equitativo, sea rico como Suecia o pobre como Liberia. O pueden tomar sin apenas contribuir, como en tanta de nuestra historia y particularmente en los 37 años desde retornar a la democracia. Debemos movernos de esta situación de depredación sin inversión hacia un poder más equilibrado, distribuir más justamente el bienestar y también los costos de producirlo.

Por mucho que la gente más corrupta quiera confundir, no es asunto de destruir o perseguir empresarios o riqueza, sino de garantizar que todos contribuyamos equitativamente al bien común y también nos beneficiemos de él, así tengamos más o menos dinero. En ese camino debemos caminar más los que más tenemos. Y los que tienen muchísimo más son los que deben dar el paso más grande. 

Pero no es cosa simplemente de voluntades. El motor primero es la transformación social que sucede aunque los individuos no la procuren. Es un cambio demográfico: una población joven, más concentrada en las ciudades. Es cultural: esa población tiene más educación, está más conectada y sabe que sus opciones no terminan en la tristeza heredada por dos generaciones que sufrieron la guerra. Y es también un cambio económico: el agro pierde terreno ante la industria, los servicios y, notablemente, las remesas, que son «dinero con enlaces globales».

El motor primero es la transformación social que sucede aunque los individuos no la procuren.

Pero también hay tareas específicas a emprender. Comienza con un esfuerzo cultural: liderazgos que expresan valores distintos. Esto es lo que la población reconoció en Arévalo y Herrera. Lo mismo toca a la élite: levantar líderes que encarnan el cambio, desplazar a los que no son capaces.

Y esos liderazgos deben actuar distinto. Por eso hace una semana insistía yo en que, frente a las élites, el gobierno de Arévalo tiene primero una tarea pedagógica: enseñar que es posible y cómo conseguirlo. Los líderes de élite también deben mostrar con hechos, no con palabras, que ponen la vista en el presente y en el futuro, no en el pasado.

Esos hechos son la respuesta económica, política e institucional. El triunfo de Semilla cabalga sobre haber respondido bien, y con buena intención, a la transformación social y económica. Pero también se puede responder para mal, como ilustraron con pericia Baldizón en 2015 y Carlos Pineda este año: no solo gastan mucho dinero cuestionable en campaña, sino que entienden con quién hablan.

Y claro, están aquellos que ni entendieron el cambio ni querían el bien. Sandra Torres y su mañosa coalición hoy reciben esta lección por la piel. Como instrumento de las élites más inflexibles su papel fue el de la veleta: demostrar que la dirección del viento sociodemográfico y económico cambió. No dudo que de aquí al relevo en enero intentarán, a través de la justicia cooptada, voltear la veleta para que señale en otra dirección, aunque el viento no sople así.  

Arévalo deberá conjurar con urgencia esa amenaza, que se derrumba en la persona de Sandra Torres, pero sigue vigente en las bellaquerías de Consuelo Porras y sus operadores mafiosos. Y en las élites, tanto sus contrapartes como sus contrincantes sensatos debieran hacerlo también. Hoy el liderazgo de élite se demostrará en resonar con una población que ya dijo muy claramente hacia donde sopla el viento, hacia dónde va la historia.

Ilustración: Cambio de viento (2023, con elementos de Adobe Firefly)

Original en Plaza Pública

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