Una vez más vimos que las quinielas entretienen, pero sirven poco. Contra toda predicción, Movimiento Semilla pasó con Bernardo Arévalo a la segunda vuelta. Esto tiene implicaciones tectónicas.
Para apreciarlo, repasemos cómo funcionaron los procesos electorales pasados para escoger consistentemente gente tan impresentable como Jimmy Morales o Alejandro Giammattei. De forma resumida: las élites y mafias deformaron en la última década el sistema electoral y de partidos políticos. Al cooptar las instituciones, incluyendo las cortes, pueden excluir a los candidatos incómodos, disciplinar a los que quieran ejercer su propio poder y allanar el camino al éxito a sus propios candidatos. Aunque el voto sea libre, produce un gobierno servicial, pues solo elige entre candidatos aceptables a las mafias.
Por eso el partido de Giammattei propuso un candidato tan deficiente como Manuel Conde. Y las élites del Cacif disciplinaron tanto a Sandra Torres como a Zury Ríos, que de ser sus críticas en procesos anteriores hoy son sus fieles amigas. Y, a través de servicios leguleyos en el TSE y la Corte de Constitucionalidad, excluyeron a Carlos Pineda, Roberto Arzú y Telma Cabrera, candidatos díscolos e imposibles de controlar.
Y, sin embargo, en medio de eso se colaron Movimiento Semilla y Bernardo Arévalo. ¿Qué pasó?
Una conclusión es incontrovertible: los votantes no dijeron la verdad a los encuestadores. Ante encuestas bien diseñadas pero fallidas, hay dos posibilidades: la gente no admitió lo que pensaba hacer, o no actuó sobre las razones que dio al ser encuestada.
El primer caso —la ciudadanía que no dice lo que piensa— es fruto de una sociedad sofocada en silencio. Si insistentemente oímos que ciertas cosas —como querer más justicia y oportunidades económicas— son reprensibles (¡nos van a convertir en Venezuela!, repiten), aunque parezcan de sentido común, llega un momento en que muchos optan por callar: no admiten lo que piensan. Pero al presentarse la oportunidad, como en la masa anónima de la plaza en 2015 o al ejercer un voto secreto, actúan en consecuencia y rechazan el poder insolente.
El segundo caso —la ciudadanía que cambia de opinión— es más atribuible al contenido de la campaña. Si un candidato muestra de forma creíble que sus propuestas responden a los problemas percibidos —como necesitar más justicia y oportunidades económicas— la ciudadanía le dará su voto. Especialmente hacia el final para la primera vuelta Bernardo Arévalo, Samuel Pérez, Jonathan Menkos, Ninotchka Matute y otros en Semilla proyectaron un estilo creíble y enfocado en problemas a escala del votante. En contraste y como ilustración, Sandra Torres se mostraba falsa «liberando» en la playa una tortuga a la que mostraba poco aprecio. Ese contraste comunicativo terminó por decantar gente indecisa hacia Semilla y, agrego, hacia nuestras esperanzas democráticas.
Pero volvemos a tiempos de campaña con gran riesgo. Porque si bien los intereses mafiosos se contuvieron de arruinar el momento del voto porque es difícil hacerlo sin mostrar la mano, se han tornado supremamente buenos en manipular los procesos previos, tanto con medios jurídicos como de comunicación.
La auténtica noticia del domingo fue que una buena parte de la ciudadanía no se tragó las falsas promesas.
Para muestra: no había terminado el TSE de publicar los resultados de la primera vuelta, cuando ya el perfil de Arévalo en Wikipedia había sido manipulado para desacreditarlo. Con vísperas así, no sorprenderá ver intentos por meter zancadillas jurídicas a Semilla y su candidato. Si no pueden ganarle en la urna, intentarán dejarlo fuera de la contienda para la segunda vuelta.
Y aquí, estimada lectora, querido lector, entramos usted y yo. La auténtica noticia del domingo fue que una buena parte de la ciudadanía no se tragó las falsas promesas. Conseguir el mismo resultado en la segunda vuelta necesitará mucha más gente y persistencia. Deberá actuarse contra un contrincante que no solo tiene mucho dinero, sino que ahora está prevenido contra una ciudadanía que no hace lo que se le dice.
Sostener el resultado de la primera vuelta y ampliarlo exigirá mucho trabajo de los activistas de Semilla. Exigirá, sobre todo, una masa de votantes consecuentes con lo que hicieron en la primera vuelta, y que persuaden a votar bien a la gente en su entorno.
El sigilo con el que el votante apoyó a Semilla en la primera vuelta no bastará en la segunda vuelta. Aunque suene trillado, el 20 de agosto es una cita con la historia. Nuestro papel ciudadano es persuadir —abiertamente, en nombre propio y sin temor— a nuestras familias, amistades y conocidos a presentarse a esa cita y votar por Semilla, por Bernardo Arévalo y Karin Herrera.
Ilustración: Voltear la tortilla (2023, con elementos de Dall-E)