Viendo micos aparejados

Maravillosa expresión guatemalteca, detectar la cópula simiesca es pasatiempo bien establecido. Sucede que es demasiado fácil para nuestra mente perezosa aceptar lo que se dice en un vídeo de minuto y medio y lo ilustra muy bien este de José Ardón, un comentarista en República Ge Te. Por eso a veces hay que tomarse un poquito más tiempo y desmenuzar las palabras. Entonces notamos el torso peludo, vemos la curva de la nalga al aire, las vergüenzas a la vista de todos. Y con el niño podemos, al fin decir del argumento: ¡qué va, el emperador está desnudo!

El vídeo trata sobre las crecientes demandas por la renuncia de Consuelo Porras. Si no lo ha hecho ya, véalo primero y luego comento.

Dice Ardón que pedir la renuncia es «algo armado». Quiere ver conspiraciones donde lo que hay es coincidencia de intereses. Para explicar con otro ejemplo: no hace falta asumir que el llamado «pacto de corruptos» exige una cábala mafiosa reunida en un cuarto lleno de humo de tabaco para tramar la caída de la civilización, aunque eventualmente pueda existir. El extenso tinglado de corruptos caminan juntos porque quieren una sola cosa en común: enriquecerse con facilidad. Igual ocurre aquí: un extenso tinglado de ciudadanos —en Guatemala y fuera de ella, desde la prensa, en redes o en el almuerzo del domingo— y entre los cuales no tengo empacho en incluirme, reconocemos lo mismo: que Consuelo Porras es una pésima fiscal general. Y el origen de la coincidencia también es relativamente simple. Requiere solo dos cosas. La primera es información y la segunda es contexto. Es por esto que el clamor es mayor entre periodistas y opinólogos: generalmente tienen más información sobre los problemas que describen, y también acceso al contexto —histórico y sincrónico— que permite evaluar cuán mal está haciendo Porras su tarea.

Agrega Ardón que es «algo coordinado por líderes de opinión del país». No puedo decir de otros, pero arrogándome el título por el simple privilegio de escribir en un medio muy leído, puedo afirmar que nadie me ha llamado y me ha dicho: «¡vos, escribí sobre Consuelo Porras!» Pero es que no hace falta. Es de una obviedad brutal que hay que escribir sobre ella, y no cuesta mucho deducir por qué, como intento exponer en mi columna de hoy. (Para resumir mi argumento: ella es un foco irritante que daña la estabilidad del pacto de clases del Estado liberal que arrastramos desde 1871).

Pasa luego Ardón a la primera parte de su tesis central, la explicación de por qué la gente que critica hace lo que hace: «están dispuestos a que en Guatemala existan manifestaciones —conflictividad social— con tal que la fiscal general renuncie». Siempre conviene ver las palabras que las personas usan juntas. En este caso, el comentarista nos muestra que para él el término «manifestación» —un derecho— equivale a «conflicto social» —un problema—. En su visión las personas no deben protestar, pues el conflicto, aunque sea legítimo, es malo. No llega a considerar que la movilización social, como medida extrema, es una parte de la operación normal de la democracia, vigente cuando el marco institucional y jurídico, o los actores políticos y burocráticos, no dejan opciones al soberano, que es el pueblo.

Y completa su tesis con una segunda parte explicativa: «… porque quieren que Arévalo nombre un fiscal de su lado». Esta visión maniquea —todos míos o todos del enemigo— es lo que nos trajo hasta la crisis y él mismo lo reconoce. Pero ignora que el problema con Porras no es quién lo nombró, sino lo que ella hace. Para poner en contexto (eso que usan los periodistas y comentaristas): Telma Aldana fue nombrada por Pérez Molina y sin embargo metió a la cárcel a ese presidente. Cosa que también hizo con Juan Alberto Fuentes, fundador de Movimiento Semilla, cabe agregar. Claudia Paz y Paz sobrevivió a Colom y trabajó durante el régimen de Pérez Molina, y suficiente inquina produjo a ambos regímenes. En contraste, Porras no solo no era candidata idónea —como mínimo, plagió la tesis de posgrado que le dio entrada al listado de candidatos al puesto—, sino que no lidera una buena práctica jurídica en la fiscalía. Solo por mencionar dos de sus lindezas, abusa de la ley para crear causas judiciales espurias y niega el derecho de defensa, como ampliamente ha demostrado en su causa contra Semilla. Jimmy Morales no debió haberla nombrado la primera vez, y Alejandro Giammattei sin duda no debió confirmarla para un segundo período, cuando ya era bien conocido el caso de su plagio académico. Más que cuestionar si Arévalo pudiera o debiera nombrar fiscal, bien haría el comentarista en preguntarse por qué Giammattei insistió en confirmar a una persona con tan poca idoneidad.

Termina la breve intervención con sus conclusiones.

La primera es que «… hay que dejarle claro a la fiscal general que hay cosas que están bien y cosas que están mal». Esta recomendación sería graciosa, si no estuviera tan fuera de lugar y de tiempo. Aunque sea, porque la fiscal debiera saberlo ya, si fuera profesional de su materia. Pero, sobre todo, porque más señales —de la sociedad, de la oposición política, de la comunidad internacional, de los especialistas jurídicos aquí y en el resto de la región, hasta del Departamento de Estado y su flaca lista Engel— no han hecho mella en la gruesa y purulenta costra que en Consuelo Porras sustituye lo que debiera ser la ética profesional.

Y la segunda es que «existe un escenario donde Arévalo convive pacíficamente con la fiscal». Es cierto, este escenario existe y es pavoroso. Es el escenario de quien tiene de mascota un alacrán y lo mantiene cómodamente dentro de la camisa. Sospecho que Alejandro Giammattei, ya alejado del peligroso juego de lo político, tranquilamente escribiendo sus memorias en la Toscana italiana, podría compartir un poco de sus experiencias al respecto del cuido y crianza de los alacranes. Pero más a propósito, es un escenario que no es ingenuo. Ese escenario hace algo que importa muy particularmente a quienes quieran controlar a los poderes del Estado desde fuera, sin aparentarlo. Adivine sin ingenuidad quiénes podrían ser.

Ese escenario garantiza que sobre el gobierno siga surtiendo efecto lo que hasta aquí ya ha garantizado Porras, algo que podemos llamar «la certeza de la incertidumbre». Tendemos a ver en Giammattei un arquitecto omnímodo de la corrupción, pero no basta con pensar que el Ejecutivo quiera controlar a la fiscalía. Giammattei probablemente no controla a Consuelo Porras, es más probablemente víctima de su chantaje judicial. Como con el alacrán en la camisa, al no saber qué hará, es imposible al Ejecutivo fijar trayectorias de política con certeza. Es por eso, no por razones de conspiranoia o de guerras de clase, que Porras debe salir del Ministerio Público, para beneficio de todos, quizá hasta de quienes financian República Ge Te.

Ilustración: Los micos (2023, con elementos de Adobe Firefly)

Errata: la versión original de esta nota decía que Consuelo Porras había sido nombrada para su primer período por Alejandro Giammattei, pero fue Jimmy Morales quien lo hizo. Ya lo he corregido en el texto. Podríamos agregar que Morales tiene mucho por qué responder ante la sociedad guatemalteca.

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