Las estructuras sociales, o de por qué parecías hecho para mejores cosas

En las ciencias sociales y la filosofía, hace rato rugen furiosos los debates entre los estructuralistas, que apuestan a que los fenómenos sociales responden a estructuras más profundas, y quienes dicen que no, que lo que vemos es lo único que hay.

Margaret Thatcher lo ilustró cuando en 1987 afirmó en una entrevista: «… no hay tal cosa como la sociedad. [Solo] un tapiz viviente de hombres, mujeres y personas, y la belleza de ese tapiz y la calidad de nuestras vidas dependerán de cuánto esté preparado cada uno de nosotros para asumir la responsabilidad de sí mismo.» Asignó taxativamente estatus de realidad a la gente —los seres biológicos, con sus decisiones— mientras lo negaba a su conjunto, ese que llamamos sociedad.

Lo problemático de su afirmación nos golpea al observar una bandada de estorninos. Cuesta negar la realidad de la masa que crean al volar juntos miles de ellos.

Como suele suceder, el asunto es más complejo. En este caso, literalmente: Giorgio Parisi, teórico de la complejidad, desentrañó el movimiento de las aves y lo vinculó a reglas simples seguidas por cada miembro de la bandada. Intentando mantenerse al centro del conjunto y evitar chocar con sus vecinas, juntas generan la dinámica del grupo. Tan perspicaz fue la observación que con otras ideas le valió un Nobel en 2021.

Volviendo al caso de la sociedad, alguna razón tenía Thatcher al hablar del «tapiz viviente» de individuos. Pero no comprendió que los individuos deciden y actúan –cada uno, todos juntos— por reglas compartidas. Es en ellas y por ellas que existe la sociedad, igual que la bandada. Y su realidad es tan concreta como un muro de cemento, y por las mismas razones: el muro está compuesto principalmente de espacio vacío, apenas ocupado por partículas —átomos y moléculas— que se mueven sujetas a reglas comunes de atracción y repulsión.

Lo importante es cómo se imprimen tales reglas en los individuos: ya como parámetros físicos para los átomos y las moléculas, como engramas neuronales para los estorninos; o como normas diseñadas, enseñadas y aprendidas, para la sociedad. Subrayemos la importancia de los hechos sociales, sostenidos y reproducidos en sus reglas, con un par de ejemplos.

El primero ilustra cómo se concreta la sociedad en sus reglas. Por insinuación de medios y redes sociales, pero principalmente por admisión del sujeto, podemos inferir que Alejandro Giammattei es gay. Sin embargo, actúa como acérrimo opositor de cualquier legislación que liberalice las condiciones de la familia en Guatemala, incluyendo permitir el matrimonio de personas homosexuales. Como individuo toma decisiones que operan en su propio desmedro. ¿De dónde sale esto, si la realidad no es sino un tapiz de gente que decide responsablemente? Obviamente hay reglas —para el caso, las del conservadurismo guatemalteco que atraviesa el régimen legal, cultural y educativo— que a lo largo de su vida y más aún ahora inserto en el poder, han formado el espacio de las decisiones que quiere o puede tomar. Más que como individuo que decide, Giammattei actúa como célula: en su entorno inmediato realiza las reglas simples de su bandada conservadora.

Presos de la convicción de que basta con ser buena persona, postergan para algún momento futuro las reglas simples que deberán exhibirse para hacer un gobierno eficaz.

El segundo ejemplo subraya el riesgo de no abordar deliberadamente el cambio de reglas para construir una sociedad distinta. Movimiento Semilla, el partido progresista al que yo mismo doy apoyo, tiene una explícita intención de reforma. Su dimensión más visible es la apuesta por gente decente en posiciones de liderazgo. Hasta donde puedo dar fe, el rasgo más característico de quienes lo dirigen es ser «buena gente», con todo lo que ello implica. Tanto, que de las acusaciones que reciben sus líderes en medios y redes, las más psicológicamente absurdas son justamente la que intentan pintarlos de mafiosos. Para quienes los conocemos, Samuel Pérez, Bernardo Arévalo o Lucrecia Hernández, por nombrar los más visibles, resultan demasiado buenas gentes para ser mafiosos funcionales. El riesgo aquí es otro. Preso de la convicción de que basta con ser buena persona y de que lo urgente es estar en la jugada electoral, posterga el partido para algún momento futuro, ojalá cuando se ganen las elecciones y ya se tenga poder, la práctica de los patrones institucionales —las reglas simples de eficiencia, disciplina, recaudación, contabilidad, división del trabajo y responsabilidad inescapable, por señalar algunas de las más aburridas, esenciales y escasas en Guatemala— que deberán exhibirse, plenamente internalizadas, para hacer un gobierno eficaz. De más está agregar que para entonces la bandada de buenas gentes pudiera encontrarse en aprietos muy serios.

Ilustración: Golondrinas (2023, foto propia)

Original en Plaza Pública

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