¿Solo la élite salva a la élite?

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Hace un par de semanas Estuardo Porras Zadik comentó en ElPeriódico que el presupuesto es apenas detonante de la más reciente crisis. «Lo que hoy vivimos no es más que la cosecha de la siembra del “Pacto de Corruptos”», señaló.

Porras Zadik apela a un sector de la élite para que rescate al país, o al menos a su propia clase, de ese trato faustiano. «Los poderosos cesaron de tener responsabilidad… los que más tienen que perder en este país son [ellos]», afirma. Ejemplifica el amancebamiento de empresariado y corrupción con Felipe Bosch (aunque sin nombrarlo), perenne líder del Cacif y de Fundesa, quien afirmó en un Enade que Jimmy Morales, obviamente corrupto, no lo era.

No dudo de la intención constructiva de Porras Zadik. A diferencia de la mayoría de gente de las más altas fortunas guatemaltecas, repetidamente ha reconocido la responsabilidad de la élite en la corrupción. Pero su análisis tiene dos debilidades. La primera es sobre la relación entre los casos de Guatemala y Venezuela. La segunda trata sobre el papel de la élite en el problema.

Sobre lo primero es necesario invertir el orden de los referentes: Guatemala no se está pareciendo a Venezuela. Más bien es el régimen venezolano el que aún aprende a hacer lo que al poder oligárquico guatemalteco le sale tan bien. La razón por la que Venezuela causa tanto escándalo —aparte del interés de los EEUU en su petróleo– es que una élite advenediza aún se esfuerza de forma inexperta por legitimarse, cooptar socios y reprimir críticos para controlar el poder del Estado que arrancó a su élite tradicional. Aunque su intención también sea depredar y aunque lo haga en nombre del socialismo.

Mientras tanto, con más de 100 años de experiencia nuestra oligarquía es muy experta en depredar sin tanto sobresalto. La legitimación la construye desde la escuela (piense en la historia enseñada, que resalta el papel de criollos y omite la realidad indígena, en la satanización de la reforma agraria o en el torcido concepto de propiedad privada que impide atender el interés común). La cooptación opera en todos los órdenes: empresarial, militar, eclesiástico y hasta diplomático, como muestra el cuestionable involucramiento de la OEA en la crisis actual. Y, como enseñó la guerra interna, escasamente tiene parangón su disposición a la violencia, cuando la considera necesaria.

Por ello y sobre lo segundo me temo que Porras Zadik es injustificablemente optimista. Los líderes de la élite económica no cayeron en tratos con la mafia por deterioro de su ética. Hicieron trato con la mafia porque así lo han hecho siempre. Apenas renovaron socios y recalibraron medios para mantener el privilegio. Quienes hoy se alían con el narco y con políticos corruptos para depredar sin enfrentar competencia son hijos y nietos de quienes en décadas pasadas se aliaron con generales brutales para hacer lo mismo. Y esos, a su vez, eran hijos y nietos de quienes en su momento se aliaron con clérigos mojigatos y con dictadores opresivos (como Estrada Cabrera y Ubico) para hacerlo también. Con respecto a la élite chapina, Karr tendría entera razón: mientras más el cambio, más sigue igual.

El problema con la élite económica guatemalteca es precisamente eso: la élite económica guatemalteca.

Aquí seremos taxativos: el problema con la élite económica guatemalteca no es su deterioro. El problema con la élite económica guatemalteca es precisamente eso: la élite económica guatemalteca. Esta es la razón por la que ninguna recomendación de política que sale de la Fundesa (y de entes como ella) sirve jamás, por muy buena que sea técnicamente: porque tendría que empezar por reducir la ventaja injusta de la clase que financia a quien hace la recomendación.

Cualquiera que desde la élite quiera contribuir efectivamente a la democratización del país, a la apertura y diversificación de su mercado y a la creación de oportunidades que no estén predicadas sobre el apellido sino sobre el desempeño, tendrá que invertir una buena parte de sus recursos y de sus esfuerzos en cultivar a quienes le puedan arrancar su propio privilegio. ¿Habrá alguno que se atreva?

Ilustración: Retrato de un hombre con gorro (1886-1887), de Vincent Van Gogh.

Original en Plaza Pública

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