El combate de la corrupción es el frente donde hoy se define la batalla entre el desarrollo y el retroceso en Guatemala.
Escribí hace una semana que Jimmy Morales y sus adláteres y financiadores cometieron una gran traición al debilitar la persecución de los corruptos. Pero es necesario aclarar por qué es tan importante esa perfidia. La guerra del desarrollo pareciera tener tantos otros frentes: nutrición, comercio, vivienda, trabajo… ¡Hay tanto que hacer!
El pacto de corruptos nunca perdió tiempo en plantear argumentos espurios para rechazar la anticorrupción. No faltaron mercenarios intelectuales dispuestos a decir que la corrupción aceita la maquinaria y que combatirla estorba la productividad del mercado. Eso, a pesar de que la evidencia sugiere lo contrario. Y abunda en medios y en redes el tráfico de falacias que alegan que la persecución de la corrupción es cacería de brujas.
Que eso es simple asunto de sobrevivencia de corruptos se ha hecho más que obvio a medida que estos logran algunos éxitos y escalan su resistencia. Empezaron diciendo que el problema era Iván Velásquez, y algunos incautos les hicieron caso. Se fue Velásquez, y resultó que el problema era la Cicig. Baja el perfil la Cicig, pero igual, al verse Sandra Torres señalada de corrupción, no hacen sino alegar que el problema son los fiscales del Ministerio Público. Parece que hasta el Cacif, enemigo acérrimo de Torres, está dispuesto a apoyarla. La cosa no tendrá fin hasta que desmantelen cualquier mecanismo de policía, justicia y ley anticorrupción.
Pero seguimos sin responder la pregunta inicial. ¿Por qué importa perseguir la corrupción hoy habiendo tantas otras necesidades urgentes? Es evidente que un buen número de personas que están involucradas en corrupción no son sino rateros de menor o mayor escala. No buscan sino ganar algunos billetes de mala manera escamoteando recursos públicos. Igual podrían estar asaltando en un callejón oscuro. La cosa es tan penosa que hasta hay quien, como el hermano del presidente, empeña honra y familia ¡por sobrefacturar unas canastas navideñas! Siempre habrá alguien para quien robar parezca una opción más fácil que trabajar.
Sin embargo, el problema con la corrupción es más complejo. Sí, es deshonesto tomar el dinero de los impuestos de otros para cosechar beneficios propios. Pero, además, ese dinero es justamente el que debe servir para cubrir las necesidades más críticas. Piense apenas como ejemplo lo que podría hacerse en alimentación escolar con los desayunos que Fulanos y Menganos no sirvió aunque fueran facturados. Y eso que eran míseros Q90,000. Comida invisible en el restaurante, desayuno invisible en la escuela.
La corrupción es una cuña, un detonante perverso que tuerce el propósito y quehacer del Estado en todas sus formas.
Y finalmente, el problema mayor, aunque no parezca posible que haya más. La corrupción no es solo deshonestidad y latrocinio. La corrupción no es solo desvío de fondos que deberían tener mejor destino. La corrupción es una cuña, un detonante perverso que tuerce el propósito y quehacer del Estado en todas sus formas. Porque afirma muy sonora nuestra Constitución en su primer artículo que «[El] Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia, [que] su fin supremo es la realización del bien común». Pero lo que hace la corrupción es priorizar el interés pecuniario del funcionario sobre ese bien común. Y con eso hace comprable al funcionario. Esto quita llave a una puerta que luego permite usar el Estado —todo él, en cualquiera de sus potencialidades— para interés propio.
Por eso, aunque generalmente pensamos en la corrupción como desvío de recursos públicos, hay quien está dispuesto incluso a gastar su propia plata en corromper. Por eso nueve personas no tuvieron inconveniente en juntar más de 11 millones de quetzales y entregarlos bajo la mesa a la UNE. Y un grupo de empresarios de élite dio 15 millones de quetzales al partido del actual presidente. Porque lo que se compra no es un partido. Tampoco es asegurar un pequeño negocio de canastas navideñas. Lo que se compra es el poder del Estado. Se compran las llaves del reino.
Así que entendamos: combatir la corrupción no es solo recuperar los tributos nuestros y que algunos particulares roban. Combatir la corrupción no es tan solo detener la sangría de recursos públicos que urgentemente se necesitan en causas como salud, educación o infraestructura. Combatir la corrupción es, sobre todo, atajar a los ingratos que una y otra vez han desviado nuestro destino político. Es negarles la entrada a las instituciones que usan para perpetuar la desigualdad y marginar a la mayoría. Es clausurar la puerta por la que siempre se han colado para controlar el poder.
Ilustración: Revisar las cuentas (2024), Adobe Firefly