Polarizados

Viendo el título, usted quizá imagine que me refiero al extremismo político. Leemos polarización y pensamos en la radicalización que tanto daño hace en los ámbitos internacional y nacional. Pero mi referencia es más banal: el piloto del Uber me pidió no bajar los vidrios. Recién enviados a polarizar, el pegamento del revestimiento oscuro debía fijarse antes de moverlos de nuevo.

Su solicitud me hizo reflexionar: son enorme mayoría los automóviles que aquí circulan con el laminado plástico que llamamos polarizado. Quizá nueve de cada diez van con él, anónimos e impersonales. Y cada vez el tono es más profundamente negro. La teoría del asunto es que oscurecer los vidrios oculta los bienes dentro del vehículo. Ojos que no ven, corazón de ladronzuelo que no siente. Pero sobre todo esconde a la gente que va sentada adentro.

El entintado de los vidrios, concebido al inicio para reducir la exposición al sol y el deslumbramiento del piloto, transmutó de ese propósito práctico a otro más siniestro. Primero ofreció privacidad, como en las limusinas de Hollywood. Ricos, famosos y no tan famosos querían circular en su burbuja privada. Detrás vinieron los militares y la policía judicial de los años 70, que agregaron el polarizado al arsenal de recursos para la arrogancia, el delito y el atropello. Si podían cubrir las placas, ¿por qué no cubrir también la cara? Finalmente, los proveedores y un ejército de minoristas e instaladores reconocieron la oportunidad comercial: cultivando el temor al robo y en nombre de la seguridad, vendieron la opacidad en los vidrios prácticamente a todo el mundo.

El problema es que este cuchillo corta por los dos filos. Porque, si bien ahora nadie logra ver a quien va dentro del auto, el miedoso piloto ¡tampoco alcanza a ver mayor cosa! Sobran los eclipses cuando tenemos a mano una oscuridad tan profunda a medio día. Y si circula de noche o en un estacionamiento subterráneo, olvídelo: es casi más fácil manejar con los ojos cerrados.

Pero aquí no escribo sobre autos y vidrios, así que saquemos la lección del absurdo cotidiano. A estas alturas nos han vendido ya kilómetros cuadrados de plástico oscuro en nombre de la seguridad. E igualmente circulamos como sociedad con opacas ojeras de desconfianza mutua, predicadas sobre un falso entender acerca de cómo se obtiene seguridad. Es como si el proverbial avestruz se hubiera comprado un agujero portátil: si yo no veo a los ladrones, quizá ellos tampoco se fijen en mí.

Empezando entre los más encumbrados —esa élite económica que tantas y malas costumbres nos ha inspirado—, se regó una marea de desconfianza por todos los estratos sociales.

Empezando entre los más encumbrados —esa élite económica que tantas y malas costumbres nos ha inspirado—, se regó una marea de desconfianza por todos los estratos sociales. Rehusamos empatizar con los demás, como si eso evitara mostrar nuestra propia debilidad. Es como Jimmy Morales disfrazado de militar con anteojos oscuros. El soldadito plomoso cree que, si no lo vemos a los ojos, quizá él tampoco tenga que devolvernos la mirada.

La opacidad y el secreto burocráticos, que podrían ser funcionales en las negociaciones políticas, se trocaron en excusa para actuar sin vigilancia. Luego florecieron como permiso para delinquir. Al fin el MP y la Cicig abrieron la ventana e hicieron brillar la luz sobre las malas actuaciones. Pero con ello deslumbraron a los cobardes engendros de vampiro con avestruz, ciegos por elección, que circulaban en Casa Presidencial, en los cuarteles, en las cámaras empresariales y en el Legislativo. Hasta en la calle y de a pie.

Ahora debemos cambiar. Atrevámonos a bajar el vidrio del auto con su polarizado brutal. Sí, nos deslumbrará el sol de siempre, ya olvidado. ¡Suban el vidrio!, piden urgentes los cobardes. Dirán que es por seguridad, hasta por soberanía, pero solo lo hacen para no ser vistos. Y en el camino nos dejan sin capacidad para conducir la nación y la sociedad. Pero nosotros al rato nos damos cuenta: abriendo la ventana no solo se ve mejor y se maneja con más certeza, sino que se respira el aire de afuera, se escucha el sonido del mundo real.

Ilustración: Negro oscuro (2024). Adobe Firefly

Original en Plaza Pública


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