Movimientos y trincheras

En abril de 2015 la población guatemalteca salió de la trinchera en que estuvo agazapada por décadas.

Con más entusiasmo que organización se abalanzó sobre la plaza. Imparable, tomó calles, periódicos y redes sociales, mientras su contrincante —élites miedosas, políticos corruptos y narcomilitares que los financiaban— debió replegarse, dando apenas respuesta.

Pero el avance se disipó. Sin foco claro —¿qué conseguir, y cómo?— ni liderazgo, la mayoría volvió a sus casas y los menos a sus trincheras. Y comenzó la revancha. Jimmy Morales, soldadito lastimero, traicionó a sus votantes y, obediente corneta, dio el toque para la artillería corrupta al expulsar a la Cicig. Siguieron la toma del Ministerio Público, luego las cortes, la universidad, la Procuraduría de Derechos Humanos y, críticamente, el Tribunal Supremo Electoral.

Nuevamente encogidos tras cualquier objeto —una embajada, una beca, un vuelo a cualquier parte— jueces y fiscales decentes, abogados y periodistas debieron escabullirse para no perder la libertad. El embate del expansivo frente de vende patrias, hideputas, dinero sucio y oportunismo nos regresó, no a la trinchera de la democracia formal de 1985, sino más atrás, a la ley sin justicia de las dictaduras militares.

Cuando amaneció el 26 de junio ya tenían la posición de avanzada, el segundo lugar en una elección que, más que voto libre, fue error del cálculo corrupto.

Pero la historia, aunque no se repita, rima. Bastó una pausa de los mafiosos para cambiar el curso de la batalla. Bastó que sus francotiradores jurídicos se detuvieran a fumar un cigarrito antes de volver a la prevaricación para que un comando ciudadano con forma de partido —¿sabrían lo que eran?—  saltara de la trinchera, atravesara la tierra de nadie con el corazón en la mano. Cuando amaneció el 26 de junio ya tenían la posición de avanzada, el segundo lugar en una elección que, más que voto libre, fue error del cálculo corrupto.

La algarabía popular solo fue superada por la estupefacción mafiosa.

Aún así los tramposos, con muchos años de práctica, actuaron rápido. El pelotón de derechas serviles aupó a Sandra Torres —coronela en esta guerra sucia, su propensión falsaria solo superada por su ambición— e introdujo un amparo-zancadilla. Grábese estos nombres, para rechazarlos perpetuamente: Vamos, UNE, Valor, Cambio, Mi Familia, Podemos, Creo, Cabal, Azul. Ni un voto futuro para ellos.

Pero volvamos a la batalla, porque es indispensable aprender. Tocará garantizar que la tropa —usted y yo— marchemos en la dirección correcta y todos juntos, así llevemos un voto, una pancarta o una acción judicial.

Esa unidad depende del comando, antes que de la tropa. Empezó bien: Arévalo ha probado ser un comandante eficaz y Semilla podría ser la organización que faltó en 2015. Efectivo tiroteo mediático resultó el llamado a publicar las actas de votación. Y el reclutamiento avanza al invitar al voluntariado para la campaña (súmese ahora).

Sin embargo, esta guerra es de movimiento y si Arévalo, Semilla y la ciudadanía no queremos que degenere nuevamente en guerra de trincheras inganable, deberá actuarse contundentemente. Ni a leguas se decidirá solo con procesos jurídicos en manos de prevaricadores corruptos.

Eso postula riesgos. El primero es la demostrada disposición de los poderosos en Guatemala de recurrir a la violencia como primera opción, si así garantizan su insistente depredación.

Riesgo es asumir que saldremos por el apoyo de la comunidad internacional; particularmente, que contamos con los Estados Unidos. No sólo porque desde 2018 sus señalamientos contra los corruptos han sido un ineficaz tronar de sables, sino porque históricamente su alianza es con las élites. Podrían bastar los primeros enfrentamientos con la oligarquía —socia de las empresas estadounidenses— para que el apoyo del Norte vuelva a ese centro de gravedad. 

Hay riesgo en que el ánimo conciliador de Bernardo Arévalo y su comando de campaña lleve prematuramente a pactar con esas élites, cuando urge aprovechar su desventaja relativa para avanzar a mejor posición, poner reglas de un poder más progresista, y solo entonces negociar.

No es imprudencia sino realismo: esas élites son las beneficiarias últimas de que esta elección no se resuelva según quiso la mayoría el 25 de junio. Es realismo porque, si algo han demostrado siempre que cuenta —incluyendo a partir de 2015— es que traicionarán apenas puedan.

Por todo eso es indispensable que usted y yo, la ciudadanía, persistamos en el apoyo, explícito e informado, hasta que esto se resuelva para bien.

Finalmente, hay una oportunidad sin aprovechar. Un quinto de nuestra economía está fuera del territorio nacional, pero aún así los migrantes no son reconocidos como actores políticos. Y no son movilizados, a pesar de su enorme peso económico. Quizá sea hora y haya ocasión de cambiar esto.

Ilustración: Cuantas veces haga falta (2023, con elementos de Wikimedia Commons y Movimiento Semilla)

Original en Plaza Pública

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