Mandar en el Estado perverso

No es asunto personal: hasta el bueno, si dirige al Cacif, hará mal.

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Imagine un gráfico. Dos círculos que se superponen. Figúrese un diagrama de Venn: dos órbitas traslapadas parcialmente. En la mayor pongamos a la sociedad guatemalteca, el conjunto de quienes viven en este terruño. En la otra órbita, más pequeña, pongamos el poder. Es el Estado guatemalteco. Lo nombraremos tal cual se comporta: es el Estado perverso.

El traslape es de expolio. Acabamos de verlo en el caso del parqueo de Fegua. El círculo pequeño continuamente procura parasitar al círculo mayor. En 2015 el ruedo mayor se hartó y comenzó a reducir al menor. Lo estaba consiguiendo. Pero hoy corren otros tiempos. El círculo menor no solo detuvo la limpieza, hoy intenta expandirse. Quiere convencernos de que se traslapa completamente con la sociedad.

Recuperarnos del contraataque del Estado perverso exige entender sus alcances, conocer al enemigo. Y no se engañe: el Estado perverso es enemigo de los guatemaltecos (más aún de las guatemaltecas). Con la imagen del diagrama de Venn, leamos las noticias. Unamos los puntos, tracemos la línea y hagamos el dibujo.

Definamos: Estado es territorio, población y gobierno. Territorio es el espacio que se controla. Para el Estado perverso el territorio siempre ha sido exiguo. Su geografía son un par de zonas de la capital, el aeropuerto y la plaza para la fiesta de independencia. El resto del territorio simplemente se encarga a caudillos disfrazados de alcalde, a finqueros que llaman propiedad privada a su privilegio, y a narcos. Cada vez más los tres son lo mismo y ni declarando estado de sitio alcanza el Estado perverso a controlar el territorio. Es solo que en estos tiempos admitirnos feudales se ve tan mal.

Población es la gente a la que se gobierna. Irónicamente es también la gente con quien se gobierna. Porque Estado solo hay donde se cree en él. Nuestra credulidad construye nuestra propia cárcel. Lo que acabó con el gobierno perverso de Pérez Molina y Baldetti fue que todos a una dejamos de creer en él. Nomás se nos olvidó cerrar la puerta del descreimiento y se coló otra banda peor. 

Finalmente gobierno, se extrae de lo anterior, es la maquinaria que actúa sobre la gente. Es el conjunto de explicaciones empacadas en un cuento para que lo creamos juntos. Llámelo patriotismo, ideología, historia o amenaza, según se lo hayan vendido. Es también las organizaciones que lo venden (como escuelas, Iglesias y periódicos) y las organizaciones que garantizan que hagamos caso aún cuando no queramos (como Legislativo, policía, Ejército y cárcel).

Pegando los pedazos entendemos lo visto. Reconocemos la TV monopólica, siempre vendiendo a todos solo la historia oficial del Estado perverso. Identificamos la alianza de alquimistas evangélicos que mezclan narcóticos a base de Israel, pecado y dinero para fabricar ovejas en vez de ciudadanos. Identificamos su contraparte, el conservadurismo católico y también secular, que produce cobardes, gente que no aprende sino a temer a todo aquel que no se les parece —así sea un cardenal al que le duelen los pobres, un homosexual que quiere ser feliz o un indígena que pide justicia—.

Definido el Estado perverso reconocemos sus instituciones, el aparato que concreta su gobierno. Reconocemos en Morales al gran traidor de la sociedad, al director de una tóxica orquesta cuyo principal registro está en el Legislativo. Vemos a la absurda comisión anti-Cicig empeñada en proscribir la justicia como lógica gubernamental. Reconocemos a la élite empresarial que aúpa a esa comisión y entendemos de una buena vez: el Cacif solo existe como parte y dentro del Estado perverso. No es asunto personal: hasta el bueno, si dirige al Cacif, hará mal.

Y así llegamos al corolario urgente. No basta discutir si se hace buen gobierno, hay que preguntarse si se gobierna algo bueno. Giammattei tiene poquísimo tiempo, ya se lo está gastando, para demostrar si lo suyo es gobernar el Estado perverso o desmantelarlo.

Es un reto que vale también para la gente buena (siempre la hay), que decida hacer gobierno con él. Conozco al menos a una persona, que aprecio por su seriedad intelectual y sólida formación internacional, que ya está metido de cabeza en gobernar con Giammattei. Quiera mi pesimismo estar errado, pero temo que nomás servirá para operar mejor lo que no debiera hacerse, para beneficiar a quien no debiera beneficiarse. Si buscamos gobernar el Estado perverso —entendamos de una vez— no seremos mejores que Pérez Molina o que Morales. Lanzarse a gobernar, a mover gente y controlar territorio, solo tendrá sentido si es para aniquilar el Estado perverso.

Ilustración: La diligencia de Tarascón, de Vincent Van Gogh

Original en Plaza Pública

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