Vamos a la playa con un proyecto claro: divertirnos. Llevamos sandalias, sombrero y gafas oscuras. Según nuestra inclinación, quizá también un libro o una pelota.
Dedicar un día al veraneo es también tomar precauciones: nos aplicamos el filtro solar. Y llevamos el repelente contra los mosquitos. No queremos que los bichos nos agüen la fiesta.
Sabemos que la costa es tierra de zancudos, pero cuando salimos a pasear no nos proponemos erradicarlos. En el canasto de la merienda metemos pollo frito, no volantes sobre los criaderos de larvas en el agua empozada. Si un bicho osa picarnos, la respuesta es un manotazo, que vinimos a jugar en las olas, no a dedicarnos a la salud pública. Y si hay otro mosquito, habrá también otro manotazo.
Lo entretengo con mosquitos para ilustrar: con frecuencia una medida de corto plazo es suficiente solución y nunca atendemos el problema de fondo. Menos aún si tenemos la cabeza en otras cosas. Esto importa porque, tras cuatro años en los que Trump dejó a los mosquitos crecer, multiplicarse y henchir la Tierra, hoy Biden comienza a dar manotazos. Nos alegramos porque uno por uno espanta a los mosquitos.
Visto desde el Norte, parece una forma sensata de actuar, que ha servido por mucho tiempo. A una superpotencia todo le importa: desde un golpe militar en Birmania hasta la elección de un juez corrupto en Guatemala. Pero por lo mismo es imposible tratarlo todo a fondo. Aunque se conozcan las causas, toca hacer lo mínimo para controlar el problema en lo que afecta a la misma potencia —darle el manotazo al mosquito— y de inmediato pasar al siguiente punto de la agenda.
Por supuesto, esto nunca acaba con los mosquitos. Apenas y con un poco de suerte los mantiene a raya. Se comienza a perseguir al narco en la década de 1960 y allí sigue hoy. Se les hace guerra a los sandinistas en los 90, pero igual Ortega pesa cada vez más sobre la espalda de los nicaragüenses. Se apuntala la raquítica democracia guatemalteca mientras las elecciones cada vez significan menos. Se señalan y hasta apresan funcionarios corruptos, pero igual brotan nuevos como dientes de tiburón. Y se espanta a los migrantes ilustrando los horrores del viaje, pero ellos igual siguen partiendo: tienen tan poco qué perder.
Quizá debemos seguir hablando de mosquitos. Porque ese zancudo que nos picó vino de un tonel de agua del que brotarán otros mil. Y para que se acaben no basta con dar manotazos, sino que hay que vaciar el tonel. Pero, para vaciarlo, primero tendría que salir agua del grifo de la casa. Y para eso tendría que haber un alcalde que no se robara el dinero de la Municipalidad. Pero para elegir un alcalde honesto necesitaríamos que las elecciones no fueran compradas por el dueño de la camaronera, a quien, en su chalé con pozo propio y cedazo en las ventanas, no le afectan los mosquitos ni le importan sus criaderos.
Así, una cosa tras otra, resulta que los mosquitos no son el problema, sino apenas inquilinos de un sistema completo. Y tanto los ayudo a multiplicarse cuando compro los camarones del dueño del chalé como cuando le hago upas al alcalde porque es de mi bando. Aunque ni él ni yo queramos criaderos de mosquitos.
Con lo que volvemos al Gobierno de Washington y a su empeño por veranear estos días en Guatemala. Darles manotazos a los mosquitos funciona mientras no sean muchos y siempre que se tengan garantías de ser diestra la mano y agudo el ojo. Pero en Centroamérica los problemas se multiplican más que los mosquitos. Y Trump y su censurable partido de empoderadores ya demostraron que no hay garantías en lo segundo. Apenas en dos años podrían estar de vuelta con mayoría legislativa allá.
Quizá en vez de lanzar 4,000 millones de dólares contra la migración —como si fueran bombas en Siria— hay que ir más a fondo. En vez de cerrar tratos con una élite que dice que creará empleos aunque nunca lo hace es mejor arriesgarse a financiar los negocios de quienes le quitarán sus monopolios. Hay que hablar con otra gente. En vez de insistir en elecciones hay que dar espacio a candidatos que valga la pena elegir aunque critiquen al Norte. Hay que confiar en otra gente. No basta con repetir la táctica, con dar el manotazo. Al aparato en Washington no le sale natural, pero quizá es hora de hacer algo distinto con gente distinta para fines distintos.
Ilustración: «Sombras y proyección – hojas de palma» (2019, imagen propia)