Era una jugada cantada y ahora es prácticamente un hecho. Los candidatos a presidenta y vicepresidente del Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP) quedaron fuera de la competencia.
Como en el fútbol, la jugada empezó muy atrás. Partió de la denuncia oficiosa del actual Procurador de los Derechos Humanos y la sospechosa eficiencia de la Contraloría de Cuentas y del Ministerio Público, pasó a las interpretaciones laxas del Registro de Ciudadanos y terminó confirmada por los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (TSE). Poco servirá a Thelma Cabrera y Jordán Rodas pedir el VAR de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pues este juego no se detiene: el dictamen llegará cuando los ganadores ya estén celebrando.
Reconozcamos otro rasgo de las jugadas bien armadas: se diseñan mucho antes de que los jugadores entren al campo de juego, con la selección de los deportistas y el entrenamiento. Hoy reditúan los corruptos y sus patrocinadores tanto esfuerzo en amañar la elección de magistrados del TSE, como antes hicieron con las cortes Suprema y de Constitucionalidad. La corrupción en Guatemala es tan experta en lo suyo como Messi sobre la gramilla y conviene aprender: la preparación se hace cuando no hay acción. Ya en juego apenas se reacciona con lo que hay a mano.
Cabrera y Rodas seguirán su lucha y eso está bien: parecen más enfocados en retar al sistema que otra cosa. La pregunta es qué sacamos los demás. No tanto los partidos de oposición, que ya debieran entender que sirve poco alegrarse en la desgracia ajena o ver el caso como atropellado a la vera del camino, estirando el cuello para espiar y luego seguir de largo.
Aquí me refiero a usted y a mí, a la ciudadanía. Particularmente me refiero a la clase media urbana.
Aún hoy un buen número de gente, particularmente en ciudad de Guatemala, se alegra de ver fuera al MLP. Presos del elitismo, repiten consignas racistas, satanizan al liderazgo indígena y a la izquierda política y señalan a Cuba o Venezuela como ejemplos a evitar.
Ingenuamente ignoran dos verdades enormes. La primera es que Guatemala no corre riesgo de ser la Cuba o Venezuela que imaginan —autoritarias, improductivas, violentas, injustas— sino que ya lo es; con más eficacia, sin aspavientos ni dictadores. Tan eficaz, que cada 4 años consigue que la clase media elija quién de la colección de indiferenciados candidatos complacientes —como Pérez Molina, Morales o Giammattei— será el nuevo capataz de la finca ruin en que vive.
La clase media se diferencia de quienes representa el MLP en grado, pero no en condición.
La segunda verdad es que la clase media se diferencia de quienes representa el MLP en grado, pero no en condición. Igual que los indígenas y los más pobres, la clase media urbana ya lleva una vida de precariedad económica: sin seguro ni ahorro, bastan una enfermedad grave o un accidente de tránsito para empobrecerla irremediable. Ya carece de servicios públicos de salud y educación con calidad y solo obtiene alguna satisfacción gastando mucho dinero. Su ascenso social no depende del esfuerzo, sino de rendir la más abyecta servidumbre. Y ante tanta depredación solo sobrevive por la solidaridad familiar o migrando al Norte.
Un ejemplo tangible del desamparo clasemediero es el tráfico urbano. Sin transporte público digno, compra un auto con sacrificio, nomás para circular por calles derruidas y pasar horas atorada en el tránsito. Y encima, debe oír que su responsabilidad es levantarse más temprano, incluso dormir en la oficina, para llegar a tiempo al empleo. Insisto: la diferencia con las desventuradas víctimas del socavón en Villa Nueva —una familia indígena que encontró la muerte por llevar sus productos a vender en la Central de Mayoreo— es de grado, no de condición. El desamparo de la clase media es el mismo de campesinos, pobres e indígenas, solo que menos intenso.
La implicación es obvia, aunque cueste admitirla por la carga ideológica. Tanto como «izquierda» en Guatemala es un término que desde la Guerra Fría usa la élite solo para desacreditar a sus opositores, pensar que el progreso está en lo que aquí llamamos «derecha» es de mentecatos.
La clase media urbana necesita entender de qué lado está. Necesita ver que lo que hicieron hoy al MLP se lo harán también a cualquier otro que no se alinee, aunque sea clasemediero. Con su papel de bisagra puede servir al pueblo —que la incluye también a ella— o a la élite y la corrupción que la explotan. Quienes hoy desde la clase media urbana ya nos definimos como izquierda simplemente hemos admitido esa realidad evidente.
Ilustración: Fuera del juego (2022, a partir de elementos de Dall-E)