Impacientes, infantiles

Somos cada uno al menos dos personas: el que quiere las cosas ¡para ya! y el que sabe esperar. La ciencia ha demostrado1 que en cada uno habitan al menos dos versiones de nosotros mismos. Si no en realidad, ciertamente por los resultados que perseguimos. Todos podemos dar fe de la razón que tiene. El yo previsor abre una cuenta de ahorro a plazo fijo para protegerse del yo despilfarrador. El yo perezoso pelea por la mañana con el yo de buen juicio que sabe que debe ir al gimnasio o salir a correr para mantenerse sano. Y aquel gana más veces de las que queremos reconocer.

Para el individuo, tornarse adulto es aprender a vivir con esos yoes. Dejar de ser adolescente es cultivar el yo previsor para controlar al yo inmediatista. Pero es también aprender que hay ocasiones cuando se vale vivir el momento y dejar de malinterpretar nuestros antojos y placeres a través de la culpa. Como siempre, el secreto está en el balance.

En la sociedad, progresar es construir instituciones que garantizan continuidad a pesar de esas dos facetas de nuestra psicología. Intentamos controlar el impulso de correr en el tránsito cuando vamos tarde. Procuramos hacer de nuestras ciudades espacios seguros en los que podamos dar rienda suelta a las pasiones de la alegría, pero también del enojo, sin destruir nuestro futuro y nuestras vidas. Por esto se ponen semáforos y se dan infracciones de tránsito. Por esto se interviene en la vida individual (a pesar de las diatribas de la locutora rubia y sus libertópolos embusteros) regulando el bungee jumping y la tenencia de armas de fuego: porque el yo del corto plazo quiere cosas muy distintas a las del yo del largo plazo y muchas de ellas no convienen.

Establecer instituciones así es difícil y tardado. Alguna evidencia sugiere que la gente del Medievo europeo tenía bastante menos autocontrol que los sofisticados metrosexuales y promotores de los derechos humanos de hoy. Mil años les tomó llegar hasta aquí. Peor aún, la gentileza se pierde con mucha facilidad, como muestra el mal trato dado a los refugiados más débiles en dicho continente. El miedo inmediato ahoga fácilmente la solidaridad que dará la estabilidad de largo plazo.

En Guatemala aún tenemos una sociedad que, para ponerlo francamente, es infantil en el peor sentido de la palabra.

En este contexto, podemos precisar que en Guatemala aún tenemos una sociedad que, para ponerlo francamente, es infantil en el peor sentido de la palabra. Al deseo lo sigue de forma inmediata la acción, y que valga todo. Desde el más bajo —paso la luz en rojo y sálvese quien pueda— hasta el más encumbrado —quiero esos anteojos y los quiero ya—. Saldré de pobre no en 20 años, sino ahora mismo.

Enero puso en escena una farsa que lo ilustra perfectamente: seré presidente de la junta directiva del Congreso, así hoy no tenga ningún mérito. Seré miembro de esa misma junta directiva, así no cumpla los requisitos mínimos. Luego no sorprende el reglazo en los nudillos.

En cinco siglos apenas alcanzamos a construir una ciudadanía —quizá más bien una masa de individuos— que vive al día, que vive para el día. Somos liderados por una caterva de hedonistas desenfrenados. Porque el hedonismo no es tanto dar rienda suelta al sexo o a la gula como buscar con desenfreno la satisfacción inmediata, el poder ahora.

Hoy la corrupción está de moda y, sí, la corrupción ilustra. Pero no se engañe: apenas es ejemplo, no causa. Somos corruptos porque no queremos considerar la posibilidad de que no toca conseguir las cosas de un día para otro. No hemos querido hacer la tarea larga y difícil de escuchar, consensuar y dar cabida a los otros. No hemos querido pasar generaciones tejiendo la vida y la sociedad. No hemos querido pasar décadas construyendo prosperidad. Pero las cosas que valen y sirven se construyen a largo plazo. Esta es la lección que nunca aprendieron los venales líderes que insisten en sofocarnos. Esta es la lección que hoy debemos poner en práctica.

Ilustración: Berrinche (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública


Notas

  1. Si el tema le interesa, lea a Daniel Kahneman y a Amos Tversky. Desde la economía, lea a Richard ThalerJonathan Haidt también le ayudará a entender esta extraordinaria y absurda mente que tenemos. ↩︎
Verified by MonsterInsights