La semana pasada, el Congreso perdió un préstamo por 100 millones de quetzales que el Banco Mundial le daría al Gobierno para combatir el hambre en Guatemala.
Como el cobarde que en guerra hace un escudo humano con niños, los canallas disfrazados de diputados incluyeron el préstamo contra el hambre en la misma agenda en que querían aprobar una ley de amnistía para tanto militar irredento por su papel criminal durante la guerra. Por supuesto, ante esta obscenidad se rompió el cuórum y nunca se discutió el préstamo.
Sellando la canallada, el presidente del Congreso, Álvaro Arzú —grabe su apellido y sus actos y no los olvide a la hora de votar—, cínicamente endilgó el fracaso de la aprobación del préstamo a quienes rechazaron la ley de amnistía para criminales de guerra.
En esto hay tanta mezquindad que cuesta saber por dónde empezar. Pero importa.
Primero, porque desde que Sen lo explicó en 1981 quedó claro que el hambre no es problema de ausencia de comida. El hambre es asunto de poder sobre los alimentos y su distribución. Cuando en una sociedad hay hambre —más aún en una sociedad con suficiente riqueza para evitarla como la nuestra—, podemos afirmar sin ambigüedad que los poderosos piensan que hay gente que no merece vivir.
Cuando en una sociedad hay hambre […], podemos afirmar sin ambigüedad que los poderosos piensan que hay gente que no merece vivir.
Guatemala no es el país más pobre de Latinoamérica. Sin embargo, es el país con más desnutrición. Cuatro de cada diez niños están desnutridos. Casi el doble de los desnutridos en el segundo país latinoamericano con más hambre infantil (Ecuador, con poco más de dos de cada diez niños). No porque no haya comida, sino porque aquí las élites y los políticos, ahora incluyendo de forma demostrada al presidente del Congreso, Álvaro Arzú —grabe su apellido y sus actos y no los olvide a la hora de votar—, consideran que esos niños no merecen ni la pena ni la vida ni en guerra ni en paz.
Segundo, porque hay traficantes de miedo que se han pasado tres años alegando injerencia extranjera para expulsar a la Cicig en vez de formular políticas, planes y presupuestos que acaben con el hambre. El presidente Morales es el primero, pero no el único de esta calaña perversa de políticos, empresarios, militares y abogados. Lo peor es que encuentran eco en parte de la sociedad. Porque algunos en las élites y más abajo no mueven un dedo, no ponen un centavo para resolver las limitaciones que hacen indispensable el financiamiento internacional, aunque 100 millones de dólares sean una fracción ínfima del producto interno bruto de Guatemala. Si en un año repartiéramos ese monto entre 200,000 personas —poco más del 1 % más rico de nuestra población, 1 de cada 85 chapines—, sería apenas Q300 al mes para cada uno. Seis six-pack de cerveza por mes. Pero rechazan pagar impuestos, resisten fortalecer las instituciones públicas. Prefieren un préstamo y que lo paguen los chapines del futuro.
Y tercero, porque la irresponsabilidad de los legisladores y la indiferencia de las élites son el terreno perfecto para insistir en la ineficacia, sembrar préstamos insensatos y cultivar silencio cuando más necesitamos voces. Porque en septiembre cumple 70 años el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá (Incap), pero igual seguimos con hambre. Damos Incaparina, Plumpy’Nut, chispitas y vitaminas, pero seguimos con hambre. Diseñamos comunicaciones, «dele de comer a sus hijos, señora» —ajá, ¿con qué?—, y seguimos con hambre. Y vienen préstamos y donaciones, pero aquí seguimos con hambre.
Entonces dice el Banco Mundial que ahora sí se venció el plazo para la aprobación. Aunque la fecha límite es magia, invento de burócrata. Tan invento como pensar que un préstamo —pagarles a unos técnicos, hacer unas campañas o adquirir unos nutrientes— resolverá el hambre, que aquí viene del desprecio a la gente, no de la falta de comida. ¿Quieren hacer bien, amigos cooperantes, prestamistas del desarrollo, agentes bilaterales y multilaterales? ¡Injieran, extranjeros! Salgan a la calle y señalen a esos funcionarios innombrables que hoy tratan con pinzas diplomáticas. Un empleo no vale tanta complicidad moral. ¿Quieren irse de este país-pesadilla sabiendo que lo dejaron mejor que como lo encontraron? No coarten a sus técnicos nacionales de pronunciarse políticamente, de involucrarse en hacer y mover la agenda para estas elecciones. Déjenlos contribuir con sus mentes y su corazón para construir futuro. Ellas y ellos son de la poca gente que tiene educación, deseo y, encima, ¡la seguridad laboral! para denunciar a las élites políticas y económicas que viven del hambre, que reproducen el hambre.
Ilustración: Un plato para cada quién (2024), Adobe Firefly