La catedral de Milán es una obra material cumbre de la cristiandad. Su construcción comenzó en 1386, pero no fue sino hasta en 1965 —casi seis siglos más tarde— cuando se completó. Algunos dicen que el Duomo nunca se terminó de construir. Apenas completado, ya tocaba darle mantenimiento. Otra vez.
Gian Visconti, señor de Milán, y su primo, el arzobispo Antonio da Saluzzo, empezaron su creación en un Medievo ya lejano. Para ello, Visconti estableció la Fabbrica del Duomo, que regularía todo lo relacionado con la construcción. El mármol rosado que lo recubre se trajo de Candoglia, 100 kilómetros al noroeste de Milán, por un sistema de canales que dinamizaron el tráfico comercial en Lombardía.
En el siglo XVI, Ludovico Sforza, célebre empleador de Da Vinci, completó la cúpula. En 1577, tras casi dos siglos de trabajo, el arzobispo Carlos de Borromeo —quien da nombre a nuestra universidad— finalmente la consagró. Y en 1805 Napoleón, a punto de coronarse rey de Italia, mandó completar la fachada. Lo consiguió en apenas siete años. La última puerta se completó, ya anotamos, en 1965.
Así que el Duomo ha movido la economía de Milán y de sus alrededores durante muchísimo tiempo y lo sigue haciendo. Lección primera: construir infraestructura dinamiza la economía. Pero el progreso en su edificación estuvo siempre sujeto a la voluntad y agenda de sus líderes. Una colección notable de individuos —visionarios, ambiciosos, incluso malintencionados— concretó en piedra y arte la identidad milanesa. Lección segunda: la obra material puede dar razones que unifiquen los esfuerzos colectivos.
Aparte de las novedades arquitectónicas y artísticas —como usar mármol para marcar señorío en una ciudad construida de ladrillo—, el Duomo innovó instituciones. La Fabbrica era un ente de expertos técnicos, pero con claro mandato y vínculos políticos. Se otorgaron exenciones al transporte de la piedra de Candoglia, cuyas ventajas a la construcción y a la economía excedieron lo que se habría recaudado en impuestos. Lección tercera: es indispensable ver el conjunto antes que pelear a favor o en contra de una medida específica de política pública.
Lo que sorprende hoy es ver cómo la riqueza fluye como una vez lo hicieron las piedras traídas a flote desde Candoglia.
Sin embargo, hoy, como siempre, mucho de interés pasa fuera de la catedral antes que dentro de ella, aunque luego tiene impacto sobre las piedras, los altares y los vitrales, que devuelven el favor a la sociedad. Hace dos décadas Milán asumió el liderazgo en combatir la corrupción, ese cáncer tan arraigado en Italia como en nuestra patria. David Martínez-Amador ha escrito al respecto en este medio con frecuencia. El resultado de esa lucha es visible en una ciudad que respira energía. Desde hace mucho Milán es el núcleo financiero del norte de Italia —¿de qué otra forma explicar la arrogancia de una catedral así?—. Por supuesto, también de su industria de la moda: Dolce & Gabbana, Armani, Moschino, Valentino, Ermenegildo Zegna, Prada. ¿Le suenan conocidos? Todos nacieron o tienen su sede en Milán. Pero lo que sorprende hoy es ver cómo la riqueza fluye como una vez lo hicieron las piedras traídas a flote desde Candoglia por canales de oportunidad para barqueros, encargados de aduanas, canteros y escultores. Hoy no solo hay plata, sino también ocasión para que muchos construyan negocios sobre el flujo de ese dinero: restaurantes, guías de turistas y tiendas. Todos pescan algo.
Un ejemplo llamativo son los andamios. Visibles por toda la ciudad, tanto dentro de la catedral como en edificios nuevos y antiguos, son metáfora y realización concreta del movimiento de un ejército de renovación urbana que distribuye riqueza a empresarios, contratistas y empleados. No tan lejos de allí, Génova, la ciudad de Colón, a pesar de tener uno de los dos puertos más importantes del Mediterráneo, mantiene en la mugre sus espectaculares palacios renacentistas y, más en general, su centro histórico. Es más que simbólico el reciente derrumbe de un puente allí, vinculado a la corrupción de los años 60. Lección cuarta: combatir la corrupción abre una puerta de oportunidad.
Así que, ahora que algunos desde la Fundesa piden «con urgencia» aprobar una ley de infraestructura, recordemos: una buena ley es importante, necesaria. Pero lo urgente es abrir completamente la puerta que acabe con la corrupción y mantenerla abierta. Esa urgente oportunidad es la que la élite de siempre —que, lo lamento mucho, incluye a la Fundesa— y su miopía hasta aquí han estorbado y estropeado. Lección última: amigos, tienen que cambiar si quieren que el país cambie.
Andamios en la catedral de Milán / Foto propiaIlustración: Catedral de Milán (el Duomo) (2019), Foto propia