Termina el 2022 y es fácil quedarnos en la experiencia propia. Si personalmente nos fue bien, el año fue bueno; si mal, fue malo.
Pero a diferencia de muchos cuadrúpedos, que ocupados en sus propios asuntos recogen información husmeando en el suelo sin necesidad de ver más lejos, los humanos tenemos la particularidad de caminar en dos pies y tener un horizonte más amplio. Nos queda poca excusa para no rebasar la miopía de nuestro propio beneficio.
Lo que vemos al levantar la vista es desalentador. Han quedado lejos —más bien han sido sepultados— los indicios que hace apenas 7 años, aún sin saber que pronto caerían Baldetti y Pérez Molina, justo en estos días de Navidad me hacían pensar que la historia podría tratarnos bien. Por el contrario, no cuesta aventurar que este año fue muy malo para la democracia, la justicia y la libertad de expresión, y también para el buen gobierno. Fue un mal año para la construcción del bienestar en Guatemala.
Cansa repasar y a todos nos urge sumarnos al festejo navideño. Por fortuna los ejemplos llegan pronto, así que no le quitaré mucho tiempo.
La indudable ganadora del premio al mal hecho es la implacable campaña contra la justicia representada por Consuelo Porras y Rafael Curruchiche desde el Ministerio Público. Aún siendo vulgares mandaderos encarnan con precisión el mundo al revés, de buenos castigados y malos premiados.
A eso se agrega la incompetencia procurada con ahínco desde el seno mismo del poder. Apenas como ejemplo, valga subrayar que el gobierno no solo no consiguió, sino que no quiso conseguir, resultados en la vacunación contra covid-19. Cuesta creer que seguimos debajo del 39% de esquemas completos, fiasco solo comparable con las islas más pequeñas y más pobres del Caribe. Ese convivio navideño, entre ciudadanos desamparados, podría ser justamente el lugar donde más de alguno vaya a infectarse para pasar mal la Navidad.
Pero fueron las lluvias las que se encargaron de subrayar que Guatemala está parada al borde de un abismo, que combina naturaleza inclemente con brutal desatención por parte de los poderosos. Dos casos sirven de ejemplo. Por una parte está el libramiento de Chimaltenango. A pesar de más de una veintena de derrumbes las autoridades públicas siguen resistiéndose a responsabilizar a alguno de la larga fila de pícaros involucrados, empezando por el siempre emético expresidente Morales. Por la otra están los apocalípticos socavones en Villa Nueva, fruto y concreción de años de descuido, desinformación, incompetencia técnica, insensibilidad y absoluta falta de disposición a deducir responsabilidades.
Mientras tanto, los señores del Cacif y sus socios en el gobierno nos aseguran que «Guatemala no se detiene». Económicamente solo es cierto por las contribuciones de los migrantes que debieron huir del país. Y a la vez —«asombrosa e imparable»— vuelve con más empeño que nunca la depredación del erario y los contratos para los amigos. Tanto, que en preparación para el año electoral el gobierno procuró minimizar los controles sobre el presupuesto nacional.
En un sistema político razonable sería oportunidad para quitar incompetentes y poner gente capaz.
Y con eso vuelvo al título de esta nota, para que reflexione mientras disfruta su tamal. O quizá para que tome nota en sus propósitos de Año Nuevo. En el 2023 tendremos elecciones. En un sistema político razonable sería oportunidad para quitar incompetentes y poner gente capaz, defenestrar la mala fe y sustituirla por gente de bien, incluso para revertir el daño al sistema de justicia y cobrar la factura a los responsables, que los hay y son bien conocidos. Temo que nada de esto pase. No tanto por la indiferencia de la ciudadanía —aunque pueda haberla— sino porque aún votando no tendremos opción; porque pudiendo y queriendo votar por algo mejor se nos denegará de cualquier forma este derecho.
Quiero estar equivocado, pero no podemos ir a las fiestas sin imponernos esta reflexión. Si amanecemos tras las elecciones del 2023 con la democracia aún más conculcada, y el resultado demuestra con firmeza que el poder de la élite no tolera salidas que dan democracia y bienestar para todas y todos, entonces necesariamente tendremos que responder: ¿cuál es el plan B?
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Esta es mi última nota del año. De corazón espero que podamos juntos contar una mejor historia dentro de 12 meses. Disfrute de las fiestas y, si está con ánimo de leer o regalar lectura en esta Navidad, no deje de hacerlo con mi Ensayos desde un Estado perverso, disponible en Catafixia Editorial y también digital e impreso en Amazon. ¡Gracias!
Ilustración: En el fondo puedes ver el cielo (2022, adaptado de imagen generada con Dall-E)