«Confianza en los procesos»

El 2 de junio, la oficina del Procurador de los Derechos Humanos —PDH— de Guatemala publicó un comunicado sobre la persecución judicial a periodistas de El Periódico. No es iniciativa propia, pues dice responder a una denuncia de la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos de Guatemala —UDEFEGUA—.

El comunicado parece redactado por alguien en riña con la puntuación. Pero lo que consterna es lo anodino del texto, que sustenta la crítica de que Alejandro Córdova, actual procurador, funge como inerte comparsa en la cooptación del sistema judicial, particularmente ante las tropelías de Consuelo Porras en el Ministerio Público. Y, como ella, combina lenguaje ampuloso con una lastimera insistencia en el grado académico (para Porras probablemente fraudulento), que insinúa cierta falta de estima en los méritos propios.

Sin embargo, el lenguaje del comunicado señala algo más grave en la lógica y, por supuesto, en las acciones (más bien las inacciones) a las que se adhiere. Al decir que el procurador «… reafirma su confianza en los procesos judiciales de nuestro país…» obliga a descifrar qué significa tal confianza.

Recordemos el chiste amargo sobre el Ejército de Guatemala: la gente confía en los militares, no así en políticos, empresarios o la cooperación internacional. Es que todos sabemos que, cuando ofrecen dar palo, ¡cumplen! Así que no alcanza con «confiar en los procesos»: importa quién los sostiene y qué intenciones tiene.

El tema resulta aún más pertinente por el proceso electoral. Convencionalmente se afirma que las elecciones deben ser «libres y justas». Esto implica, como mínimo, que en elegir o ser electo nadie sufra coacción (esto las hace libres) y que todos tengan igual oportunidad (esto las hace justas).

La semana pasada el Tribunal Supremo Electoral —TSE— realizó su segundo simulacro de transmisión de resultados electorales y lo declaró un éxito. En Twitter esa declaración recibió aplausos, entre otros, de alguien que financió ilícitamente una campaña electoral y también de quien pidió que tal ilegalidad fuera juzgada «con discreción». Así que nomás por asociación podría uno cuestionar al tribunal.

Pero seamos más serios: pongamos como ejemplo una máquina de fabricar salchichas. El anuncio del TSE fue como probar la máquina y afirmar que lo que se mete por un lado sale, molido y empacado, por el otro. Hasta allí, todo bien.

Que la máquina funcione no garantiza que las salchichas sean comestibles.

El problema es que eso no dice nada acerca de lo que se meterá en la máquina, que igual puede venir del mejor corte de cerdo que de una rata sin suerte. Peor aún, puede ser carne descompuesta, con lo que todo terminará muy mal para los comensales, aunque el embutido tenga buen sabor. Que la máquina funcione no garantiza que las salchichas sean comestibles.

Y allí está lo importante. Que los procesos funcionen —en la justicia como en las elecciones— es un insuficiente «peor es nada» para una democracia desmantelada. En las elecciones la libertad y la justicia se combinan como multiplicación (libertad x justicia = elección) no como suma (libertad + justicia = elección). La ausencia de un factor no deja intacto al otro, sino que lo anula; la reducción de un factor, aún sin desaparecer, reduce el valor del otro.

Cuando el TSE, amparado por la Corte de Constitucionalidad, recortó la libertad de candidatos como Thelma Cabera y Jordán Rodas, Carlos Pineda o Roberto Arzú, no solo coartó la libertad de la ciudadanía para elegir. En el camino dañó la justicia de las elecciones. Aunque el proceso y el procesamiento de los votos fuera intachable, igualmente no serían elecciones «libres y justas». Es demasiado tarde para ello.

Identifico dos implicaciones. La primera califica la «confianza» del PDH en la justicia guatemalteca. En las condiciones actuales esa confianza es como el «orgullo chapín» del miwatista: con ella el funcionario no da evidencia justificable; simplemente expresa su fidelidad al bando del poder.

La segunda implicación es más retadora, porque compromete aún a gente que quiere bien. Metiendo carne de buena calidad, si la máquina funciona, saldrán salchichas comestibles, aunque el carnicero sea un canalla.

Igualmente,  es posible que gane alguien decente en una elección con libertades conculcadas, si el proceso de voto y conteo funciona. Pero esa persona enfrentará un doble reto: no solo deberá vivir con la duda sobre cómo fue electa, sino que deberá empeñarse en desmantelar la máquina perversa que lo eligió.

Ilustración: El proceso funciona (2023) (modificación de imagen de AlquemillaMollis, vía Pixabay).

Original en Plaza Pública

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