Ahora resulta que el Ministerio Público abusa de autoridad con investigar a los diputados. Habrase visto mayor insolencia.
Seguramente ha vivido esta experiencia. Va al baño, usa el inodoro y echa agua. En vez de drenar, el nivel dentro de la taza comienza a subir. Es el ominoso momento cuando se percata de que el desagüe está tapado y de que no queda más que apartar los pies y quizá rogar a san Maturino, patrono de los plomeros, esperando que la porquería no pase del borde y termine regándose por el piso.
Si es diestro en mantenimiento doméstico y se anima a navegar la marea negra, echará mano de un destapacaños. A ver si a fuerza de bombear logra que los coroneles sigan su camino aguado. De lo contrario, habrá que llamar al fontanero para que, ya empujando o jalando porquería, eventualmente quite la obstrucción del desagüe. Si un atolondrado ha tirado algún objeto más duro o grande por el retrete, incluso tendrá que quitar el inodoro.
En fin, hay muchas formas de lidiar con este desagradable inconveniente, unas más agresivas que otras. Pero una lección se aprende muy rápido: mientras no se libere el trayecto del desagüe, ¡no se vuelve a echar agua!
En el caso de nuestras sufridas instituciones, algunos parecieran no haber aprendido esta obvia lección. En todo Estado hay un caño indispensable que arranca en la voluntad ciudadana, se recoge en la formación de políticas, pasa por la legislación, arrima en los ministerios y el presupuesto del Ejecutivo y se termina juzgando en las cortes. Aquí, ese caño está tapado. Ta-pa-do.
Pero, mientras los plomeros de la Cicig y del Ministerio Público se afanan y siguen sacando inmundicia de la cloaca en que se ha tornado el Congreso, resulta una paradoja suprema que tengamos que confiar la aprobación de las reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos precisamente a los pícaros que en su mayoría se benefician dejando las cosas como están. Y mientras tanto, algunos se quedaron, más o menos ingenuos, en que hay que respetar la institucionalidad. Incluso, todo un embajador de los Estados Unidos —que debió tener asesores más perspicaces— respaldó en su momento al decaído presidente Pérez Molina. Fue como darle y darle a la palanquita viendo que allí no pasaba nada, que el agua seguía subiendo en la taza, que la porquería rebalsaba a borbotones, ¡hacía olas de tanta que había!
El resultado desafortunado no se ha hecho esperar. Mientras Pérez Molina insiste en que de la Casa Presidencial no saldrá aunque le quiten la inmunidad, al embajador le tocó vadear —literalmente— un mar de abucheos de los estudiantes de la USAC para ir a sentarse con los diputados, así fuera para exhortar/amenazar —tarde y poco— con que se pusieran a la altura de las circunstancias. Sus colegas europeos han tenido que hacer otro tanto. Y en el ínterin la inmundicia mayor, que ya no está en el Palacio, sino en las tarimas de campaña, sobre todo en las de rojo, se erigió cínica ¡y denunció al plomero! Ahora resulta que el Ministerio Público abusa de autoridad con investigar a los diputados. Habrase visto mayor insolencia. Olvídese de patos y escopetas, que hoy las metáforas son espantosas, en marrón. La caca diciéndole al excusado para qué sirve.
Quizá en Washington se dieron cuenta de la metida de pata, aunque fuera porque el agua sucia sigue arremolinándose e intentan desandar el paso en falso. Lo que queda muy claro es que a nadie le bastará con insistir en las formas institucionales, como si el único problema fueran los jugadores mañosos. Aquí el reto es de infraestructura, pues son las propias reglas las que están amañadas. Insistir en usar solo lo que hay, así se trate de un sencillo American Standard, un innovador trono digital o la más clásica taza de oro, tiene poco futuro si el caño está tapado y todos terminaremos con los pies empapados en la porquería. La reforma íntegra de la Ley Electoral y de Partidos Políticos no es opcional. La ciudadanía no la pide. Manda que el Legislativo cumpla.