Juntos o nunca

Los poquísimos sabios y los muchísimos ignorantes estamos de acuerdo: la corrupción se ha apropiado del Estado guatemalteco. Ejecutivo, legislativo, judicial, órganos de control, municipalidades, universidades privadas y USAC, todos se han articulado como nodos de la red perversa.

Para rematar el aquelarre, insisten algunos en amancebar iglesias evangélicas con gobierno, ahora a través de un espurio comisionado religioso. No les salió la iniciativa 5272, pero siguen apostando a que la religión será el eslabón final para que suficiente gente, disciplinada o más bien obnubilada por sus creencias religiosas, vote por los candidatos de la corrupción, no importa cuán impresentables sean.

El pacto de corruptos no necesita ser una conspiración. Su masa la forma una simple coincidencia de intereses. Basta que alguien quiera enriquecerse fácilmente, o que necesite evadir la justicia, para poder sumarse a la iniciativa.

¿Habrá salida? Algunos —muy pocos y más bien anacrónicos— dirán que el camino es la violencia revolucionaria. Pero ya vimos cómo terminó el último ensayo de eso en Guatemala: fue una sangría espantosa. Y encima le tocaría hacerla con jóvenes que están más interesados en el TikTok que en la AK-47.

Así que desde la sensatez aún apostamos por un segundo camino, el de asaltar las instituciones con una mayoría abrumadora. El lujo que no podemos tomarnos es pensar que eso significa esperar a las siguientes elecciones, echar un voto y volver a casa. Tomar las instituciones exige la suma masiva de apoyo social, en la calle y con el voto. Las tres cosas son necesarias: la opinión, la movilización y el acto electoral.

El 2015 ya dejó constancia de la importancia de la calle: juntar gente en una plaza o en una marcha es hacer visible el cuerpo social, es concretar la opinión: es pararse del lado de los buenos. Pero el 2015 también demostró la fragilidad del voto: quienes apoyaron la plaza igual terminaron escogiendo a Morales y así abrieron las puertas del infierno que vivimos.

Más aún, el 2016 demostró la volubilidad del apoyo. Mientras Morales jamás tendrá perdón por su traición a la intención renovadora de la población en la plaza, el pecado de muchos es haberse tragado la increíble mentira de que el problema era la Cicig y su apoyo al Ministerio Público en ese momento. Pero eso es agua bajo el puente: abierta la puerta del infierno hoy los demonios ya campean libremente por todas las instituciones. Lo importante es que hayamos aprendido algo.

Sin duda el pacto inicuo seguirá haciendo lo necesario para conseguir resultados a su conveniencia, como lo hace ahora en la Universidad de San Carlos y sigue haciendo en la selección de Fiscal General. Busca que solo sus candidatos compitan y cambiará las reglas de juego tantas veces como haga falta para que ganen.

Propuesta, protesta y voto son todos instrumentos disponibles a la ciudadanía, siempre y juntos.

Pero en esa desfachatez puede estar la oportunidad. La gente no salió a la plaza en 2015 por la corrupción como robo. Salió a la calle por la corrupción como desfachatez. La plaza era un enorme grito indignado: «¡qué cueros!».

Entendamos, aunque haya quienes dividan y confundan, que propuesta, protesta y voto son todos instrumentos disponibles a la ciudadanía, siempre y juntos. Son tres elementos a usar, congruentes, en contra del sofocante pacto entre oligarquía y corrupción.

Por ello la primera y más urgente necesidad es formar alianzas amplias con un único objetivo: arrancar el poder a quienes hoy lo controlan. Eso comienza en la opinión, sigue en la calle y solo eventualmente se concreta en el voto. Pero la segunda necesidad es igualmente crítica, y es la que no tuvo el 2015: arrancado el poder a los perversos toca suplantarlo con otra cosa. Es indispensable construir un sistema donde el poder es fragmentado y móvil, donde nadie lo controla todo, donde todos deben hacer propuestas y también ceder, pero donde todo sucede dentro de las instituciones y a la vista de la ciudadanía. Y esto exige tener diferencias de opinión, reconocer y aceptar las diferencias ideológicas, exigir que se prueben en la práctica y adoptar las que funcionan.

Por eso se equivoca quien le diga que no hay que expresar una opinión política, o que algunas son opiniones y otras ideologías, como si esto fuera malo. Es fatuo quien le diga que no hay que salir a la calle, que no hay que protestar, marchar y hasta bloquear. Y por anticipado fracasará quien piensa que al poder va a llegar por su propia cuenta, sin alianzas y sin acuerdos amplios.Imagen:

Urna funeraria (2021, foto propia).

Original en Plaza Pública

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