Teoría de cambio

El 20 de septiembre el Departamento de Estado de los EEUU le quitó la visa a Consuelo Porras, Fiscal General de Guatemala. En un comunicado informa que «los EEUU está comprometido con apoyar a la gente del norte de Centroamérica al fortalecer la democracia, el Estado de derecho y la rendición de cuentas, que son claves para un futuro más brillante». Y que para hacer avanzar esta prioridad ha colocado a Porras, entre otros, en una lista de «perpetradores de acciones antidemocráticas y corruptas», haciéndola «inelegible para una visa y admisión a los Estados Unidos».

Para interpretar esto quizá sirva pensar en «teorías de cambio»: explicaciones sucintas pero completas sobre cómo una intervención cualquiera conseguirá los efectos que afirma procurar. Tiene mérito intentarlo, pues frecuentemente los políticos actúan sin obligarse a explicar cómo sus acciones obtendrá resultados.

¿Cuál es el «si A, entonces B» de quitarle a Porras la oportunidad de visitar a Mickey Mouse? Imagino 3 posibilidades. La primera es obvia: «si (a) quitamos la visa a Porras, entonces (b) ella dejará de obstaculizar la justicia, por lo que (c) habrá menos corrupción en Guatemala y menos migración a los Estados Unidos». Supone que Porras cambiará su conducta ante la sanción, que ella tiene un papel clave en la corrupción y que la corrupción es clave en la migración.

Una teoría de cambio más cínica acerca de la Casa Blanca podría ser esta: «si (a) quitamos la visa a Porras, entonces (b) nuestra ciudadanía verá que perseguimos la corrupción, por lo que (c) nuestro partido ganará las elecciones de medio término en 2022». Cosa tampoco incompatible con la primera opción.

Propongamos una tercera teoría de cambio. La potencia del Norte podría plantearse que: «si (a) quitamos la visa a Porras, entonces (b) quienes la sostienen política y económicamente entenderán que perseguimos en serio la corrupción, por lo que (c) moderarán sus impulsos corruptos en Guatemala». Llamémosla una teoría de cambio psicológica, orientada en primera instancia a las motivaciones, antes que a las acciones.

¿Funcionan esas explicaciones? Los resultados no son halagüeños. Porras no solo no frenó sus impulsos, más bien los agravó. La misma semana que el Departamento de Estado la sancionó, la Policía Nacional Civil acosó a los padres de Francisco Sandoval, el exfiscal que ella despidió injustamente. A Porras la sanción del Departamento de Estado literal y figurativamente le viene del Norte. Las sanciones no indujeron cambio, ni siquiera mesura, en la conducta de la jefa del Ministerio Público.

Más aún, ante la sanción el presidente Giammattei afirmó que señalar a Porras era «una falta de respeto». Esto refiriéndose a una persona que no se respeta a sí misma lo suficiente para no plagiar su tesis en un mal llamado doctorado.

Hasta aquí las teorías de cambio del Departamento de Estado acerca de la corrupción en Guatemala parecen fallar: los corruptos no enmiendan sus modos y maneras ante las sanciones. Pero una teoría de cambio sirve para aprender y en este caso es como una serie de luces de árbol de Navidad: al quemarse un bombillo se apagan todos los focos que le siguen. Tras la sanción basta seguir la hilera apagada para encontrar el problema.

Porras no es corrupta por antojo o por error, sino por elección y por necesidad.

La Fiscal General —corrupta, injusta y plagiaria— es apenas un lacayo fementido, que por dinero o por convicción traiciona la justicia que juró defender. Pero quienes la protegen, explícitamente como el presidente o implícitamente al callar, dejan muy claro para qué sirve ella. 

Porras no es corrupta por antojo o por error, sino por elección y por necesidad. No sirve asumir que si tan solo el gobierno fuera menos corrupto invertiría en justicia o en evitar la migración. Aquí lo importante es el régimen político y económico extractivo protegido por esa corrupción.

La gente violenta e indiferente a la que sirve el Estado guatemalteco lo apuntalará aunque ello exija corromperlo todo. Así deban tener una fiscal general atroz o un presidente que miente incluso acerca de cuándo se vacunó. Así traicionen hasta al último ciudadano que intente migrar o dejen morir hasta al último enfermo de covid-19. Entendamos: en un país que produce auténticas islas de basura en el Atlántico ellos están dispuestos hasta a echar marcha atrás con una norma para reducir los plásticos de un solo uso porque «hay cosas más importantes qué atender». Nada les es demasiado valioso, nada suficientemente sagrado, nada lo bastante urgente, mientras el costo sea para otro y con ello garanticen su propia supervivencia, acumulación y poder.

Ilustración: Monumento a Washington y Capitolio (foto propia, 2018).

Original en Plaza Pública

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