No basta con hacer cosas buenas

Si usted quiere llenar la cisterna, no basta abrir el grifo. Hay que tapar el desagüe. Y si lo que hay son grietas inmensas, cobra urgencia sellarlas.

He oído en el podcast de ConCriterio un par de entrevistas con funcionarios del futuro gobierno de Alejandro Giammattei. Escucharlos provoca una profunda zozobra.

No es que sus ideas técnicas no parezcan buenas. De hecho, Guillermo Castillo, el vicepresidente electo, suena como un hombre sensato, con experiencia y propuestas que podrían funcionar. El desasosiego viene de otra parte. Es la sensación, más aún la certeza, de que todo esto lo hemos escuchado antes.

En efecto, cada 4 años, sin falta los equipos técnicos e incluso los mismos políticos electos describen algunas propuestas razonables. Recordando apenas ejemplos en educación, donde me he movido por trabajo, sé que María Del Carmen Aceña quiso e hizo cosas buenas. Integró los sistemas de información del Ministerio de Educación y consolidó el acceso con Pronade. Le siguió Ana de Molina, que llamó la atención sobre la mala infraestructura escolar, saneó las finanzas y regularizó la contratación magisterial. Cynthia del Águila abrazó lo obvio pero negado: que los docentes deben ser profesionales universitarios. Y Óscar Hugo López, actual ministro, insiste en la formación magisterial y la renovación curricular del Ciclo Básico, urgente ante una Primaria que creció mucho en las últimas décadas.

Y sin embargo, ¡estamos tan mal como siempre! El estudio internacional PISA-D, desarrollado con esmero técnico y a gran costo, encuentra que, «En Guatemala (…) los que tienen más, aprenden más». Ponen número al fracaso: la juventud «de familias con más recursos, tienen 8 veces más [probabilidades] de estar por arriba del nivel esperado en lectura» que sus pares más pobres.

Igual sucede con la máxima vergüenza nacional: la desnutrición crónica. Pérez Molina entró hace 8 años con el combate del hambre como su gran apuesta. Ya antes Berger le había declarado la guerra al tema. Hasta el incompetente de Morales lo refrendó. Y sin embargo, vamos peor que nunca. Uno de cada 2 niños tiene desnutrición crónica. Y la desnutrición aguda va para arriba. Es inaudito. Cada uno dice, propone y hace lo que se supone que necesitamos, pero al final nada mejora.

Nunca faltan mentecatos que nos distraen culpando a una supuesta «izquierda». Es una acusación absurda: aquí nunca ha mandado la izquierda, al menos desde que traicionaron a Arbenz y más aún con la liquidación de la guerrilla por las armas y en la mesa de negociación. Y no, la camaleónica UNE no cuenta como izquierda. Es la derecha triunfalista la que está metida en un contrasentido, queriendo asegurar que ganaron la guerra y a la vez negar que son responsables del desastre que tenemos. No pueden afirmar lo primero y negar lo segundo.

Pero, más allá de la distracción inútil, hay que preguntarse por qué, sabiendo qué hay que hacer y cómo hacerlo, aquí siempre vamos mal. Le propongo que una razón importante es que no basta con hacer cosas positivas. Antes e incluso con más urgencia, también hay que dejar de hacer cosas contraproducentes. Si usted quiere llenar la cisterna, no basta abrir el grifo. Hay que tapar el desagüe. Y si lo que hay son grietas inmensas, cobra urgencia sellarlas.

Hace ratos sabemos cómo prevenir la desnutrición. Pero hay quienes insisten en hacer lo que estorba. Como negarse a pagar los impuestos para que el erario tenga con qué desarrollar programas de seguridad alimentaria y detectar y atender a la niñez en riesgo, por ejemplo. Y no basta que un programa contra el hambre esté bien diseñado. Porque el clientelismo estará en la lista de beneficiarios, pero más aún está en pagar favores a proveedores corruptos, por ejemplo.

Cosa que nos regresa al caso paradigmático de la muerte que dieron a la Cicig. Porque dicen que no pagan los impuestos porque, igual, en el Estado se los roban. Pero, cuando al fin hubo forma de perseguir con eficacia a funcionarios y empresarios corruptos, no cejaron hasta acabar con ella. Piden combate de la desnutrición, pero se empeñan en que para ello nunca se tengan generales —los funcionarios incorruptibles—, ni soldados —empleados públicos contratados y pagados dignamente—, ni balas —el dinero a tiempo y suficiente—. Cuesta saber si son más hipócritas o maliciosos, que declaran la guerra cuando ya están peleando del lado del enemigo.

En conclusión: a los nuevos funcionarios no les alcanzarán las inspiradas propuestas de política, la buena intención y las mejores acciones. Aquí necesitamos que nos muestren cómo van a neutralizar esa contracara persistente del Estado guatemalteco, ese inframundo, auténtico Xibalbá, que reproduce insistentemente la enfermedad y el daño.

Ilustración: La señora August Roulin con bebé (1888), de Vincent Van Gogh

Original en Plaza Pública


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