«Business as usual» en el Estado perverso

Tras un respiro agradecido volvemos a la reyerta. Como medio tiempo, la Semana Santa marca el inicio de la recta final. El domingo estaremos a siete semanas de las elecciones. Las noticias enfocan la atención. La captura de Mario Estrada en los Estados Unidos delinea los contornos enfermos del Estado guatemalteco y de su sistema político partidista.

A pesar de ello, por el momento la gente perversa respira aliviada. No tiene todo lo que quisiera, pero qué importa: ha logrado lo necesario. Sigue descarrilada la candidatura de Thelma Aldana. Ha apuntalado a Sandra Torres lo suficiente para que la egomanía y el ansia de poder de la candidata la mantengan en piloto automático, dando codazos a sus contrincantes, enfocada en la poltrona presidencial a pesar del durísimo antivoto que la rechaza.

Apretados por la contraproducente pinza de la política exterior estadounidense —mitad persecución antinarcótica y mitad apoyo hipócrita e ingenuo a la institucionalidad electoral—, los traicioneros marionetistas de la élite económica tienen otra tarea más urgente: cómo diablos crear un outsider viable a partir del establo de conocidos fascistas, narcos y evangelistoides que va quedando en la papeleta. Pero la historia los alienta: ya lo consiguieron dos veces en los últimos cuatro años. Fabricaron un sustituto de Pérez Molina con Maldonado Aguirre por la vía leguleya. Luego, con Jimmy Morales dieron vida a un auténtico engendro del doctor Frankenstein armado con piezas de militar perseguido, diputado corrupto y comediante malo, todo pegado con la goma del dinero empresarial y con lo que pareciera una infinita estulticia electoral. Así que se regocijan de tener en marcha el plan A (fuera, Thelma), un plan B (la mano dura del fascismo, que tanto encanta al electorado urbano) y hasta un plan C si no hay de otra (Sandra comprada al precio de engatusar su inacabable ambición).

Vista con despego, la cosa escandaliza. «¿Cuándo vamos a decidir que Guatemala es un Estado fallido y que tenemos que empezar de nuevo?», pregunta Luis von Ahn en Twitter. La gente inteligente, bienintencionada y con experiencia de mundo reconoce que este país no es normal. Pero las frases hechas atrapan. Desde que Helman y Ratner acuñaron (quizá) el término, «Estado fallido» resultó un conveniente basurero dónde echar a todos los países, desde Somalia hasta Iraq, que no se portan según la ortodoxia occidental.

Como suele suceder, la realidad es más compleja. Para Guatemala debemos entender: aquí no hay un Estado fallido. Nuestros aparatos jurídico, político e institucional funcionan perfectamente. Solo que sus fines no son democráticos y no se orientan a la prosperidad o a los derechos humanos. Lo que tenemos aquí es un Estado perverso: un organismo social cuyas leyes, distribución de poder y organizaciones se articularon para servir al interés de los pocos, depredar el esfuerzo del resto y aprovechar las prácticas de los tramposos.

La lucha contra la corrupción no es meter unos cuantos malandros en la cárcel, sino desestabilizar los nexos que sostienen el Estado perverso.

Es urgente entenderlo porque sin diagnóstico correcto no habrá intervención efectiva. Ya la plaza en 2015 demostró que no basta con «empezar de nuevo». Aquí debemos desarticular las bases del poder viejo. La lucha contra la corrupción no es meter unos cuantos malandros en la cárcel, sino desestabilizar los nexos que sostienen el Estado perverso. Lo entendieron Iván Velásquez y Todd Robinson. De ahí el pecado que la élite no perdona a Velásquez, como no lo perdona a Claudia Paz y Paz o a Thelma Aldana. Lo entienden quienes desde la élite piden pasar la página, actuar «discretamente». También por ello es tan grave el inmovilismo agazapado de Consuelo Porras, ya que da tiempo para remendar los nexos del Estado perverso.

Todo esto se torna de vida o muerte de cara a las elecciones que vendrán en menos de dos meses. Lo vivido en los últimos tres años no es un Estado fallido. Es la acción del Estado perverso, que se llevó un susto tremendo cuando la Cicig comenzó a inducir una justicia efectiva y cuando la población comenzó a despertar en 2015. Por ello se ha dedicado con ahínco a marginar del poder a quienes amenazan sus bases. Y por esto preocupan los resultados de la encuesta metropolitana de marzo realizada por Asíes. La población urbana, presa de medios secuestrados y con una decidida vena conservadora, se desmarca de la tendencia nacional y pierde interés en el combate de la corrupción como detonante de cambio. Quien desde la palestra electoral —presidencial, municipal o de diputados— quiera cambiar este país enfermo necesita capturar la atención y el voto de ese electorado ingenuo. Y usted y yo, ciudadanos, debemos entender: estamos ante una ingenuidad suicida.

Illustración: Ojos odiosos (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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