Cicig, parranda y prioridades

Se armó la de Troya. Nada menos que un investigador de la Cicig ayudando a una colaboradora eficaz del juzgado a disfrutar juntos un taco de lengua de novio.

Cortémonos las venas. Reportan los medios que Marvin Montiel Marín, narcotraficante conocido como el Taquero, soltó una bomba durante su testimonio en juicio. Evidencia fotográfica en mano, afirmó que Rogelio Ramírez Cartín, exinvestigador costarricense de la Cicig involucrado en el caso contra el mismo Montiel Marín, se enredó sentimentalmente con Alejandra Reyes Ochoa. Reyes Ochoa, recordemos, es viuda de Byron Lima Oliva, el militar implicado en la muerte del obispo Gerardi, involucrado en sospechosas relaciones con el difunto expresidente y alcalde Álvaro Arzú y acusado de ser responsable de tráfico de influencias y de otras lindezas en el sistema penitenciario. Y al Taquero se le atribuye la orden de dar muerte a Lima Oliva en prisión.

En esta novela solo falta la suegra mala. No hay forma de que uno solo de los involucrados —persona, animal o cosa— salga bien parado del asunto. Pero, como esperamos más de los policías que de los ladrones, los palos de la opinión pública los reciben el investigador y la Cicig. Bien ganados, aunque estén inflados por la propaganda del pacto de corruptos. «No basta con que la mujer del césar sea honesta; también tiene que parecerlo».

Como de costumbre, lo fácil es usar la anécdota para llevar agua al molino propio. Si apoyamos a la Cicig, preguntamos cómo fueron a parar las fotos del investigador y la colaboradora en manos de un narcotraficante enjuiciado y en prisión. Si estamos entre los corruptos o los incautos que aún apoyan el pacto de corruptos, señalamos: otra muestra de que la Cicig es tan mala como sus perseguidos. O peor por hipócrita. Esta es la levadura, más bien la espuma, del chisme, con la cual nace, crece y se reproduce el zumbido agobiante de las redes sociales.

Por eso debemos reflexionar más. No alcanza identificar las luces y las sombras de la anécdota. Hay que reconocer las formas que ellas perfilan antes que quedarnos en los incidentes.

Distingamos entonces. Por un lado están los sucesos: un narcotraficante que se defiende con lo que encuentra a mano, una entidad que tropieza en la supervisión de sus técnicos, un individuo que expone su reputación y la de su institución por el más ordinario cachondeo.

Por el otro lado está la realidad de lo que necesitamos: juicios justos, persecución efectiva del crimen, investigación profesional, protección de la privacidad. Aquí está lo importante: que hay instituciones que nos urge tener y acciones que nos urge tomar, pero que pueden hacerse bien o mal. Y que hay organizaciones y acciones que nos sobran, pero que también pueden realizarse bien o mal.

No alcanza identificar las luces y las sombras de la anécdota. Hay que reconocer las formas que ellas perfilan antes que quedarnos en los incidentes.

Un narcotraficante puede salir temprano a la oficina, revisar las cuentas, ordenar algunos asesinatos de competidores estratégicos y luego tomar el tiempo para almorzar con su pareja y sus hijos. O ser un crápula que se levanta tarde, mata por enojo y maltrata a su mujer. O cualquier combinación de esos elementos.

Mientras tanto, un investigador de policía puede ser un padre amoroso de discreta vida suburbana y no dar pie con bola cuando se trata de resolver casos. O llevar una vida de bares, patear al perro y documentar sólidamente los casos criminales. O cualquier combinación de estos elementos.

Puede haber gente eficaz o caótica, acaso destructiva para quienes la rodean y para sí misma. Y puede haber entidades efectivas, inútiles o incluso dañinas. Pero son dos ámbitos distintos y solo vinculados de forma relativa. En ambos hay cosas necesarias y otras con las que debemos terminar. Lo que nos urge como sociedad, lo que debemos procurar juntos, es contar con las instituciones para acabar con los problemas que nos aquejan. Por eso, ni desde el púlpito de la más exaltada catedral gótica se puede proteger la pederastia. Y ni con sargentos insobornables se vale que la policía haga limpieza social. Que un capo sea padre ejemplar no cambia que debamos acabar con el narcotráfico criminal. Aun con rectores corruptos debemos insistir en que la universidad es una necesidad para la investigación y el desarrollo. Y aun ante la torpeza de un investigador y el descuido de sus supervisores insistimos en lo importante que resulta la Cicig para nuestra justicia. Sí, censuremos al investigador y a la institución. Exijamos explicaciones y, sobre todo, mejoras que garanticen que el desmán no vuelva a pasar. Pero ante todo, a pesar del tropiezo, debemos continuar rechazando el pacto de corruptos y su estela destructora. Debemos apoyar la consolidación de la justicia que tanto nos urge.

Ilustración: Amor Prohibido (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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