Álvaro Arzú y la curva de rendimiento decreciente

Dudo muchísimo que usted y yo pasemos un solo día, no digamos toda la vida, sin mentir. Así sea de oficio para reconfortar a un ser querido en un momento de adversidad.

Así que tire la primera piedra si usted no lo hace. De igual forma, supongamos que es cierto que es imposible deshacerse de toda corrupción, que incluso incurrimos en ella porque no hay más remedio. Este es un caso especial de una idea más amplia: que hasta cierto punto la corrupción es funcional. Aunque sea para sobrevivir.

La idea tiene mérito. Excepto entre ángeles que solo existen en la imaginación y la muerte como mal absoluto (pues nos veda todas las demás cosas que trae la vida), prácticamente todo es asunto de matices.

Así que, aunque la ley no hace excepciones respecto al mandato de la Cicig o el Ministerio Público, igual podríamos plantear que la corrupción es un asunto de grado. Demos por sentado, como algunos, que la corrupción es relativa, que no vale la pena perseguirla siempre, sino solo cuando las desventajas que acarrea superan las ventajas que conlleva. Seamos utilitarios y evaluemos la corrupción como asunto de costo-beneficio, esa perspectiva que tanto gusta a algunos que se dicen líderes empresariales.

A partir de este escenario, afortunadamente hipotético, reflexionemos sobre Álvaro Arzú, sempiterno jefe de la alcaldía de Guatemala. Desde 1990 ha mandado más o menos 18 de forma directa y 9 por interpósita persona, aparte de pasar 4 en la presidencia. Su entrada a la alcaldía fue espectacular. En la imaginación de quienes entonces éramos jóvenes clasemedieros fue notorio el contraste con José Ángel Lee, Abundio Maldonado y Leonel Ponciano (a Manuel Colom, lamentablemente lo recuerdo solo como un muerto notable). Arzú sembraba árboles, ponía basureros, limpiaba mercados, tapaba baches en la calle. Recuerdo la ingeniosa medida de economizar en bordillos: si los quitaban de un punto, usaban los pedazos para armar un bordillo en otra parte. No era bonito, pero era rápido, barato y eficaz. De lo que habíamos tenido en el período previo, era como aumentar infinitamente la eficiencia y la eficacia. Aunque fuera corrupto, era buen negocio tenerlo gobernando. Trazaba una curva de rendimiento-costo que era casi vertical.

En algún momento llegaron las innovaciones en servicios municipales. Tras tener un solo lugar para hacer trámites, se multiplicaron las Minimunis y se ordenaron las filas en las oficinas municipales: ¡podía uno tomar número! La curva seguía para arriba.

Llegó Arzú a la presidencia y firmó la paz. Qué importaba si había tratos bajo la mesa con comandantes y el Ejército: ¡se acabó la guerra! Tuvimos una nueva policía municipal: eficiente, equipada, respetable. Quizá. Bueno, y también puso en venta la administración pública. Regaló Guatel, pero esas líneas telefónicas que esperábamos por años ya no hicieron falta, pues todos tuvimos acceso a teléfonos celulares y en todas partes. También vendió Fegua y nunca vimos ni un metro de riel de tren. ¿Será que la curva se aplanaba?

Regresó Arzú a la municipalidad y siguió la ampliación de los buses articulados. Como clasemediero acomodado, nunca los usé yo ni los usaron mis hijos ni mis primos ni mis tíos ni mis hermanos. Pero han de ser buenos para el pueblo de tan bonitos que son. También se abrieron un par de agujeros gigantescos en la zona 6 debido al mal mantenimiento de la red de drenajes, aunque eventualmente fueron reparados. Sí, la curva se aplanaba.

El hombre que ve la ciudad como su finca y la municipalidad como su caja chica no pudo cultivar un solo sucesor en su entorno

El hombre que ve la ciudad como su finca y la municipalidad como su caja chica no pudo cultivar un solo sucesor en su entorno: o lo sirven callados, así paren en la cárcel, o se distancian de él. Hasta que resultó que sus hijos estuvieron en edad de merecer… un cargo público. Encontró el heredero perfecto, que lleva al menos la mitad de sus genes. No, ¡otro que tiene su mismo nombre y su mismo apellido! Así carezca enteramente de méritos propios. La curva ya no se aplana: cae estrepitosamente.

Quizá usted no quiera creer en la corrupción como mal intrínseco, pero ya no puede ver en Arzú un buen negocio. El señor que hace pucheros en una conferencia del MP y la Cicig, que detesta la prensa, que clama guerra contra la justicia, hace rato dejó de desquitar en resultados lo que cuesta en democracia y dinero. Hace rato que dejó de producir más de lo que consume. Es un mal negocio.

Ilustración: Guatemala a precio de Arzúes (2018), propio

Original en Plaza Pública

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