Yo no fui, fue teté

El 13 de abril el New York Times publicó un ensayo de Kevin Casas Zamora, cuyo título puede traducirse como «Mirar a Latinoamérica: Así fracasan las democracias». Expresa preocupación: el populismo del outsider que representaba Pedro Castillo en Perú responde a la exasperación popular ante democracias que nunca atienden su interés. Pero abre la puerta al desastre.

El caso peruano pareciera darle razón. El régimen de Castillo fue caótico, y la cosa empeoró tras su expulsión, sustituido por Dina Boluarte, su vicepresidenta.

Casas Zamora ve a Perú como precursor: en 1990 Alberto Fujimori escribió el manual del outsider que promete limpiar al sistema, convence a la población y se perpetúa autoritario. Lo siguieron Chávez, Bolsonaro, Trump, Bukele y más; agreguemos al emético Jimmy Morales para recalar en Guatemala. Concluye: la prescripción del populismo anticorrupción fue peor que la enfermedad. Debilitar a los partidos políticos solo deterioró la democracia.

El autor preside International IDEA, un prestigioso organismo sueco, y fue vicepresidente de Costa Rica. Con una notable carrera en sistemas electorales y democracia, conoce la materia. Sin embargo, tras la lectura este escritor de notas marginales siente que le dieron un plato sin sal.

Sí, los actores señalados —el pueblo exasperado, el manipulador populista, los corruptos— son parte de la obra pero no todo el elenco. Y nombrarlos no explica la obra representada. Menos aún cuestiona en qué escenario actúan.

Michael Mann, al profundizar en las fuentes del poder social, rechazó la existencia de la sociedad. No como Margaret Thatcher, que solo veía individuos en un universo de «sálvese quien pueda». Es que, estrictamente, la sociedad no actúa, lo hacen las personas. Entender la acción social exige determinar quién actúa, qué hace y con quién se relaciona para hacerlo.

El caso de Morales ilustra. Sí, actuaba como manipulador populista. Pero lo que hacía no era señalar corruptos, simplemente se desmarcó genéricamente, diciendo que no era «ni corrupto ni ladrón». La precisión que pide Mann se completa preguntando con quién se relacionaba. El supuesto outsider no actuaba solo: por el lado del partido se relacionaba con militares encausados por corrupción. Por el lado del ilícito financiamiento electoral, con miembros de la élite económica. Dime con quién andas y te diré quién eres. Juntos fueron «la sociedad» que actúa.

Contrastando con el análisis de Casas Zamora entendemos que los outsiders nunca lo son. Bolsonaro no se levantó una mañana, se restregó los ojos y dijo: «seré presidente populista». Como los otros, fue un actor imbricado en redes de mentores, habilitadores de recursos y acceso, y cobradores de favores. Consiguió el papel porque en casting demostró el perfil necesario. Y todo sin conspiraciones: basta con la afinidad de intereses (Dios los cría) que convergen entre sí (el Diablo los junta).

Y así llegamos al escenario. Porque Casas Zamora señala que Perú se cae y otros lo siguen. Pero no une los puntos para ver qué dibujan.

Nuevamente ilustra el ingrato Morales. En 2018 anunció la expulsión de la Cicig, el organismo anticorrupción, amparado en el Ejército de Guatemala. Pero su poder descansaba en Trump, quien evitó darse por enterado; en un Capitolio de republicanos y demócratas que «se equivocaron» al no responder con firmeza ante la afrenta. Nomás eran amiguis de algunos empresarios de élite en Guatemala.

Y así, buscando enlaces concretos, volvemos al autor comentado. Casas Zamora dirigió un programa en un prestigioso tanque de pensamiento de Washington. La misma entidad que acogió como miembro a Alejandro Toledo, expresidente peruano, señalado en su país y en los EE. UU. por corrupción en el caso Odebrecht (¡ups!); que contó en su Consejo de Liderazgo con un empresario guatemalteco que admitió públicamente haber financiado ilícitamente a Jimmy Morales (¡doble ups!); y que hoy tiene en ese papel a ¡otro empresario guatemalteco con idénticas credenciales! (sobra la indignación). Todos, cargos a los que solo se accede por invitación expresa. Sin malicia: quizá el experto lleva demasiado tiempo hablando con gente de juicio cuestionable.

Luis Bonaparte tenía claro que quien azuza el arrabal consigue el poder, vaya sorpresa. Y, sin duda, los movimientos indígenas, campesinos y populares en Latinoamérica son profundamente incompetentes. ¿Cómo podría ser distinto, si carecen de educación, dinero, experiencia de gobierno, y hasta de invitaciones para formar parte de los tanques de pensamiento de Washington? Señalar hacia el Sur, a la izquierda y, sobre todo, señalar hacia abajo en la escala social es conveniente, porque siempre se encontrará a quién culpar. Todo, a condición de que no se tenga que sacar un espejo.

Ilustración: Reflejo imperfecto (2023, con elementos de Dall-E).

Original en Plaza Pública

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