¿Volver a la normalidad?

¿Cómo será el mundo en 100 o 1,000 años? La ciencia ficción suele hacer preguntas como esta.

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Los autores de ciencia ficción dura —esa que procura basarse en datos— continuamente preguntan qué pasaría si. Kim Stanley Robinson, uno de los notables contemporáneos en el género subraya: cada vez que decimos algo colapsamos múltiples futuros posibles en uno solo: de todas las oraciones que podríamos decir construimos una sola. Así ponemos el punto de partida del universo que habitaremos en adelante.

Eso que sucede con el lenguaje también pasa con la acción. La mayoría del tiempo no nos damos cuenta: cada expresión y cada conducta es una bifurcación mínima entre lo que pudo ser y lo que será, sus consecuencias invisibles hasta que pasa el tiempo. Pero a veces los hechos son excepcionales y hasta el más obtuso se entera. Alea iacta est, dijo Julio César, consciente de lo que hacía. Pero los soldados también se mojaron al vadear el río.

La pandemia es un hecho así. Ante el río de la enfermedad cada líder echa suertes al cruzar con la ciencia o quedarse con el rumor. Y su gente vive o muere al seguir en adelante por rutas que se separan. Centroamérica, fragmentada y diversa, es buen ejemplo. Son cada vez más obvias las divergencias entre una Costa Rica capaz y una Nicaragua abandonada a la mala fortuna por sus autoridades.

Pero la lección es más profunda. Porque podríamos pensar que Costa Rica y Nicaragua divergen hoy ante la pandemia, pero sus caminos comenzaron a separarse hace mucho tiempo. Sus élites y líderes tomaron muchas y mínimas decisiones desde la independencia y a lo largo de 2 siglos, que como sociedades las llevaron a existir hoy en universos literalmente inconexos. Nicaragua ante la pandemia no es ni puede ser Costa Rica ante la pandemia. Es demasiado tarde.

Es imposible desandar el camino. César no necesitaba a Heráclito para entender que ni retornando a la Galia Cisalpina habría pasado de nuevo por el mismo Rubicón: su camino en adelante apuntaba hacia Roma. Pero reflexionar sobre las determinaciones pasadas permite mejorar las decisiones hoy. Atribuyen a Mark Twain decir que la historia no se repite, pero sí rima. Y la idea sirve. Porque lo que hace la pandemia es ofrecer la oportunidad de tomar hoy y aquí mejores decisiones que en el pasado.Cuesta reconocerlo en medio de la crisis, que queremos ver como un asunto pasajero. Sin duda la mayoría de transformaciones se desharán una vez termine la emergencia. Hoy las calles del mundo están vacías y el aire de las ciudades es más limpio. Esto no durará: apenas podamos volveremos a nuestros autos y embotellamientos tóxicos. ¿De qué otra forma trasladarnos el día que termine la cuarentena, si en los últimos 100 años no construimos un sistema de transporte público digno? Pero la historia habla en voz baja: hemos visto que sí es posible quedarnos en casa, movernos a pie, dejar de comprar cachivaches y seguir vivos. ¿Nos atreveremos a tomar las decisiones necesarias para comenzar a cambiar el derrotero?

Hemos tenido que reconocer que el Estado enano —esa infeliz ocurrencia— no es solo injusto, sino incluso peligroso para la salud de los más ricos.

Más cerca de casa es igual. La crisis del covid-19 fuerza al gobierno conservador de Guatemala a distribuir transferencias monetarias a la población más pobre, esta vez sin condición alguna. Pasada la pandemia esas transferencias también desaparecerán. Sin más impuestos, apenas dará tiempo para hacer un par de desembolsos, beneficiar quizá a algún amigo banquero, antes de que la plata se acabe y volvamos por necesidad a la pacatería fiscal. Pero la historia habla en voz baja: lejos han quedado los días en que el Cacif emprendió su guerra sin cuartel por mucho menos que eso contra el gobierno de Álvaro Colom. Y aquí como en Washington, Londres y Berlín, hemos tenido que reconocer que el Estado enano —esa infeliz ocurrencia que algunos vendieron insistentemente desde el fondo de un barranco en la zona 10— no es solo injusto sino también peligroso, incluso para la salud de los más ricos. 

Es improbable, quizá imposible, dar un timonazo repentino a nuestro rumbo. La biografía de autoritarismo de Alejandro Giammattei y 75 años de llevar el Cacif a cuestas del Estado no nos dejan. Tanto, que no concebimos otra forma que el castigo como manera de relacionar autoridad con ciudadanía. Pero la historia habla en voz baja: en adelante nadie podrá alegar que la economía es más importante que la salud o que es incontestable la palabra de la élite empresarial. Ellos mismos —el poder de siempre— cedieron ya esa plaza.

Ilustración: «Bodegón con naranjas, limones y guantes azules» (1889), de Vincent Van Gogh.

Original en Plaza Pública

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