Una conversación racional

Para los demás, nosotros los ciudadanos, el gusto por Sperisen ni nos viene ni nos va. Lo que necesitamos es un país mejor, vivir en paz, prosperar y dejar al menos alguna esperanza a nuestros hijos.

Es obvio que los chapines necesitamos aprender a dialogar racionalmente. Cuando nos preguntan nuestra opinión sobre un tema cualquiera, «¿qué piensas sobre el caso Sperisen?», lo interpretamos como una pregunta sobre nuestras preferencias: «¿te gusta Sperisen?».

Puesto el debate en términos así, resulta automático escoger. Igual que prefiero los postres a las ensaladas, si aspiro a «blanco», urbano y clasemediero, me gustará más la gente así; ciertamente más de lo que me gustanlas personas pobres, morenas y violentas que usualmente pueblan las cárceles. Con ello las respuestas resultarán tan poco razonadas como nuestras preferencias por el café o el helado de fresa: «me gusta el canche Sperisen»; y así con todo: «no me gustan los ladrones», «me gusta Friedrich Von Hayek», «no me gustan los campesinos», «no me gustan los empresarios».

Aun cuando las apuestas no sean de vida o muerte, caemos en los mismos arranques del afecto, sólo porque sí. Bastó una crítica a la curaduría para que se desataran entre la gente del arte los peores demonios de la mala sangre, y cito: «le va mucho mejor sirviéndole de supositorio a una vaca», «la frivolidad del autonombrado gurú de esta familia», «sos un envidioso terrible. y malo. Una persona mala» (sic). Para fines prácticos, se están diciendo: «no me gustan los artistas resentidos, peor si son gays», o «no me gustan los miembros del establishment».

Y allí termina la conversación, en ver quién vocifera sus gustos y desagrados con más fuerza. Es como vivir en riberas opuestas de un río infranqueable, dedicados a tirarnos piedras mutuamente. El resultado inevitable es que ganará el que tire más piedras y el que tenga las piedras más grandes de su lado del río, nada más.

Obvio es que hay a quienes les convienen las situaciones así. El líder religioso no tolera que se cuestione su fe, pues vive de ella. El militar saca a relucir el manido honor cuando se señalan los muchos abusos del ejército, pues éste es la fuente de sus persistentes prebendas. El cómplice de la arbitrariedad intenta desacreditar el resultado del juicio a Sperisen, por más sólido que sea su proceso. ¿Qué más espera? Hasta los diputados saltan airados cuando se sugiere que el Congreso es corrupto. Habrase visto.

Pero para los demás, nosotros los ciudadanos, el gusto por Sperisen ni nos viene ni nos va. Lo que necesitamos es un país mejor, vivir en paz, prosperar y dejar alguna esperanza a nuestros hijos. Esto exige procurar lo bueno, más que lo que nos gusta.

En el Mundial podremos apostar por un equipo nomás porque sí, porque nos gusta. Pero construir una sociedad vivible exige ser más pragmáticos. Si somos serios, busquemos los fines, antes que atesorar unos muy cuestionables principios infranqueables. Encontrar lo que funcione para asegurar el bienestar, la prosperidad y la justicia para todos, es bastante más importante que repetir una verdad recibida, porque así me enseñaron.

Para esto, primero hay que perderle miedo a la autoridad –política, académica, religiosa, de clase, familiar, la que sea– y ensayar ideas nuevas que tengan sentido, que muestren resultados. Por muy lúcidos que fueren, ¿por qué habrían de tener razón, en todo y para siempre, un alemán decimonónico como Marx, el austríaco Von Mises con cuatro décadas de muerto, un anciano del pueblo que no llegó a la primaria, o unos abuelos que acumularon su fortuna por el favor y la gracia de un dictador y sobre el lomo de los pobres? ¿Por qué rechazar algo cuando funcione –así se trate de transferencias condicionadas en efectivo, del mercado libre o de los preservativos– nomás porque otro más mañoso me dijo que no me debía gustar?

Segundo, hay que ensayar para aprender. Lo que funciona no es siempre lo mismo, ni siempre funciona. Hay que probar, repetir, ajustar y sí, también descartar. Esto da pereza, porque exige pensar por uno mismo, reconocer el trabajo de otros y estar atentos a los resultados, en vez de seguir instrucciones. Da miedo, porque exige abandonar la seguridad de lo conocido.

Finalmente, hay que reconocer que otros también tienen la razón, también tienen soluciones. Hay que escuchar y dialogar.* Esto no es fácil, pues en vez de ocuparnos recogiendo piedras para hacerlas arrojadizas, debemos usarlas para construir puentes con quienes no piensan como nosotros, pero igual quieren el bien. En vez de aferrarnos a nuestra ribera aislada, debemos configurar una comunidad mayor, una comunidad mejor.


* Buscando por la internet recursos para sostener la conversación racional me topé con este flujograma. Obligarnos a seguirlo en cada debate debiera ser la consigna. El original (en inglés) está aquí.

Original en Plaza Pública

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