Pensarnos como tejido nos obliga a reconocer que aquí no hay más que un hilo, una misma gente. Lo que hagamos tendrá que hacerse con los que estamos, con los que somos.
¿Conoce usted la diferencia entre tejido de punto y tejido en telar? Mientras la tela en el telar se construye con trama y urdimbre, dos juegos de hilos que se entrecruzan, uno a lo largo y otro a lo ancho, el tejido de punto se hace con un solo hilo. Toma quien teje dos agujas y pacientemente monta una hilera de puntos sobre otra, que al encadenarse van produciendo la tela.
En la Odisea, Penélope era tejedora de punto. Ante los pretendientes que le pedían dar por muerto a su esposo Ulises y casarse con ellos, ideó un plan: daría el sí cuando terminara de tejer un sudario para el rey Laertes. De día labraba las cadenas de hilo, pero llegada la noche tiraba de la fibra para deshacer el trabajo. Cosa imposible si su labor hubiera sido de telar.
Usted se preguntará a qué viene este discurrir sobre tejidos y tejedores. Téngame paciencia, que Penélope y el tejido de punto iluminan más de lo que imagina: la sociedad, este textil en que vivimos, se parece más al tejido de punto que al de telar, y al reconocerlo descubrimos importantes verdades.
En el telar, el tejedor define desde el principio el tamaño de la tela —no puede ser más larga que la trama ni más ancha que la urdimbre—. El tejido de punto, en cambio, crece y mengua sobre la marcha. Igual con los asuntos humanos. Más que tener destino y tamaño fijos desde el inicio, como mandan los mitos fundacionales de los esencialistas, la historia se construye sobre la marcha y con un solo hilo, que en sus meandros va atando la hilera presente con lo que vino antes.
En la historia, como en el punto, debemos aceptar el pasado. Lo que queramos fabricar en adelante tendrá que montarse sobre el tejido que ya existe y tejerse con el mismo hilo, pues no hay otro. Pero no se engañe ni deje que lo engañen con falso conservadurismo: las puntadas futuras pueden ser muy distintas a las del pasado.
Un tejido puede hacerse más denso o más suelto y variar sus dimensiones a base de meter más puntadas, hacerlas más apretadas o variar las que se ponen al derecho y al revés. Igual en la sociedad. Podemos ser más anchos, pero para ello necesitamos enrolar más a la ciudadanía. Podemos ser más fuertes, pero tendremos que tejernos más unidos. Podemos ser más ricos, pero ello exige aceptar que algunos somos puntadas de derecha y otros de izquierda, que amarran igual de bien. Y espantar los atavismos: como reconocer que en un tejido de arcoíris igual enganchan dos puntadas hombre, dos puntadas mujer y una puntada mujer con una hombre, que todo ayuda a construir el tejido y no pasa nada.
La metáfora deja también precauciones. ¿Ha visto lo que pasa cuando se corre una media? Faltando anclar una puntada o rompiéndose esta, si no se corrige el error, todo lo que cuelgue de ella quedará sin sustento y la escalera del defecto viajará por toda la media hasta hacerla inservible. Igual las puntadas falsas en nuestra historia, que sin atención seguirán corriéndose siempre. Pienso en el empeño de algunos por ignorar las injusticias de la guerra, como ante el juicio contra Ríos Montt. Tarde o temprano el tejido de la sociedad terminará rasgándose justo allí donde no quisimos hacer el remiendo.
Pensarnos como tejido nos obliga a reconocer que aquí no hay más que un hilo, una misma gente. Lo que hagamos tendrá que hacerse con los que estamos, con los que somos, fijando la puntada con cada una, con cada uno. En el pasado, una oligarquía triunfalista actuó como si tuviera todas las respuestas y tejió trampa comercial con abuso militar con corrupción pública ignorándonos a los demás. Y así, dejando puntadas sueltas, llegaron hasta este gobierno cuatrero, al que le apostaron todo, solo para que Pedro Muadi demostrara no ser sino el punto más reciente en una escalera mal anclada.
Pero no se confíe. Al igual que ellos, cualquiera que teje sin enmendar los errores terminará con una tela que se deshace. Debemos aprender a tejer juntos. En esto, cuento a tres tejedores en particular: los reformistas tímidos, esos miembros de la élite que aún hoy no logran despegarse de las enaguas conservadoras de la disciplina del Cacif; los progres clasemedieros del parque, amenazados por el divisionismo; y los líderes indígenas del campo y la ciudad, que tendrán que superar la desconfianza histórica.