Un país sin ciudadanas

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El Estado, así con mayúscula, es la forma de organizar el poder en la sociedad.

Un Estado incluye territorio, población y poder. Es un triángulo cuyos vértices se sostienen mutuamente. El territorio es el espacio en que vive la población y en que tiene dominio el poder. La población es la gente que vive en ese territorio, sujeta al poder del Estado. Y el poder es la forma en que se organiza la gente del territorio para ejercer dominio mutuo.

Guatemala dice ser un Estado porque cuenta con un territorio reconocido internacionalmente y donde sólo manda él. Dice ser un Estado porque tiene una población específica que admite los medios y prácticas de su poder. Y dice ser un Estado porque la gente aquí no solo admite su poder, sino que lo reproduce.

La mayoría de Estados son además Estados-nación. Es decir, formas de organización del poder en sociedades en que hay comunidad de origen, comunidad de ideales y, generalmente, comunidad de cultura e idioma. Guatemala dice además ser un Estado-nación.

Y muchos Estados-nación se definen como repúblicas democráticas. Repúblicas, porque el poder es de la gente, no de un monarca soberano. Democráticas, porque la gente tiene potestad de elegir a quien ejercerá el poder y porque este poder está sujeto a reglas. Sobre todo la regla de que se manda por plazo limitado. Y democráticas, porque el poder se ejerce para el bien común, no de quien lo detenta. Guatemala también se define como una de estas repúblicas democráticas.

Y hasta allí, en el mundo de las definiciones, todo va bien: Guatemala es un Estado-nación republicano y democrático. Y solo allí todo va bien. Porque en la práctica y para Guatemala todos los elementos de esa definición —¡todos!— son falsos. 

La historia de Guatemala es de cesión territorial. Formal, con Chiapas y Belice. De hecho, en los territorios controlados por narcos y en fincas privadas nacidas de expropiaciones comunitarias. Permanente, con un gremio de abogados que miente a diario en el registro inmueble. El Estado escasamente controla la plaza central y solo para echar de allí a quienes se atrevan a protestar. Apenas ejerce control dentro del hemiciclo parlamentario, nomás para escoger magistrados criminales.

La historia de Guatemala es de exclusión de la gente. De los pueblos de indios pasó directo a las incontables categorías humanas sin más ciudadanía que —quizá— un documento de identificación: pobres, indígenas, campesinos, jóvenes sin empleo, migrantes en tránsito, migrantes en el exterior, víctimas de guerra, víctimas de la policía, víctimas de sus empleadores. Para ninguno hay tierra, derecho o bien común en este Estado guatemalteco, solo hambre, precariedad, desprecio y bastonazos.

Y la historia de Guatemala es de depredación, no de poder en el pueblo. Desde desviar un río a una finca en vez de distribuir agua potable, hasta vender turismo con artesanías mientras se desprecia a la artesana que las produce. Desde el impuesto al clasemediero que lo paga a cambio de nada, mientras se educa a sus hijos para pensar que si no es privado no es servicio, aunque él no pueda pagarlo.

Guatemala no es un Estado-nación republicano y democrático.  Es un Estado perverso, con un liberalismo que nunca lo fue y gobiernos reaccionarios y obsecuentes ante la religión. Con un Ejército que solo sirve para robar hijos y vidas. Con mandatarios que no son presidentes sino apenas capataces seleccionados porque prometen obedecer a sus amos. Donde el recambio electoral solo sirve para poner otro igual. Con diputados que no representan, nomás extorsionan. Y con una élite jactanciosa, que nunca creyó en la democracia, nomás en la depredación como derecho propio. Solo sabe explotar y a eso llama hacer empresa.

Y así llegamos a las niñas y los niños desnutridos, que no son ciudadanos. Medirá el presidente cuántos hambrientos hay en las escuelas, donde ni llegan todos los niños ni todos los hambrientos. Y allí los dejará, en su hambre, porque no son ciudadanos.

Y así llegamos a la mujer en el fondo de la alcantarilla, a la mujer en el barranco, a las mujeres víctimas en el no-hogar no-seguro, con su no-monumento siempre destruido a oscuras, porque no son ciudadanas.

El Estado guatemalteco es un Estado perverso, porque no es Estado en todo el territorio. Perverso, porque no es para toda la gente. Perverso, porque no es democrático. Perverso, porque su misión es esta: garantizar que el gobierno de los pocos, por los pocos y para los pocos no desaparezca jamás de estas tierras. Guate-mala debe terminar.

Ilustración: La cerca. (2021, foto propia).

Original en Plaza Pública

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