En redes sociales cobra creciente visibilidad el lema #UnFuturoSinCacif. La iniciativa tiene mérito aún para quien hace negocios.
Desde el siglo XIX Darwin y Russel identificaron que la naturaleza desarrolla orden a partir de la relación entre entorno y especies. Cien años después el biólogo Ludwig von Bertalanffy sistematizó su Teoría General de Sistemas (TGS), reconociendo que la naturaleza tiene rasgos que no son propios de sus elementos, sino que emergen de las interacciones entre ellos.
Hoy la visión de sistemas florece como metateoría en ecología, análisis de redes, teoría de juegos y mucho más. Y nos ayuda a entender por qué todos ganaríamos con un futuro sin Cacif. Lo importante es reconocer la dinámica del sistema político y económico, no solo los actores individuales.
Viene al caso cuando abruma la indignación ante Consuelo Porras como jefa del Ministerio Público, que pretende repetir en el cargo a pesar del obvio plagio de su tesis pseudo-doctoral. Es relevante cuando escandaliza Giammattei, dando a sus tres hijos sendos apartamentos inscritos por testaferros y pagados con dinero opaco.
Solo enfocarnos en la desfachatez de esta gente distrae. Porras y Giammattei apenas son árboles ruines que no dejan ver el bosque perverso, nomás cristalizan la red que los habilita y disfrutan prebendas por cumplir un papel en ella.
Porras y Giammattei apenas son árboles ruines que no dejan ver el bosque perverso.
Para entender basta seguir lazos e identificar nodos. Porras consigue su doctorado espurio en una escuela de leyes —la Universidad Mariano Gálvez— que no le quita el título a pesar de la trampa. Es una escuela que tiene silla en las comisiones de postulación de magistrados y de la propia jefatura del Ministerio Público. Y que tiene nexos con iglesias evangélicas que trafican influencias moviendo el voto conservador religioso. Y el sitio República Ge Te, dirigido por Rodrigo Arenas, se apura a eximir a Porras. ¿Por qué? Basta recordar que Arenas fue servicial intermediario del financiamiento electoral ilícito entre empresarios del Cacif y Jimmy Morales.
Mientras tanto, los negocios que ocultan quién vendió y traspasó los apartamentos asignados con falsedad a los hijos de Giammattei resultan vinculados por testaferros a empresas beneficiarias de contratos gubernamentales de electricidad. Empresas de una familia de la élite empresarial (Ralda Sarg) que incluye un diputado en problemas con la ley y con un apellido vinculado al Cacif.
Vemos el reparto y ahora también el tinglado y el libreto. Las redes tienen nodos marginales —como los testaferros usados para fundar empresas de cartón que compran propiedades para los hijos del presidente—, nodos más centrales —la servicial Porras—, y nodos torales, por donde pasan los negocios, justamente para quienes pasan esos negocios. El Cacif es un nodo así: organizador y razón de la red.
Lo entendieron Thelma Aldana en el MP e Iván Velásquez en la Cicig, que tirando de los hilos —un extorsionador aquí, un defraudador allá— descubrieron que todo llevaba al Cacif. Lo saben, naturalmente, en el Pacto de Corruptos —empresarios financiadores de campañas políticas, candidatos vendepatrias, diputados rastreros, exmilitares encartados y narcotraficantes, entre otros— que desde 2016 se dedicó a expulsar a la Cicig y ahora a perseguir a cada fiscal, juez y activista que los señaló. Deben liquidar la masa crítica y desarticular las redes de justicia.
Pero ponga atención: al revés resulta igual. No basta señalar a un presidente venal o a una fiscal corrupta. Es necesario un futuro sin Cacif, porque el resultado indispensable es hacer frágil y desarticular la red de captura del Estado, esa que explica la corrupción del gobierno y mantiene la depredación nacional. No habrá justicia y tampoco habrá prosperidad, si no se desarticula al grado que no pueda recomponerse jamás. En ello el Cacif es clave, no porque garantice al empresariado y los mercados, sino porque mantiene la captura del Estado.
Un corolario importante es que así se explica la ineficacia de los reclamos de los EE. UU. en Guatemala. La Casa Blanca y el Congreso en el Norte denuncian a nuestros políticos y narcos, pero dejan intactos a sus socios. Golpean siempre los mismos nodos de la red elástica, pero ni rompen los lazos ni reducen la masa crítica, porque no tocan los nodos centrales del Cacif y del empresariado oligárquico. Es tan obvio el descuido que la pregunta ya no es explicar su ineficaz política exterior, sino determinar si la mantienen por no entender —malo de por sí— o solo por parecer que se hace algo sin querer el resultado —lo cual sería grave—.
Imagen: Raíces (2021, foto propia)
Original en Plaza Pública