¿Un conservador atrevido?

El conservador atrevido salta sin red, pues entiende que si no lo hace nunca será creíble, nunca será digno de confianza.

Hace un año publiqué un ensayo en la revista Nueva Sociedad sobre las nuevas derechas en Guatemala. Entre estas destacaba una que llamé los reformistas tímidos: hijos de la élite que quieren algo mejor, que saben que les conviene cambiar, pero que no se atreven a romper abiertamente con la tradición oligárquica.

Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente. Abril marcó un parteaguas. La ciudadanía perdió miedo y se deshizo de un presidente y de una vicepresidenta corruptos, casi un centenar de exfuncionarios y hasta algunos empresarios enfrentan a la justicia y fue electo un outsider ¿cándido? como siguiente mandatario. Desde las aduanas, la ola de anticorrupción que desató la Cicig se expande a los servicios de salud e incluso amenaza con mojar los pies del inexpugnableliderazgo empresarial.

Hace un año bastaba con esbozar las características de los reformistas tímidos. Pero hoy, al ver a lo más intransigente de la mancuerna económico-militar recomponerse a hurtadillas en torno a Maldonado Aguirre y también cercar (o tal vez evidenciar) a Jimmy Morales, es patente que no alcanza con señalar la timidez de los reformistas tímidos. Hoy urge, como nunca antes, un conservador atrevido. Mejor aún, varios, muchos.

No me refiero a la estulticia mediática que a fuerza de buen parecer, estridencia y bastante dinero es la cara visible de un libertarismo ralo y torpe, más útil para cooptar el discurso popular que para empoderar a la ciudadanía. Pienso más bien —aunque desde la izquierda cueste reconocerlos— en gente como Ronald Reagan, hijo de la guerra fría, que entendió que Gorbachov era su mejor oportunidad para evitar el desastre. Pienso en Frederik de Klerk, racista creyente y observante, que supo ejercitar el mejor interés propio subordinándose al liderazgo de Mandela para evitar un baño de sangre.

En clave Tortrix, hasta Héctor Gramajo fue de esos conservadores atrevidos. Represor confirmado, y aun teniendo la ventaja militar, corrió el riesgo del escarnio de su propia ala dura, se amistó con sus enemigos y a cambio impulsó logros más duraderos que el mayor triunfo en batalla. Se trata, pues, de gente que no abandona sus principios (que yo condeno), pero que son audaces cuando toca cambiar el curso de la historia.

Nuestra élite oligárquica ha sido incapaz de producir alguien así. Y con razón: su pasado no da para ello. Escasamente produjo gente que apoyara la revolución del 44, menos aún que denunciara la demencia de la contrarrevolución en 1954. Cuando los tiempos pedían osadía, esa élite arrastró los pies durante 10 años de negociaciones de paz. Y cuando al fin se firmaron los acuerdos gracias a guerrilleros y militares intrépidos (o cansados quizá), solo alcanzó a imaginar sus negocios más inmediatos.

Hoy no hay conservadores atrevidos en la rigidez machista del Cacif, concilio timorato que aun en medio de la opulencia evade cargar con una parte más que proporcional de la responsabilidad fiscal. Que rehúye la condena del genocidio por temor a que sus miembros cómplices sean alcanzados por la justicia que merecen. No hay conservadores atrevidos en una élite que dice apoyar al Ministerio Público pero que hace pataleta apenas se sugiere que la justicia se financie a su costa.

En contraste, el conservador atrevido sabe hacerse vulnerable. Imagine a Reagan explicando a los halcones de su gabinete que quería hacer buenas migas con los rojos o a De Klerk planteando al suyo que pensaba ceder el poder sin condiciones. El conservador atrevido salta sin red, pues entiende que si no lo hace nunca será creíble, nunca será digno de confianza. Entiende que sin audacia se podrá ser parte de la historia, pero nunca su agente. Y con ello gana respeto para siempre. Esto no ha pasado aquí, y los reformistas tímidos siguen prendidos de las enaguas sofocantes de sus mayores.

Siguen los conservadores nuestros en un juego de todo o nada. Como el vidrio, es una estrategia dura y lisa que no presenta al enemigo rendijas para hincarle dientes, garras o cuchillos, pero que cuando se rompe —y siempre hay un punto en que puede romperse— lo hace de forma repentina y sin posibilidad de recomposición.

En la derecha y entre los conservadores he visto gente buena, comprometida con el futuro. Sumido en un penúltimo párrafo, veo a un joven líder conservador pedir aportar más al fisco. Pero hoy eso no alcanza. La historia pide más, y no los veo atrevidos, no los veo audaces.

Original en Plaza Pública

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