Túnicas o étnico: vestirse como ciudadanos del Estado perverso

Estallaron las redes en indignación. Saúl E. Méndez, la empresa de modas, cometió la torpeza de convocar a una pasarela sobre los escombros de una erupción volcánica.

La volátil opinión pública en Twitter y Facebook reventó con imágenes del kit que Saúl E. Mendez distribuyó a modo de invitación, cuando ni siquiera se han recuperado los cuerpos de todas las víctimas de la erupción del volcán de Fuego. Una caja con ceniza que sugiere una urna de crematorio. Una colección de papelitos con lemas y aspiraciones en spanglish de mercadeo. Mi particular favorito, la instrucción sobre el código de vestimenta: «¿Dresscode? [sic] Túnicas o étnico. Sombrero y zapatos todo terreno».

Ante el furor, al menos tuvo Emilio Méndez, dueño de la empresa, el tacto de cancelar la cosa y pedir disculpas. Pero como siempre, sacar el clavo de la tabla no quita el agujero. Y este es más profundo de lo que parece.

Porque meter la pata en una campaña siempre es posible. Y si la indignación en redes fuera medida, todo estará olvidado en una semana. El siguiente par de escándalos, aquí tan frecuentes, sepultará el incidente con más eficacia que las cenizas del volcán a las víctimas.

Pero hoy los comentarios en las redes debaten. Unos ven cálculo deliberado. Yuxtaponer muerte, pobreza y moda; reírse de todo, porque el escándalo vende. No dejan de tener razones, que la empresa es reincidente en esto. En un país de analfabetas, en el pasado no tuvo problema con pisotear libros en sus vitrinas de tienda. En una ciudad sin espacios públicos dignos, en otra ocasión se tomó el trabajo de bloquear el acceso de los peatones a la icónica sexta avenida.

Más que falta de sentido común, el incidente evidencia una profunda habituación a la miseria como paisaje.

Para otros la cosa no es tan maliciosa: el error denota solo una falta de sentido común. Una falta que comparten los responsables de mercadeo de al menos 18 empresas patrocinadoras del evento. Y aquí vemos la medida del despropósito. Porque de lo que carecen todos —hechor y 18 consentidores— es del marco de referencia que no dejaría siquiera imaginar esa yuxtaposición entre desgracia y fiesta sin rechazarla por repugnante.

Más que falta de sentido común, el incidente evidencia una profunda habituación a la miseria como paisaje. Aquí está la clave ética y estética del problema. Esta es la gusanera perforada por el clavo, que al ser sacado brota podredumbre. El tropiezo de Méndez (empresa y persona) no es suyo exclusivamente. Su culpa no es hacer ropa bonita y bien hecha (en un mercado de descartables y teniendo con qué pagar, me admito consumidor de sus tiendas). El problema está en que su traspié evidencia una élite en bancarrota. Porque Saúl E. Méndez es Cayalá en ropa y por las mismas razones. La élite, incapaz de producir algo localmente arraigado, importa una estética desarrollada por otros y para otros y la superpone, sin integrar, sobre un conjunto social, económico y cultural del que no se reconoce parte, en el que no echa raíces, sino que solo le sirve como telón de fondo, como pantalla donde proyecta sus aspiraciones. El resto somos objetos, nunca sujetos y actores.

En este marco resulta secundaria la intención, buena o mala. Valga un ejemplo. Hay quien en la élite (y por imitación, también fuera de ella) pide de buena fe olvido ante las atrocidades de la guerra. Tal despropósito solo es posible para quien las aldeas arrasadas, la gente masacrada, no tienen profundidad. Así sean grotescas, solo reconocen imágenes planas, pintadas sobre bastidores de un teatro auto-referente. Igual significado dan a quienes desde la precariedad perdieron casa, bienes o existencia en la erupción del volcán. Son apenas foto o titular, no personas o vidas, menos aún iguales.

Ese orden estético se ancla en algo más duro. La élite vive en un espacio traslapado, pero que no se integra, con el conjunto económico y social más amplio. Son ciudadanos del Estado perverso, ese canceroso orden político y económico que anida dentro del territorio de Guatemala, que depreda a la sociedad, pero que no se reconoce parte del conjunto mayor ni lo representa.

Emilio Méndez encarna estéticamente a la fracción modernizante de la élite. Recordemos que apoyó el paro nacional del 2015 cuando el Cacif, siempre reaccionario, se abstuvo. Pero como otros reformistas en la élite se condena a la esterilidad decorativa si no reconoce el problema de fondo. No basta pedir disculpas. Es indispensable reconocer la bancarrota de una cultura que no logra recoger, menos aún servir, el interés de una población compleja y diversa. Necesita admitir el desarraigo de la élite con respecto a la sociedad en Guatemala.

Imagen: Salón de baile en Arles (1883), de Vicent Van Gogh.

Original en Plaza Pública

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