Vamos a la playa con un proyecto claro: divertirnos. Llevamos sandalias, sombrero y gafas oscuras. Según nuestra inclinación, quizá también un libro o una pelota.
Dedicar un día al veraneo es también tomar precauciones: nos aplicamos el filtro solar. Y llevamos el repelente contra los mosquitos. No queremos que los bichos nos agüen la fiesta.
Sabemos que la costa es tierra de zancudos, pero cuando salimos a pasear no nos proponemos erradicarlos. En el canasto de la merienda metemos pollo frito, no volantes sobre los criaderos de larvas en el agua empozada. Si un bicho osa picarnos, la respuesta es un manotazo, que vinimos a jugar en las olas, no a dedicarnos a la salud pública. Y si hay otro mosquito, habrá también otro manotazo.
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