El Estado es un ente de poder. Su propósito, organización y mecanismos giran en torno a conseguir que unas personas hagan lo que otras quieren que hagan.
Weber definió el poder como la habilidad de un individuo o grupo de conseguir sus propósitos cuando otros intentan evitarlo. En otras palabras, alguien tiene poder si se sale con las suyas. Esta simplificación ayuda a identificar quién tiene poder en una sociedad y quién no, quién gana poder y quién lo pierde.
Por ejemplo, el diputado José Ubico consiguió la presidencia de la comisión de defensa a pesar de su condena como narcotraficante. Se salió con las suyas aun con todo en contra. En un plazo más largo contrasta el Cacif —prácticamente siempre se sale con las suyas— con las organizaciones indígenas —que casi nunca consiguen lo que quieren—. Y basta con ver a la Cicig para entender que el poder cambia. En 2017 calló al entonces intocable y ahora difunto alcalde Álvaro Arzú Irigoyen. Un año más tarde no podía hacer que su comisionado ingresara al país, aun con el mandato legal y la reputación de Naciones Unidas tras de sí. Sic transit gloria mundi.
Vale subrayar: puede actuarse irresistiblemente tanto para el bien como para el mal. Aunque la frontera ética entre fines y medios siempre es porosa, el poder hace referencia sobre todo a medios, mientras que bien y mal tienen más que ver con fines. Por ejemplo, el bien de la mayoría se puede procurar atropellando minorías mientras un aspirante a tirano puede aprovechar el proceso electoral para llegar a gobernar. Y en una democracia funcional el poder del pueblo es irresistible: la voluntad popular y el bien común se salen con las suyas a pesar de la resistencia de los intereses sectarios. Obviamente no hablamos de este país.
Para resumir: una tarea es organizar el poder y otra distinta ejercerlo para bien. Ambas importan y cada una exige un esfuerzo específico.
En Guatemala, el Estado ha carecido de poder sin importar el propósito. Le falta presencia efectiva en mucho del territorio, no incluye a mucha de la ciudadanía en sus políticas y no proporciona servicios a grandes segmentos de la población. Por eso el Ejército fue incapaz de garantizar la seguridad de sus propios soldados en un incidente en Izabal que sigue sin aclararse. La Superintendencia de Administración Tributaria es irrelevante para los más ricos —que evaden y eluden lo que el fisco es incapaz de exigirles—, pero también para los más pobres —a quienes ni siquiera ve—. Y los servicios públicos, como salud, educación y seguridad social, funcionan al margen de las demandas, necesidades y derechos tanto de los miembros de la élite como de la gente sin plata.
[Giammattei] puede recuperar el poder del Estado para impulsar el desarrollo y la democracia en paz. O puede recobrar ese mismo poder tan solo para consolidar otra vez el régimen antiguo.
Consideremos ahora la historia reciente. Jimmy Morales procuró resultados antidemocráticos, corruptos y de injusticia con un Estado débil. De hecho, los consiguió debilitando aún más el Estado, empoderando a los agentes que lo rodeaban a la sombra. Se salió con las suyas al derrotar la resistencia de las estructuras del Estado mismo aun antes de superar la oposición de la ciudadanía.
Ahora Alejandro Giammattei da señas de querer recuperar el poder del Estado que Morales dilapidó. Busca que lo que el Estado quiera el Estado consiga. Somata la mesa respecto al territorio decretando estados de prevención. Busca el dominio sobre los recursos señalando el despilfarro tanto en compras de pan como en contratación de diplomáticos.
Pero ello solo aborda la dimensión de los medios. Queda la cuestión de los fines. Es aquí donde Giammattei aclarará su papel en la historia. Porque puede recuperar el poder del Estado para impulsar el desarrollo y la democracia en paz. O puede recobrar ese mismo poder tan solo para consolidar otra vez el régimen antiguo.
En 2015, la movilización ciudadana y la Cicig cuestionaron quién tenía poder y para qué. El mandato de Morales fue para callar esas preguntas. El precio de garantizar que el poder quedara siempre entre los mismos fue destruir la poca eficacia que le quedaba al Estado. Y Giammattei podría servir apenas para reconstruir el poder del Estado tradicional que tuvo que sacrificarse en la crisis.
La prueba de cuál camino tomará no estará en las formas del poder: tenga por seguro que él buscará afianzar la credibilidad del Estado como actor poderoso. La prueba estará en los contenidos y propósitos de dicho poder, así que ponga atención a las políticas que se impulsan, a quién gana y quién pierde con ellas, no solo a la eficacia con que se procuran.