Shumos o elegantes: surgimiento de la cleptocracia parlamentaria en la república liberal

Hace unos días Pedro Trujillo en ConCriterio preguntaba a Miriam Ramírez, historiadora, cuánto tiempo debía pasar para «dejar de culpar a la historia» por cómo (dis)funciona Guatemala. Ella aclaró: no es asunto de encontrar culpables, sino de buscar explicaciones. Enfrentamos «desigualdades que siguen repitiéndose». Para enmendar lo malo conviene buscar en el pasado las razones de lo que somos y de lo que hacemos una y otra vez.

Pensaba en esto al escuchar la entrevista de Daniel Haering a Mario Taracena Díaz-Sol en el podcast Tan/Gente. Como suele Daniel, entre chiste y chanza le sacó al entrevistado —quien suele hablar sin tapujos— observaciones iluminadoras, particularmente puestas en el contexto histórico.

Entre otras reflexiones, el veterano legislador comentó que en 40 años ha visto cambiar la extracción social de sus compañeros diputados. Cuando empezó eran mayoría los miembros de la élite, pero hoy hay más gente de provincia y sin apellido ilustre. Contó cómo él y otros se apropiaron del Partido de Avanzada Nacional (PAN) —fundado por Álvaro Arzú y sus compañeros de élite— a base de llenarlo de diputados distritales. Haering sintetizó entre risas: fue «la “shumización” de la política», y su entrevistado lo confirmó.

El diálogo ilumina el supuesto elitista de la política guatemalteca. Taracena implica que los antiguos diputados —desde Jorge Skinner-Klee hasta Alfonso Bauer Paiz y al propio Taracena, un ejemplar tardío— eran profesionales, institucionalistas, miembros de la élite o clasemedieros educados con ellos. Sus buenas maneras fueron suplantadas por una cohorte que no pierde sueño por la forma y el fondo de las leyes, sino que practica con afán el latrocinio. Y lo hace sin «elegancia».

Les falta a los dipushumos, ironicemos, la «elegancia» que Alejandro Maldonado Aguirre esgrimió como excusa para no pedir la renuncia a Otto Pérez Molina en 2015. Eso sí, tal elegancia tampoco le impidió asumir la presidencia cuando Pérez Molina se largó, para facilitar el parto del teratoma que fue Jimmy Morales. Casi oímos al Quico de Chespirito espetar su selectivo: «¡chusma, chusma…!»

El asunto es más que anécdota: distinguir entre shumos y elegantes no es novedad, sino apenas otra vuelta a la tuerca que la historiadora Ramírez señaló a Trujillo. Llevamos rato ejerciendo el arte de la discriminación.

González Ponciano explica: «el mecanismo profundo que opera en la cholerización o shumización del grueso de la sociedad es el repudio a los indígenas y a los mestizos comunes a través de representaciones hegemónicas de la blancura alentadas por quienes, gracias a su poder económico, racial o social, tienen la capacidad para recordar a todos los demás qué lugar les corresponde en la estratificación social y racial que divide a Guatemala.» 

En otras palabras, tenemos una sociedad organizada por y para una élite estrecha, obsesionada con su pureza y obcecada con apartar a los indígenas. El terreno medio, el incierto mundo mestizo de los ladinos, sirve para poner a la gente en su lugar, cuestionando la frágil identidad de quien intenta subir o estigmatizando a quien —desde abajo, pero también desde arriba— cuestiona el orden. «¡No seás shumo!» es más insulto que el clásico «no seás indio», porque este supone que quien es señalado al menos sabe que le toca estar abajo y callado, mientras que el shumo protesta.

El problema con tal jerarquía de exclusiones es que produce, tanto como requiere, la ignorancia. Indígenas y clasemedieros ladinos son excluidos de cierta información clave. No solo carecen de la información básica de una educación en el idioma propio, que asegura que la mayoría de indígenas permanezca en desventaja. También es la des- y subinformación de una educación para clasemedieros —y hasta para gente de la élite, como muestra este reciente vídeo1— que reproduce lagunas de ignorancia histórica, garantizando una población perpleja, incapaz de reconocer la dinámica que la atrapa. E incluye la información especializada —contactos y ejemplos— que por el contrario recibe desde que nace quien viene del privilegio.

Al resquebrajarse la barrera de clase que cercaba la política —Taracena señala que la élite estaba convencida que solo ella ponía presidentes— entran los shumos a la política. Y eso significa gente excluida de cosas que saben los nenes frufrú desde que nacen. Porque los políticos de élite saben las cosas, no por elegantes, sino porque tuvieron oportunidades. Cuando comienzan a colarse los clasemedieros, los ladinos e indígenas a la política, porque se fractura el sistema de exclusiones —para bien o para mal, esto es otra cosa—, poco sorprenderá que no se porten con «elegancia».

Ilustración: C’est pas possible! («¡No es posible!») (2023, con elementos de Adobe Firefly)

Original en Plaza Pública


Notas

  1. Sorprende la ingenuidad del joven periodista de élite, quien en vez de indignarse porque sus mayores le están heredando como patria un charco infecto en que pareciera reinar un batracio tóxico que mal llamamos Fiscal General, ve conspiraciones donde los pocos sabios y los muchos ignorantes reconocemos un problema obvio: es la Fiscal quien debe largarse. ↩︎
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