La dinámica básica de la democracia la establecen el derecho y la irrenunciable necesidad de los ciudadanos de hablar entre ellos y con el poder.
Por al menos cuatro décadas, Guillermo O’Donnell fue referente obligado para todo aquel que quisiera entender la administración pública y la burocracia en Latinoamérica. Ejemplar del académico que tiende puentes entre culturas, alternó entre la cátedra en universidades de los Estados Unidos, su natal Argentina y otros países de Sudamérica. Reflejo, por origen y temporalidad, de los retos y necesidades que impuso la historia de Latinoamérica en la segunda mitad del siglo veinte, experimentó el silencio de la dictadura, los dolores de crecimiento de la democratización, y las complicadas relaciones de odio-amor con la federación del Norte. sin embargo, mostró estar a la altura del reto para plantear en su ejercicio académico respuestas atinadas y nuevas y acuciosas preguntas.
Murió en 2011, siempre demasiado temprano, y entre sus últimos textos nos dejó Democracia, agencia y Estado: teoría con intención comparativa1. Como otros estudiosos del Estado y las instituciones políticas, en años recientes su investigación fue buscando con más detalle la relación que guardan con el individuo esas estructuras mayores que marcan la historia y desdibujan a las personas. Arrancando con un tour de force de la teoría del desarrollo histórico del Estado desde una perspectiva legal, institucional y política, echa mano de su propia abundante investigación y de muchas otras fuentes para traza la expansión de la ciudadanía desde el limitado acceso al voto para algunos, hasta la plena y compleja participación que acompaña a la creciente realización del ciudadano, reconocido como agente histórico dotado de derechos. No ya simple objeto del soberano, ni sujeto del Estado-Nación, sino auténtico actor que, con cada vuelta del tornillo de la democracia y desde los albores del Estado en la Europa medioeval, va cobrando conciencia, autonomía, propiedad y soberanía y, sobre todo, capacidad de acción para definirse a sí mismo, al Estado que le coalesce, y para controlar a los mandatarios que -al menos en principio- buscan representarle.
Al pasar revista a la historia del Estado destaca O’Donnell que en este proceso de identificación y agencia no hay nada regalado: cada mejora en las libertades individuales ha sido arrancada -a veces con sangre y fuego, y siempre con paciencia y perseverancia- de las manos de los más poderosos. Al traer la atención al estado de la democracia contemporanea nos impele a reconocer que ella no es un destino, sino una trayectoria. Al no haber una sola democracia ideal, toca por igual rechazar las arrogancias y las imposiciones de quienes en su éxito pensaron haber dado con la fórmula perfecta y se dedicaron a exportarla, pero también renunciar a la esperanza de algún día conquistar una democracia acabada. La permanente renovación de los debates, los intereses, los actores y las dificultades son como la respiración y el latido que confirman que una democracia está viva. “El objeto adecuado de reflexión […] reside más en la democratización que en la democracia” (bastardillas en el original).
La consecuencia clave, en sus palabras, es que “las mutuas e influyentes interacciones entre ciudadanía, régimen [democrático] y estado deben ser reconocidas como tema central para la teoría y la práctica democrática”. No basta entonces sólo con examinar la ley -indispensable para la definición de las instituciones y para la confirmación del “derecho a tener derechos”, ni cotejar las instituciones como el lado permanente de las asociaciones políticas. No basta tampoco reducir la historia al estira y encoje, a la estrategia y la táctica del poder en acción. Hay que pensar en el ciudadano como el gozne vivo entre esas dimensiones, su razón de ser y su timonel. ¿Cómo? El autor es explícito que hasta aquí no tiene elementos sino para esbozar una agenda de investigación, pero traza un primer rumbo: agregar al derecho, el diálogo. Aunque el orden social y el crecimiento económico pudieran darse fuera de la democracia, agrega, la dinámica más básica de la democracia la establecen el derecho y la irrenunciable necesidad de los ciudadanos de hablar entre ellos y con el poder.
En estos días a los guatemaltecos se nos hace profundamente evidente la perfectibilidad de la democracia: tenemos algunos progresos, pero un camino muy largo por recorrer. Mientras algunos gozamos y aprovechamos con ahínco el que haya más oportunidades que nunca para hablar, otros buscan con énfasis callar el espíritu crítico, ahogándolo en recriminaciones y descalificaciones. El texto de O’Donnell debiera constituirse en lectura obligada en las aulas universitarias, y en alimento para todo el que quiera entender mejor por qué hablar es tan importante para nuestra ciudadanía y para realizar una democracia más perfecta.
Notas
O’Donnell, Guillermo (2010). Democracia, agencia y estado: teoría con intención comparativa. Prometeo Libros. Buenos Aires.