¿Quo vadis, clase alta? Los valores de nuestros padres

Para ser parte de la solución, primero tendremos que reconocernos parte del problema.

Refresca ver el documento del CACIF, “Perspectivas del sector empresarial 2: Prevención de la violencia: jóvenes, valores y participación ciudadana”. Refresca ver a los empresarios abordando temas de economía y sociedad, más que dando el clásico “no a todo”. Refresca ver que se desempaquen sus argumentos, para entenderlos mejor.

El documento presenta tres ponencias: “Jóvenes y educación: rutas actuales a nuevas fronteras” de Salvador Paiz, “Saber vivir los valores de siempre” de Raúl Alas, y “Voltear a ver para otro lado” de Roberto Ardón Quiñónez. Comento primero a Paiz, por más sólido, y juntos a Alas y Ardón, por representar una perspectiva común.

El argumento de Paiz es directo: el “bulto juvenil” que enfrentará Guatemala puede ser fortuna o crisis. Las sociedades en que aflora la conflictividad tienen muchos jóvenes sin oportunidades ni capacidades de trabajo. Dice Paiz: “aunque un número creciente de jóvenes no es directamente el causante de un gran alboroto, el incremento sí es la leña que arde en el momento de una rebelión”.

Concluye con igual claridad: “urge cambiar las condiciones de educación y empleabilidad, y la relación entre ambas como motor del crecimiento”. Su evidencia lo sugiere: “en los siguientes 10 años produciremos 500 mil empleos, necesitando 2.5 millones; sólo 7% y 24% de los graduandos muestran competencias suficientes en matemáticas y lectura, respectivamente”.

Siempre es posible cuestionar. ¿Cómo entender la protesta estudiantil en Chile, cuando han mejorado dramáticamente sus indicadores de empleo y educación? Tampoco es obvio que “protesta”, “conflicto”, “revolución” y “violencia” sean sinónimos. Pero pelearse con sus argumentos sería ignorar la evidencia internacional, estar más centrado en el interés sectario que en el nacional. Vale aprovechar esta puerta al consenso de Estado.

Una historia distinta pintan Alas y Ardón. Como tantos ejercicios de “valores”, nunca queda claro cuáles valores hay que rescatar, ni por qué son “auténticos”. Sobre un modelo voluntarista, Alas achaca la problemática juvenil a “descuidos importantes en su formación y (…) una falta sensible de referencias claras de parte de sus padres y educadores” (cursivas mías). Descuidos que él explica por ruptura con el statu quo y polarización ideológica, de allí a la desintegración familiar, la migración, la violencia, la precariedad y, como tapa del pomo, el pandillerismo.

Esa causalidad hace evidente que no habla de valores en la élite o clase media, nada dados a tatuarse lágrimas. El problema de valores es de pobres, pasto convencional de la migración y las pandillas.

En igual vena, Ardón sentencia que “todo tiempo invertido en labor de ciudadanía es tiempo que se le escatima al ocio propiciador de la violencia”. Siendo que el ocio de clase media y élite no lleva sino al consumismo, no cuesta reconocer el decimonónico ocio del pobre, falto de virtud y peligroso.

El sesgo elitista es más evidente en la propuesta. Más allá de la educación, Alas busca “reconstruir el tejido social” a través de un ambiguo “respeto” para una variopinta colección: la persona humana, la ética, la propiedad privada de los “verdaderos dueños”, la puntualidad, el credo religioso, los símbolos patrios, la palabra dada, las ideas, la libertad de expresión. Tres respetos le merecen calificativos: el credo religioso, “siempre que no admita ofensas”; las ideas ajenas, “sin dejar de defender (…) las propias”; y la libertad de expresión y prensa “con sentido de responsabilidad.” ¿Por qué estas tres? ¿Por qué no calificar, por ejemplo, la propiedad privada “cuando convenga al bien común” o los símbolos patrios “que adornan antiguas injusticias”? Demasiado obvio el fustán.

Más pedestres resultan los tropiezos de Ardón, como cuando pide formación ciudadana por los medios de comunicación (¿cómo hacerlo si el CACIF no denuncia la TV monopólica, inservible para formar soberanía?), o cuando pide “requerimientos obligatorios de cultura cívica” para emitir la licencia de conducir (¿serán cursos de moral y urbanidad?).

El problema de fondo aflora al examinar las formas del documento. Sus fotos cuidadosamente diagramadas presentan personajes de clase media o más extranjeros, ni un solo indígena identificable. Sorprendente en un documento patrocinado por la escrupulosa USAID. Siendo que la mitad de la población es indígena, esta invisibilidad lo deja claro: son (a) nuestros valores, que (b) ustedes jóvenes ladinos deben aplicar a (c) esos que no se ven, pero que son problema.

Es de aplaudir el esfuerzo del documento, pero también obvio el reto del CACIF: para ser parte de la solución, primero tendremos que reconocernos parte del problema. Los primeros valores a enfrentar con una nueva educación, son los que nos hicieron patria fallida: el racismo, la exclusión, el elitismo. Los más urgentes sujetos de cambio no son jóvenes, pobres, ni violentos. Somos los mayores, los ricos, los poderosos, los privilegiados.

El documento del CACIF está aquí.

Original en Plaza Pública

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