Ayer terminó el peor gobierno desde el retorno a la democracia. En 34 años no habíamos tenido un presidente tan nocivo.
Serrano Elías no fue tan taimado ni Arzú tan elitista. Ni Pérez Molina tan vendepatrias ni Portillo tan lamebotas militares. Morales fue inútil salvo para la corrupción, inservible para el mando, inepto en la gestión, ineficaz en las políticas públicas. Fue baldío como funcionario, incompetente para el desarrollo e incapaz de unirnos.
No contento con lo inútil, se empeñó en hacer daño. Sinécdoque de un pacto mafioso, estropeó la poca justicia hecha contra la corrupción, hizo retroceder la seguridad ciudadana y entrometió al Ejército y a las Iglesias en la cosa pública. Dañó la independencia de los organismos de Estado, desacreditó nuestra posición internacional y desamparó a los migrantes. Traicionó su obligación de unirnos y renegó de su promesa de no ser ni corrupto ni ladrón. Engañó a quienes lo eligieron.
Ahora Morales huye al Parlacén. Mientras él y su canalla abandonan el Gobierno, la llegada de Alejandro Giammattei invita a reflexionar sobre cómo salir del despeñadero en el que ya caímos.
Un paso indispensable será renunciar a la quimera de creer que esto es tarea de caudillos. Pareciera que todo el que quiere contribuir empieza por alucinar: se convence de que debe ser él mismo el presidente de la república. Peor aún, esta enfermedad de hombres se extiende ahora a las mujeres. Antes de que más gente comience a desvariar, repitamos juntos, en negrita, en cursiva y subrayado: quien quiera ser presidente no será presidente.
Considere el triunfo electoral del recién inaugurado. Giammattei no gobierna porque desde siempre quisiera ser presidente. Tampoco porque ofreciera algo mejor que sus contrincantes. Con 19 candidatos en la papeleta, Giammattei ganó justo porque no era distinto de la mayoría: tras el inepto Morales, casi cualquiera servía para el papelón. Giammattei fue un Isaac Farchi, pero para patriotistas. Y Farchi era un Giammattei para evangélicos pro-Israel. Giammattei fue un Edmond Mulet para militares, mientras Mulet era un Giammattei para ex demócratas cristianos. Así como Julio Héctor Estrada era un Giammattei para tecnócratas. De cara a la segunda vuelta electoral, todos tuvieron una única virtud: no ser Sandra Torres. ¡Hasta Sandra Torres jugó a no ser ella misma!
Es por esa gris equivalencia que gobernará Giammattei, no por sus ansias de ser presidente. Y por carecer de esa gris equivalencia quedaron fuera Thelma Aldana y Zury Ríos: por no dar garantías —una de más y la otra de menos— al Estado perverso que custodian el Cacif y los exgenerales. Ya ve usted dónde terminaron. Quien quiera ser presidenta tampoco será presidenta.
Para que aquí haya un gobierno que hace bien y marca el cambio, primero tendrá que haber masa, y no caudillo; ciudadanía, y no mandatario; alianza, y no líder; movimiento, y no candidato.
La maldición no es exclusiva de los grises peones del Cacif que no presiden aunque lleguen a presidentes ni de las peligrosas excluidas. Manfredo Marroquín tampoco será presidente, ni Manuel Villacorta, ni Pablo Ceto o Thelma Cabrera. Juan Solórzano Foppa no será presidente si lo primero que quiere es ser presidente. Si su primera meta es ser presidente, ni Thelma Aldana regresará en hombros de migrantes para tomar la presidencia ni Marcos Andrés Antil lo hará sobre el éxito propio o Estuardo Porras Zadik gracias a reconocer la falibilidad de las élites. ¿Sabe por qué? Porque, si quieren cambiar las cosas, no los dejarán. Y si los dejan, no será para cambiar las cosas. Lo único que conseguirán a partir de la vanidosa ansia de la poltrona presidencial será dividir aún más a una ciudadanía confundida. Y sobre un pueblo dividido, quien quiera ser presidente no será presidente. Aunque le pongan la banda presidencial. Aunque no pierda la siguiente elección.
Porque, para que aquí haya un gobierno que hace bien y marca el cambio, primero tendrá que haber masa, y no caudillo; ciudadanía, y no mandatario; alianza, y no líder; movimiento, y no candidato. Primero habrá que encontrar el terreno común y tejer los lazos. Solo después podremos identificar la punta de lanza, el representante con suficiente apoyo para enfrentar el veto de la élite, la persecución de los generales, la mafia de los corruptos y el fraude de las Iglesias vendidas al mejor postor. No digamos ya para conseguir el voto de la gente. Definir el caudillo primero es como usar el martillo sin tener clavos. Solo sirve para romper cosas.
Aspirantes a presidente, ingenuos ambiciosos de todo color: no sean Alejandro Giammattei. Tráguense el orgullo. No necesitamos flores vistosas que bailen en la punta del tallo, sino raíces, rizomas que abracen y se extiendan para atarlo todo. Solo juntos seremos más. Solo juntas seremos más fuertes.
Ilustración: «La lotería del Estado» (1882), de Vincent van Gogh.