Dos semanas y días. Por acción o por omisión, pronto habremos elegido: votar o no votar, anular el voto, escoger a alguno, decidir cuál. Como ya mostró hasta la nausea el actual gobierno, tras las elecciones del domingo 16 vendrá lo importante: tener que vivir cuatro años más con las consecuencias de lo decidido entre todos. Entre todos, pues no será decisión de uno solo, sino del agregado de ciudadanos. El resultado de las elecciones es, en sentido muy estricto, creación conjunta.
Pero no nos engañemos: en fabricar sociedad algunos tienen más eficacia que otros. Unos pocos tienen muchísimo más poder que el resto. Vale para las elecciones. Vea cómo el manipuleo de un puñado de juristas fue suficiente para dejar fuera por razones distintas a Zury Ríos y a Thelma Aldana, sin importar el volumen considerable de ciudadanía que, para bien o para mal, las apoyaba.
Esa diferencia en capacidad para traducir la propia voluntad en resultados es aún más evidente al apartarnos de la miopía electoral y poner la vista sobre plazos mayores. Recientemente, un conocido me anotaba que debemos dejar «de culpar a otros». Pintaba con esa brocha gorda de culpa a «empresarios, sindicatos, embajadas, ONG», y exhortaba: «Trabajemos mejor en soluciones y vamos para adelante». Prefiero el término responsabilidad al de culpa por la carga religiosa de esta última. Pero, más allá del punto semántico, su afirmación tiene un problema de fondo. Aquí sí hay responsabilidades diferenciadas. No basta con asumir que todos tenemos el mismo poder y, por ende, la misma responsabilidad.
Todos los días todos queremos cosas, tomamos decisiones y actuamos. Pero Guatemala —como Estado y como sociedad— está configurada por la voluntad predominante de unos pocos. Desde 1954 solo han decidido los conservadores. Y cuando no mandan, sabotean. No se engañe: por sus resultados, ni Méndez Montenegro ni Colom representan una izquierda eficaz, menos aún una agenda socialista. Desde 1954 nuestras instituciones todas —Presidencia, gabinete, Ejército, cortes, legislatura, banca central, Cancillería, escuela— han concretado una agenda reaccionaria en lo político, en lo económico, en lo social y en las relaciones internacionales. Desde 1985, con un giro neoliberal. En 1996 sellaron su victoria sobre la guerrilla izquierdista. Consiguieron lo que se propusieron: privatizar los bienes del Estado, abrir la economía mientras insertaban sus monopolios en redes globales, garantizar la permanencia de la élite en la conducción civil. Y evitaron con eficacia lo que no querían: reconstituir un sindicalismo de oposición política —distinto del marrullerismo que alentaron—, democratizar el crédito, abrir espacio político y económico a los indígenas, aumentar la cuota de la élite en la carga fiscal. La más reciente evidencia de su eficacia es que desarticularon mucho de la amenaza de la mancuerna MP-Cicig, que persiguió la corrupción en la élite empresarial aun con el obvio involucramiento de esta. Así que todas las palmas a esa élite por demostrar eficacia: lo que quieren ¡lo consiguen!
Todos participamos en la sociedad, pero la que tenemos de hecho es fruto de los poderosos que han mandado sin interrupción.
El problema es que con poder viene responsabilidad y de nada sirve desdibujarla. Juanito, el niño grande, le quita la pelota a Pedrito, el niño pequeño. Juanito tira la pelota y quiebra el vidrio. Ambos jugaban a la pelota, pero no cuesta reconocer que Juanito es responsable del vidrio roto aunque quiera involucrar a Pedrito. Igual aquí. Todos participamos en la sociedad, pero la que tenemos de hecho es fruto de los poderosos que han mandado sin interrupción. Sus abogados picapleitos controlan nuestras leyes y nuestros juzgados. Abusa el Ejército que ellos empoderaron para que los protegiera. Y hoy la clase política la conforman los corruptos y narcotraficantes que aprovecharon las prebendas que les dio la élite económica.
Nuestro Estado guatemalteco —enano, corrupto, ineficaz, ineficiente, sin cobertura y vendepatrias— lo construyeron ellos. Nuestra economía —inequitativa, centralizada, improductiva y pobre— la montaron ellos. Nuestra cultura —cicatera, cutre, racista, mojigata— la exaltaron esos pocos poderosos. Son innegables los miserables frutos de su empeño.
Por eso importa lo que votemos. Porque el resultado que necesitamos es quitarles poder a quienes tan eficazmente construyeron nuestra pobreza, nuestra desigualdad y nuestra corrupción. El resultado que debemos conseguir es este: no empodere a la élite económica. Escoja a quienes no han participado en el aquelarre de la corrupción, que sí los hay. Elija a quienes no hacen caso a la élite, a quienes esa misma élite ha excluido de debates y de medios de comunicación. Eso ya ayuda bastante a decidir. Para cambiar de rumbo, primero debemos quitarnos de encima a los responsables de lo que tenemos hoy y rechazar a sus agentes políticos.
Ilustración: Tú lo rompiste (2023, con elementos de Adobe Firefly)
Original en Plaza Pública (modificado aquí 3 de noviembre de 2023)