Izquierda versus derecha es un debate que hoy está sembrado en lo más profundo de nuestra imaginación política.
Fue casualidad que los asambleístas franceses se sentaran de un lado u otro del salón en 1789. Pero el siglo XX —con la Revolución rusa, el nazismo-fascismo y la Guerra Fría— se encargó de tallar en piedra la dicotomía.
Así que ni intentaré (ni hace falta) insistir en que hoy la diferencia sirve poco. La mayoría de la gente no cederá en dividirse entre izquierda y derecha ni dejará de poner a los demás en tales casillas por más que se le den argumentos.
De ese modo, de cara a lo que viene el año entrante, mejor evaluemos las cosas de una forma que nos sirva y nos dé terreno común a los ciudadanos. De una forma que tenga sentido. Porque hoy los ciudadanos necesitamos unidad. Y necesitamos opciones, no decepciones.
Partamos de no ser ingenuos: admitamos que en la vida cotidiana todos engañamos ocasionalmente y a todos se nos engaña alguna vez. Como el engaño hace daño, aprendemos a reconocerlo y nuestra psicología nos impulsa a castigarlo. Por eso causa más indignación el engaño que el robo. Por lo mismo tendemos a usar la mentira solo en casos extremos y con vergüenza.
Sin embargo, alguna gente se acostumbra a usar el engaño como modo de vida: así resuelve todo. Como el mujeriego, que vive equilibrando la mentira a dos amores. O como el estafador de feria, que justo así se gana la vida. Y también como los actores de la vieja política, que desde jóvenes aprenden a ser mafiosos y convierten el engaño en práctica cotidiana. Es a estos a quienes debemos identificar y evitar.
Así pues, dejemos de pensar por el momento en izquierda y derecha y preguntemos quién engaña. Hagamos bando contra los mentirosos, que es lo urgente, en vez de dividirnos por colores políticos cuando ni siquiera tenemos poder.
Empecemos con lo fácil: el falsario más obvio, el que dijo «ni corrupto ni ladrón» y luego demostró ser ambos, el que se presentó como novato ingenuo y resultó estar metido hasta el fondo con lo más apestoso de la vieja política.
Dejemos de pensar por el momento en izquierda y derecha y preguntemos quién engaña. Hagamos bando contra los mentirosos, que es lo urgente, en vez de dividirnos por colores políticos.
Reconozcamos y denunciemos a los diputados mentirosos, esos que siempre ponen excusas y nunca producen nada. Por sus engaños nos indignamos contra la Cicig, como si buscar justicia fuera la amenaza a la seguridad pública o al crecimiento económico, cuando la amenaza ya está sentada en una curul y en un gabinete de ministros. Por ellos debatimos sobre la homosexualidad y sobre la educación religiosa en un Estado laico. Mientras tanto, ellos pasan leyes para seguir de tránsfugas y cobrando financiamiento anónimo. Distraen con falsedad mientras asignan el dinero público a la ONG de un amigo.
Reconozcamos también a los vetustos líderes del Cacif, esos que dicen querer desarrollo y democracia, pero solo se apuran cuando se trata de cerrar filas en torno a uno de sus miembros que resulta ser mafioso. Reconozcamos que son hermanos del engaño de un líder magisterial especializado en el chantaje político, que engaña llenándose la boca del interés de los estudiantes, pero ni da clases ni hace otra cosa que usar a la masa de los maestros como ficha de negociación de votos y dinero (de nuestro dinero, agrego).
Y ahora, en plena Navidad y aunque cueste, reconozcamos el engaño de un pastor que dice ser de Dios mientras se enriquece a la par de narcotraficantes y políticos encartados. Reconozcamos el desvergonzado engaño de quien clama por un salvador que dijo «bienaventurados los pobres» mientras acumula una riqueza descomunal. No más entregar la buena fe, luego el buen sentido y finalmente el buen dinero a un engañador así.
Muy pronto, en menos de un año, tendremos que escoger otra vez gente que controla el poder y decide nuestro destino. Preparémonos para escoger mejor. Busquemos a quien dice la verdad, aunque no diga lo que queremos oír. Esto requiere audacia, pero vivimos tiempos para gente audaz. El cambio no empieza si no somos audaces. Y el bien no llegará nunca si preferimos la mentira conocida antes que la veracidad del que nos reta.
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