Pureza ideológica o votos para el cambio

Hace una semana escribí que en la próxima carrera electoral no debemos atender a las etiquetas de derecha o izquierda que usan los candidatos para definirse a sí mismos y a sus contrincantes.

Recibí crítica de lectores, tanto de quienes dijeron ser de derecha como de quienes dijeron ser de izquierda. Pero vale la pena replicar: pedir que no nos fijemos en las etiquetas no es rechazar la importancia de tener políticos con ideologías claras. Es simplemente pedir que no nos fijemos en las etiquetas.

Hay razones de fondo para decirlo. Etiquetar le gusta a nuestro cerebro, pues facilita administrar información en bloque. Distinguir ovejas de cabritos (Mateo 25, 33) convierte todo en buenos por un lado y malos por el otro. El problema es la generalización producida: «Apártense de mí, malditos, al fuego eterno…» (Mateo 25, 41) manda a todos los cabritos al infierno, sin importar qué quieren, por qué lo quieren ni cómo intentan conseguirlo. Y pasa por alto que hay ovejas que son lobos.

La categorización sirve para distinguir y dividir, para diferenciar nosotros de ustedes. Pero hay situaciones en las cuales debemos alcanzar objetivos comunes. Como hoy en Guatemala.

Si se cuenta con un gran estadio y una liga de calidad, los bandos son esenciales. Un buen partido de futbol depende de que tanto jugadores como aficionados sepan en qué portería se anotan los goles propios. Pero, si el objetivo es construir el estadio o mejorar la liga, conviene reclutar a todos para el mismo empeño. Si queremos juntar plata para comprar el televisor y ver los partidos, es insensato resistirme a contribuir porque soy del Municipal y hay fanáticos del Comunicaciones que también quieren contribuir.

Partiendo de las etiquetas, del distingo de categorías, rápidamente fragmentamos la masa ciudadana.

No se trata de carecer de ideología, sino de reconocer la prioridad política del momento. La ideología sobra si no hay espacio democrático, pues las decisiones se tomarán en secreto y entre compinches. Como hoy en Guatemala.

La prioridad aquí y ahora es limpiar y democratizar el sistema político. Es enfocarlo en el interés general, no en la conveniencia de políticos corruptos y tránsfugas. Esto exige poblarlo con gente que busca el bien común. Los necesitamos en la Presidencia y en el gabinete, en el Congreso, en las cortes, en el servicio civil, en las municipalidades. Esto exige reunir el conjunto más grande y amplio posible de candidatos idóneos. Sobre todo, convocar el número más grande y comprometido de electores que votemos por la misma causa: esa cancha en que jueguen solo los decentes, donde el resultado sea para todos.

Sin embargo, partiendo de las etiquetas, del distingo de categorías, rápidamente fragmentamos la masa ciudadana, diluidos en particularidades. Obcecados en la fidelidad a nuestra ideología más pura, no logramos reconocer en el otro a alguien que quiere lo mismo que nosotros: «Fulanito quiere una Guatemala democrática y sin corrupción, pero, ¡uf!, es de izquierda (o católico, o empresario, o campesino, o estudiante, o lo que sea)». Ya podemos gritar autogol.

El reto es urgente por razones que apenas la semana pasada ilustró Plaza Pública. Francelia Solano publicó una nota basada en datos que muestran cómo Álvaro Arzú Escobar falseó información al decir que el 86 % de la población apoya al Ejército. Según la fuente consultada, para 2017 la confianza se acercaba al 36 %. Luego viene la metida de pata aleccionadora: a alguien en el medio se le ocurrió correr una encuesta en Twitter preguntando a los seguidores qué pensaban del Ejército: a favor o en contra. Recibió un 76 % de respuestas a favor de los militares. Era esperable. Aparte de que los seguidores de Twitter nunca son muestra representativa de la sociedad y de que las preguntas eran muy distintas, es fácil imaginar que los netcenteros entraron en masa a votar. Hecho el daño, Arzú Escobar se disculpa triunfante, pasándose entre los pies cualquier concepto de representatividad estadística: OK, no fue 86 %, sino 76 %. Casi oigo la risa socarrona. Aunque su educación política haya quedado incompleta, alcanzó para ganar con honores los cursos de falacias lógicas, manipulación informativa y demagogia.

Yo saco una lección particular pero contundente. El juego electoral no lo ganará el que mande al infierno a quien no comulgue con él. Lo ganará el que junte más votos. Sí, hay que ser limpios, que no es negociable. Sí, hay que tener principios ideológicos para no perderse en la política. Sí, hay que proponer políticas eficaces para hacer buen gobierno. Pero hay que juntar muchísimos votos y eso exige ser amplios.

Ilustración: Etiquetados (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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