¿Por qué el pelo?

Escribo esta nota al final de noviembre. Van 6 semanas de protestas en Irán detonadas por la muerte de la joven Mahsa Amini a manos de la llamada «policía de la moralidad» del régimen de Teherán.

La teocracia iraní insiste en aplicar radicalmente la sharía, la ley religiosa islámica, que entre otras cosas exige a las mujeres cubrirse completamente el pelo. Para asegurar obediencia cuenta con las «Patrullas de guía» —Gasht-e Ershad— un cuerpo de policía que para ello advierte, regaña, golpea y, ya se ve, también mata.

Los clérigos islámicos y sus truculentos implementadores no son los primeros ni los últimos en esto. Los judíos ortodoxos insisten en que las mujeres casadas se cubran el cabello. Y los católicos y evangélicos radicales hacen que se cubran el pelo al ir al servicio religioso.

¿Por qué tanta insistencia en el pelo? Consideremos el absurdo: un Dios todopoderoso, creador del universo, que fija las órbitas de los astros y escudriña hasta lo más profundo de nuestra conciencia, ¡se ofende por una colección de células muertas que él mismo ha creado y puesto donde lo ha puesto!

La explicación, por supuesto, es que el asunto no tiene nada que ver con el pelo. Si a los ayatolás les preocupara la exposición pública del pelo, hace rato tendrían a sus esbirros disparando gorras a la multitud de mujeres que protestan. En cambio les disparan balas. Prefieren verlas muertas que con la cabeza descubierta.

La desproporción del canje —vida por cabello— subraya que el negocio es otro. Lo que se juega trágicamente hoy en Irán, pero no solo allí, es otro canje: vida por control. Lo que los ayatolás, rabinos, curas y pastores no toleran es perder control sobre las mujeres. Esto es lo que concretan sus leyes, enseñan sus escuelas y reproducen creyentes padres y hasta madres en casa. Y el control de las mujeres es algo en lo que sí están dispuestos a gastar balas y vidas (de otras, claro).

El control solo cuenta si la víctima controlada cumple con lo que manda su victimario.

Pero sigo sin responder: ¿por qué el pelo? Entendido que el asunto no es el cabello en sí mismo, la respuesta es sencilla: porque se ve de lejos. El control solo cuenta si la víctima controlada cumple con lo que manda su victimario. Y, como con todo control, hay que abaratar el monitoreo tanto como sea posible. Verificar la convicción es difícil: ayatolás, curas, pastores, rabinos y el largo etcétera de clérigos masculinos, a diferencia de su(s) Dios(es), no pueden escudriñar las conciencias de las mujeres. Ante este problema usar un sustituto no es garantía, pero ayuda. Desde la edad de hierro apostaron correctamente a que si ellas hacen caso cubriéndose la cabeza, probablemente también están haciendo caso en otras cosas. Al menos hasta que las mujeres se hartan y, cubierto o no el pelo, dejan de hacer caso. Entonces toca matarlas, igual que se mata al perro doméstico que muerde. Y por las mismas razones ingratas.

Por supuesto, hay otras formas de conseguir resultados. Como obligar a aguantar un embarazo no deseado, aún existiendo los anticonceptivos, el aborto seguro o el riesgo de muerte materna. De nuevo, no es asunto de bebés o de salud. Es que, si estás barrigona, probablemente me has hecho caso en otras instrucciones que te mandé. Y todo siempre asociado con la religión, porque subvertir la conciencia y cultivar la culpa ablandan la disposición a cumplir. Hasta las más aguerridas pensarán dos veces antes de coger una bronca con el cosmos, ofender a la deidad o condenarse al fuego eterno.

El problema para los ayatolás (y el largo etcétera citado, al que lamentablemente debemos agregar padres y hasta madres e hijas piadosas) es que a veces se pierden en los medios antes que en su propósito. Toda la vida repitiendo el cuento lleva a creérselo también. Y así, el uso del velo se volvió en el objeto, cuando era apenas indicador de sumisión. Otros más vivos, aunque igualmente maliciosos, acertaron a reconocer que hoy hay otras formas de controlar. La Stasi de Alemania Oriental hizo un primer ensayo eficaz: teniendo suficientes archivos y espías no importa cuán indiferente aparentes ser: tu conducta te delatará. Y la tecnología lo simplifica y abarata. Ya lo dirá el régimen chino contemporáneo, donde masculinidad, cámaras y software se combinan espectacularmente para controlar a todo mundo. Hasta que la gente se harta y deja de hacer caso. Entonces toca matarla, igual que se mata al perro doméstico que muerde. Y por las mismas razones ingratas.

Ilustración: Una sombra insistente (2022, basado en imagen generada por Dall-E)

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