El parasitismo, dice Poulin, es una relación cercana entre especies, donde un organismo —el parásito— se adapta estructuralmente para vivir sobre o dentro de otro —el hospedero—, causando a este algún daño. Cita Wikipedia al entomólogo E. O. Wilson: los parásitos son depredadores que consumen a su presa en unidades de menos de una a la vez.
Sin embargo, salvo por referirse al nexo entre especies distintas, la definición sirve también para entender algunas relaciones entre humanos. Considerando nuestro desarrollo, al menos desde el inicio de la agricultura, no sería descabellado sugerir que los ectoparásitos más significativos del ser humano son otros humanos. Quizá hasta sean los más frecuentes, aunque asegurarlo exigiría comparar con piojos, pulgas y ácaros.
Vayamos más lejos. Podemos modelar al feto como parásito de la madre y lo mismo vale más ampliamente entre hijos y padres. Y muchos hombres parasitan a las mujeres con quienes se relacionan, empezando por su pareja. Pero se trata de circunstancias derivadas de la reproducción de cualquier especie sexual. Siendo generosos, al menos en términos de los fines reproductivos, tales relaciones podrían ser modeladas como casos de comensalismo (uno aprovecha al otro sin dañarlo) y, si todo va bien, como simbiosis (ambos se benefician de la relación). Me gustaría creer que cónyuges, padres e hijos sacamos beneficios de nuestra relación mutua y que el parasitismo en una familia disfuncional implica deterioro de ese ideal.
En la relación entre clases la cosa es más complicada. O quizá más sencilla: con frecuencia, por no decir siempre, las élites parasitan al resto de la sociedad. Cumplen los criterios, pues: a) están adaptadas para ello, b) lo hacen de forma continuada y c) su acción va en desmedro de sus presas. Y para ello usan estrategias propias de otros parásitos.
Con frecuencia, por no decir siempre, las élites son parásitas del resto de la sociedad.
Así, en algunos casos las élites recurren a la castración parasítica y controlan la reproducción. Es lo que ocurre en sociedades patriarcales cuando se controla quién puede tener hijos y cómo evitarlos. Tienden a favorecer la disponibilidad de mano de obra barata para sí mismas, a costa del bienestar de las madres y comunidades que la producen.
En otros casos aplican el parasitismo directo, como en el despojo de lo que produce el trabajo de otros. Podemos modelar lo que Marx llamaba extracción de plusvalía como las interacciones en redes tróficas que estudian los biólogos para entender cómo unas especies toman energía de otras.
Practican también el parasitismo por vectores. Como el Plasmodium que se sirve del mosquito para entrar en la sangre de sus víctimas maláricas, vemos en Guatemala cómo las élites económica y política aprovechan a Ángel González —vector de la TV—, a Cash Luna —vector de la fe—, y hasta a serviciales académicos que reescriben la historia1, para inyectar una prédica de indiferencia y confusión ante la corrupción y cuando destruyen las instituciones de justicia. Chupóptero describe muy bien a algunos, en más de un sentido.
Incluso exhiben las élites el parasitoidismo. Hay peculiares avispas que siembran sus huevos en algunas orugas para que, al eclosionar, se las coman por dentro hasta morir. Igual en distintos momentos de la historia algunas élites han dado a sus hijos a ser amamantados por nanas que podrían mejor alimentar a los suyos propios. Y hasta la fecha vemos incontables hogares donde, cuando papá y mamá salen a trabajar, una mujer analfabeta cuida que los chicos hagan las tareas de la escuela, mientras sus propios hijos carecen de acceso a una educación con calidad.
Finalmente, el rasgo de algunos parásitos es inducir en sus hospederos cambios de conducta que maximizan la supervivencia y reproducción del parásito. En un ciclo de vida literalmente alucinante el Dicrocoelium dendriticum, parásito del ganado, en su fase larvaria infecta a las hormigas. Luego, a través de neurotoxinas las induce a subir imprudentemente a la parte alta de la hierba. Allí son comidas por ovejas y vacas, que son el hospedero de su fase adulta.
De forma parecida el Homo sapiens de élite usa medios, iglesias, educación y redes sociales para inducir en su víctima, el Homo sapiens de clase media —aunque esté atorado en el tránsito, gaste en colegio privado y carezca de seguro de salud— la alucinación de que hacer lo que le dicen, vivir sin criticar, denostar a la Cicig, votar por gente como Alejandro Giammattei o Zury Ríos y reelegir al partido Unionista en la Municipalidad de Guatemala le conseguirá —por misteriosos mecanismos que no alcanza a identificar— el bienestar que nunca llega.
Ilustración: Paseando sobre la economía (2022, generado por Dall-E)
Notas
1 Entrevista a Carlos Sabino, minuto 1:48:21