[audio src="https://mx.ivoox.com/es/para-presidir-estado-perverso-20200729_md_54448297_wp_1.mp3"] <a href="https://mx.ivoox.com/es/para-presidir-estado-perverso-20200729-audios-mp3_rf_54448297_1.html" title="Para presidir el Estado perverso - 20200729">Ir a descargar</a>
Demos un paseo por el universo paralelo. Imagine que se celebra un encuentro de líderes empresariales con el presidente de la república.
Con la imaginación echamos un vistazo al salón. Se ha dado cita el quién es quién empresarial. En el sitial de honor está el presidente, vestido con la indumentaria típica del sector: traje sastre y corbata.
Toma la palabra Jorge Briz, segundo vicepresidente del Cacif. Como líder perenne de la Cámara de Comercio, es una auténtica autoridad ancestral entre los empresarios. La reunión fue organizada para tratar asuntos de comercio electrónico, pero Briz aprovecha para tocar un tema que le preocupa: «presidente, necesitamos relajar la cuarentena, que nos está matando el comercio».
El presidente estalla en cólera e interrumpe a Briz. Le reprocha que no está allí para escuchar «una sarta de inconsistencias» cuando claramente los números indican que debe prevalecer el criterio de salud pública sobre el interés comercial. «Seguramente», replica Briz, agachando la cabeza mientras aguanta parado la amonestación.
Absurdo, ¿verdad? Ni en cien años esperamos ver tal escena. Y sin embargo, cambiando los actores, es exactamente lo que ocurrió la semana pasada: para algunos casos, el presidente piensa que su mandato incluye el permiso de regañar a los ciudadanos. Y no a cualquier ciudadano, sino a aquel que ya posee liderazgo y representación de otros.
Con 59 minutos de civilidad no se desquita 1 minuto de abuso. Es precisamente ese minuto el que revela de qué se trata la conversación, porque subraya los límites de lo permitido.
La salida de tono del presidente en su reunión con líderes indígenas de Comalapa no es un incidente sin importancia. Menos aún una excepción. Contrario a lo que afirma Pedro Trujillo en ConCriterio, hablar no es como hacer contabilidad: con 59 minutos de civilidad no se desquita 1 minuto de abuso. Es precisamente ese minuto el que revela de qué se trata la conversación, porque subraya los límites de lo permitido.
Lo que el presidente hace al maltratar verbalmente a un líder indígena es poner mojones: igual que cuando ataca a un periodista que hace su trabajo investigativo o remata contra la Procuraduría de Derechos Humanos, marca los vértices que delimitan el Estado que él gobierna. Y, como el perro, que solo orina las esquinas, no hace falta buscar pleito todo el tiempo: solo cuando cuenta.
Por eso usted no ve al presidente despotricar contra los líderes religiosos que se entrometen en la educación ni lo ve regañar a la élite empresarial cuando contraría las obvias necesidades de salud pública de la pandemia. Tampoco arenga enojado contra generales y coroneles del Ejército, a pesar de la extendida corrupción en esta institución. Todos ellos están plenamente dentro de los límites del coto encargado a Giammattei, dentro del Estado perverso. Pero como es un Estado de medida enana no da para incluir indígenas, así como tampoco da para incluir justicia.
Para nosotros, ciudadanos, el asunto es como el juego de unir los puntos. Y no hace falta un doctorado en ciencias políticas para descifrar el dibujo. Así como alcanza con seguir los números para dibujar la imagen, aquí basta preguntar: ¿a quién recrimina Giammattei y a quién no toca?, ¿quién queda dentro y quién fuera de la frontera que marcan sus exabruptos, si eso fueran?
Seis meses de gestión lo dejan claro, por si 20 años de campaña no lo hubieran hecho. Dentro de su frontera está un conjunto al que sirve con fidelidad desde el primer día: élite empresarial, cúpula militar, legisladores vendidos, iglesias-empresa con nexos en el Norte e intereses mineros, por contar nomás los obvios. Más importante es quién queda fuera, quien debe ser excluido: indígenas organizados que no callen y obedezcan, gente que reclama derechos humanos, quienes buscan reformar el sistema judicial y hasta una exministra de salud y diputada a la que Giammattei intenta infructuosamente descalificar a punta de mansplaining.
Si los linderos le parecen conocidos es porque ya los hemos visto antes. Giammattei marca los mismos confines que delimitó Pérez Molina. Es la misma frontera que consolidó el siempre traicionero Jimmy Morales. No se engañe, aquí no hay imprudencia, aquí no hay exabrupto. Aquí lo que hay es otro perro guardián, otro capataz que sale a hacer la ronda de la cerca para evitar que a la finca se entren esas molestas raposas: la democracia y la justicia.
Ilustración: El loro verde (1886), de Vincent Van Gogh.