Para conservar el empleo

El Ministerio Público y la Cicig volvieron a dejar claro que la vieja Guatemala está podrida hasta el fondo.

Casi no es noticia el número de gente en prisión o pendiente de captura por ser parte de la mafia que organizó Alejandro Sinibaldi. Pero aún es notable la variedad de funcionarios, empresarios, gerentes y gente de a pie involucrada.

Un caso en particular despertó mi interés. Un bodeguero de Sinibaldi hecho dueño de empresas de cartón testificó que su superior inmediato le mandaba firmar cheques en blanco y que él obedecía para conservar el empleo. Como castigo recibió tres años de prisión. O quizá por testificar recibió solo tres años de prisión.

Es el hijo del pueblo. En su ambivalencia moral se mueven tantos. Por un lado aplaudimos la persecución —todos gustamos de una historia en la que el arrogante recibe su justo castigo—, pero por el otro encontramos excusas, siempre razonables, a las propias y persistentes trampas.

Sinibaldi no debió buscar demasiado para encontrar quien lo apañara. Grandes empresarios de la telefonía y de la construcción, políticos y funcionarios, gerentes y empleados, secretarias y bodegueros, todos dispuestos a echar por la borda algún valor para cobrar su tajada, conseguir algún beneficio o simplemente conservar el empleo.

Vale preguntarnos si basta con seguir igual, detectando e investigando mafias, capturando criminales al por mayor. El comisionado Velázquez piensa que no. Pide tomar en serio la reforma del sistema de justicia, sin la cual no será posible dar buen punto final a los procesos de tanto encartado.

Difícil no darle la razón. Habiendo creído en 2015 que era importante conservar las instituciones, tiendo a pensar cada vez más que hace falta que arda Roma, derribar y reconstruir desde abajo todo el entramado de propósitos, valores, instituciones y poderes en este amasijo que llamamos Guatemala.

Esto cae mal. Por un lado, un exfiscal que ha trabajado con esfuerzo por hacer justicia desde dentro del sistema me recrimina que solo pide que arda Roma quien lo tiene todo resuelto. Pero ¿qué perdería el que no tiene nada resuelto con tumbar este engendro? ¿Acaso hay justicia, educación, salud, carreteras, instituciones que valgan en Tajumulco? Y si hoy dejara de operar toda la institucionalidad, ¿dejarían de tener justicia, educación, salud, carreteras o instituciones? Allí, como en otros mil Tajumulcos, ya sobreviven sin Guatemala.

Por el otro lado está la élite bienintencionada. Clasemedieros y, sobre todo, hijos del dinero que quieren (¿queremos?) mejorar lo que se tiene. Con la venia de la Embajada de los Estados Unidos y sin sobresaltos. Fortalecer las instituciones, invertir más, hacer buenas políticas, abrir el sistema. Eso sí, manteniendo los privilegios y repartiendo los costos de la mejora a otros. Dios guarde que toque cargar con toda la cuenta, aunque los beneficios hasta aquí hayan sido solo nuestros.

Tiendo a pensar cada vez más que hace falta que arda Roma, derribar y reconstruir desde abajo este amasijo que llamamos Guatemala.

Así, resulta que entre el bodeguero cómplice, el profesional urbano, el comprometido exfuncionario, este columnista y el joven empresario reformista no hay tanta diferencia. Ninguno quiere perder el empleo. Queremos algo nuevo y mejorado, pero sin renunciar a lo que hoy tenemos, sin dejar de ser lo que somos. Queremos seguir haciendo negocios como siempre, con una flexibilidad ética que ni siquiera reconocemos como problemática. Queremos seguir teniendo conectes en la administración pública. Queremos votar por los Pérez Molina y los Jimmy Morales como las opciones menos malas, pero luego no cargar con un ápice de responsabilidad. Y encima, sentirnos víctimas. Queremos apoyar, una vez más, a partidos establecidos a cambio de un puestecito, una cuota de poder local, un ciento de láminas, cualquier cosa. Queremos recibir algo de plata aunque sea por firmar cheques en blanco. Queremos justicia, pero sin correr el riesgo de que persigan a los nuestros, sin admitir la jurisdicción indígena. Somos —todos juntos y cada uno— un sí pero no.

De modo que sí, que arda Roma, que arda Guatemala. No como la Venezuela incompetente con que algunos cínicos espantan a otros más simplones que ellos, que se derrumba como un sueño fallido del que toca despertar. Debe arder la Guatemala cuasi liberal, esa que soñaron los cafetaleros de 1871. Debe arder la Guatemala de quetzal y fusil en la bandera, la Guatemala del criollo, con ladinos e indígenas puestos cada uno en su sitio. Debe arder la Guatemala donde comunista y neoliberal siguen siendo insultos, no posiciones políticas. Debe arder la Guatemala de presupuesto exiguo, de ciudadanos que no pagan impuestos, pero que igual quieren servicios. Debe arder la Guatemala que condenamos, pero que seguimos sin rechazar.

Ilustración: No te atrases (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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