Para bien juzgar: el que mata pierde

Saque su brújula moral, dele una lustradita y póngase a calibrar.

Nos pasamos la vida procurando determinar qué está bien y qué está mal. No es fácil. Ante los sucesos del día y las noticias que nos sorprenden, ¿cómo saber quiénes son los buenos y quiénes los malos?

Lo que hace bien por un lado puede tener consecuencias negativas por otro. Lo que unos juzgan positivo otros lo ven con malos ojos. Quien una vez hace bien otra podrá obrar mal. Así, el oro de una mina da dinero para construir escuelas, pero contamina las aguas. Zury Ríos defiende la inocencia de su padre, pero a la vez promueve con vigor los derechos reproductivos de las mujeres. Y mientras los más conservadores la critican por promover los anticonceptivos, otras la aprecian precisamente por ello. Es difícil encontrar un norte que sirva para juzgar con claridad cada caso.

Sin embargo, algunos temas tienen bordes más claros y ayudan a encontrar las lindes entre lo bueno y lo malo en otras áreas. La vida y la muerte marcan una de tales fronteras. Me explico.

Usted está vivo. Si es creyente cristiano —como la mayoría aquí—, supone que hay un más allá donde gozará o sufrirá eternamente, dependiendo de cómo se porte. Pero en el fondo no tiene certeza al respecto. ¿Cómo podría tenerla? Por eso necesita la fe. Lo mismo el ateo. Hay bastante evidencia para pensar que esta vida es lo único con que contamos. Sin embargo, mientras estemos vivos ¡quedará espacio para la duda! Aun sin entrar en debate podemos todos sacar una lección: para fines prácticos, la mayoría tenemos razones para ver la vida propia como un bien muy apreciable. Hasta el suicida, que, justo por ver tan devaluado ese bien, decide que ya no merece la pena.

El corolario es que quitar la vida es hacer un mal muy grande. Si usted me mata, quizá me mande al paraíso. Pero no nos consta a ninguno de los dos. La única certeza es que el que mata quita allí mismo a otro un bien que en ese momento aprecia mucho. De ahí que, si hubiera una lista de reglas para hacer juicios morales, la primera sería esta: el que mata pierde. Pocas cosas más claras en el hogar, la sociedad y la política: el que mata pierde.

Veamos qué tan bien funciona nuestra regla para juzgar situaciones. Primer caso: la masacre de caricaturistas del Charlie Hebdo en París. ¿Quién mató? Los radicales islamistas. ¡Pierden! Sí, pero es que los caricaturistas se burlaron de Mahoma, argumentan. Es «normal» que la gente reaccione —incluso con violencia— si le ofenden su religión, comenta el papa, equivocado. Pregunto: ¿y quién murió? Así que, sencillo. Los islamistas mataron, perdieron la jugada. Aunque pudieran estar ofendidos, ellos son los malos. Sin excusas ni pretextos.

Segundo: juicio a Ríos Montt. ¿Quién mató? El Ejército, a montones y con saña. ¡Pierden! Sí, pero eran guerrilleros, dice el abogado defensor. El Ejército lo hizo por librarnos del comunismo, justifican otros —aunque más lo hayan hecho por defender privilegios—. Qué bonito. ¿Y quién está muerto? Podría decirme usted que el juicio es para determinar si fue genocidio, nada más. Claro, pero usted y yo no estamos aquí para eso, que ya lo decidirán —bien o mal— los tribunales. Usted y yo lo que necesitamos es calibrar nuestra brújula moral, decidir a qué causas vale adherirnos, a quiénes hacer caso. Y para eso ya tenemos un buen indicador.

Para terminar, por si se le había olvidado: Erwin Sperisen y su gente de la Policía en tiempos de Berger. ¿Quién mató? La gente de Sperisen. ¡Pierden! «Sí, pero con eso nos libraron de mareros y criminales». Ajá. Que nunca —entiéndalo— nunca más podrán hacer nada, ni bueno ni malo, ni dulce ni amargo. ¡Puf!, los aniquilaron. Como a los ixiles durante la guerra, como a los caricaturistas franceses, como a los estudiantes de Ayotzinapa, como al vecino anónimo muerto por robarle un celular, como a las víctimas del Boko Haram en Nigeria, como a la niña linchada. Como a los quemados en la Embajada de España, cuya memoria debió esperar 35 años para que se les hiciera justicia. En eso radica la maldad. Es por eso que pierde irremediablemente el que mata, porque quita a otro toda oportunidad de hacer algo más, de corrernos el riesgo de hacer bien.

Así que saque su brújula moral, dele una lustradita y póngase a calibrar. Deje de apostar a las malas causas y a la gente que hace mal. Hay tanto bien por hacer.

Original en Plaza Pública

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