Paaadrenuestro questás en los cielos

Esta insistencia en los símbolos en la proclama del rito patriótico representa un nuevo y tóxico padrenuestro de evasión.

De joven fui bastante religioso. Me gustaba el rito católico, que en latín, dorado e incienso empaca con elegancia un par de milenios.

Criado en el hogar de un católico sin misa y de una agnóstica, me resulta obvio ahora que la rebeldía adolescente saliera por el conservadurismo espiritual. A las preguntas existenciales que nos planteamos de chicos agregue la culpa, que tan eficazmente aprovecha la Iglesia en camino a captar adeptos.

No faltaban dudas, claro está, pues la convicción era un esfuerzo deliberado más que afectivo. Y saltaban a la vista las inconsistencias entre lo dicho y lo hecho, entre la historia contada y la práctica real. Pero ante la duda la religión tiene una poderosa respuesta: ¡reza, ora! Y así me lanzaba al rezo corrido del rosario: «Paaadrenuestro questás en los cielos…». ¿Cómo funcionaba, cómo sigue funcionando esta fórmula? Sencillo: trate usted de multiplicar en su mente números de dos dígitos a la vez que canta una ranchera de Vicente Fernández, por ejemplo. No se puede. Nuestra atención es de banda estrecha, y basta que nos comprometamos con una tarea rítmica y melódica para que nuestro cerebro abandone exigencias como las del cálculo matemático o, más genéricamente, las funciones racionales. Igual da que sea con rezos repetitivos o entornando los ojos y levantando las palmas al cielo murmurando alabanzas. El efecto es el mismo: bloquear la trabajosa actividad de pensar por uno mismo.

Más allá de dar codazos a la religión, lo importante aquí es que el mismo fenómeno ocurre en nuestra vida civil y política. El año pasado lo experimentamos cuando miles de guatemaltecos, hartos de la corrupción, se reunieron en la plaza central. Cantar el himno nacional a todo pulmón sirvió para afirmar la unidad. Pero lo consiguió —no se engañe— a base de ahogar las dudas que cada uno entretenía en su mente desde posiciones encontradas: conservadores, radicales de izquierda, hijos de militares y vecinos sin afiliación política aquietaron sus dudas en el equivalente melódico de un «paaadrenuestro questás en los cielos…». No estaba mal, me apuro a agregar, pues era lo que necesitaba el momento: unidad.

Pero ahora ya no estamos en esas. Ahora toca reflexionar, planificar, organizar, movilizar, ejecutar, que son las tareas grises de la administración política e institucional. En el Gobierno toca decir y hacer las cosas que no queremos oír ni ver —como que hay que pagar más impuestos, cambiar leyes que duelen y echar gente mafiosa— si el Estado ha de encaminarse en una dirección nueva. Sin embargo, desde la presidencia de Jimmy Morales emana una preocupante insistencia en las formas rituales. ¿La receta en una cita con empresarios? Jurar a la bandera. «Paaadrenuestro…». ¿Los planes de gobierno? «Hay (desafortunadamente así, mal escrito, en el mismo sitio web del Gobierno) de aquel que con ciega locura…». Y dale con el padrenuestro.

La interpretación generosa dirá que se trata de retomar una sana costumbre cívica. Como afirmó el mismo mandatario, es buscar la imagen que proyecta Hollywood, en que «sale 10, 20, 30 y hasta 50 veces la bandera de Estados Unidos y en todos los actos públicos se canta el himno nacional de Estados Unidos». Pinta un cuadro tierno pero ingenuo. Los símbolos —la bandera o el himno— siguen y denotan a la cultura —el patriotismo— más que al revés. De hecho, Estados Unidos no adoptó un himno sino hasta en 1916, 140 años después de fundado, pero igual consolidó su cultura política sin necesidad del artefacto musical. ¿Cree usted que por cantar el himno la gente se entusiasmará con un Estado que los ignora en el mejor de los casos o los maltrata brutalmente? Es al revés: la gente canta porque le entusiasma la idea del Estado que representa ese himno.

Una interpretación más suspicaz (y sí, me confieso cínico) sugiere que el asunto es más deliberado, que esta insistencia en los símbolos en la proclama del rito patriótico representa un nuevo y tóxico padrenuestro de evasión. Ante la falta de un plan de gobierno cante el himno y no quedará tiempo para preocuparse por ese defecto obvio. Ante la persistencia de viejos militares en la cúpula partidaria cante el himno y no le quedará tiempo para señalar. Cuando el presidente se rehúse a aclarar de dónde saldrá el dinero para pagar la cuenta del hotel cante el himno. Cuando le surjan dudas sobre la profundidad del lema «ni corrupto ni ladrón» ¡cante el himno! Láncese al padrenuestro. O, mejor dicho, ¡hakuna matata!

Original en Plaza Pública

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