Élites somos todos los que tenemos ventaja. Mientras más desigual la sociedad, más notable la distancia que guardamos con el grueso de la población.
Oligarquía, élites y empresariado son términos que con frecuencia se usan de forma indiscriminada. Pero ello confunde el pensamiento y la conversación, y sobre todo la política. Conviene hilar más fino para no perdernos, condenando donde no toca o excusando cuando hay más responsabilidad.
Oligarquía es un grupo muy pequeño de guatemaltecos que se identifican por linaje. Sobrevaloran sus orígenes europeos y se desvelan por un pedigrí detallado hasta la séptima generación, aunque el fundador de la casta haya sido un malandro de medio pelo. Son los que cargan a cuestas la maldición de un racismo ciego ante las ventajas de la diversidad, que les obliga a despreciar a la mayoría. Como parásito cabalga la oligarquía sobre el trabajo de todos, con más poder del que amerita su contribución a la sociedad, asumiendo menor responsabilidad de la que exige su pasado.
Élites somos todos los que tenemos ventaja. Mientras más desigual la sociedad, más notable la distancia que guardamos con el grueso de la población. Élites hay de muchos colores: gracias al esfuerzo de mis padres, un poco de suerte y otro tanto de trabajo, soy parte de la estrecha élite educada del país. Solo por involucrarnos en Plaza Pública, usted y yo nos declaramos miembros de la élite digital. Efraín Recinos fue miembro distinguido de nuestra élite artística. Y entre los indígenas, aunque sistemáticamente marginados en esta sociedad racista, también hay élites: los ancianos de la comunidad, o los que por herencia, esfuerzo o casualidad han accedido a la riqueza, el prestigio o el poder.
Empresario es el que vive del riesgo en los negocios. Dueño, inversionista o emprendedor. Agricultor, comerciante, industrial, financiero. Fabricante o artista. Los hay grandes, que atan negocios globales. Los hay pequeños, que con un par de empleados sacan hoy la tarea sin certeza sobre lo que vendrá mañana.
Pero es cuando reconocemos las intersecciones entre estas categorías que comenzamos a entender.
Hay una élite empresarial, que combina predominio y negocios, cierra tratos en Washington o Davos y, con mejor o peor intención, nos conmina al cambio. Pero entendamos (¡ellos y nosotros!): no son todos los empresarios. Quizá tampoco tengan ni la parte mayor de los negocios.
Hay también una élite oligárquica. Son los que mandan, los conservadores capi di tutti capi que siguen resistiendo con uñas y dientes cualquier cambio en el agro, la política y la justicia, añorando la finca y la ciudad colonial, aunque sus parientes más audaces les digan que ésa ya no es la jugada. Son los que con la amenaza de la exclusión alinean al resto de la familia.
Empresariado oligárquico es el que actualiza la riqueza rancia de la oligarquía. Sería encantador sentarse a tomar un brandy en la casa solariega, pero reconocen que alguien tiene que transmutar el esfuerzo campesino en dinero, y convertir el dinero de la finca vetusta en inversiones más rentables: tiendas y call centers, minas o hidroeléctricas.
Pero –y aquí está la clave– también hay empresarios que no son oligárquicos. En los entresijos de una economía imperfecta han encontrado su espacio y han crecido, así exista siempre la tentación por comprar un espacio en la oligarquía, ya sea con dinero o con un matrimonio. Hay también empresarios que no son de élite. Ya lo dirán tantos cooperativistas, invisibles aunque su sector comience a flexionar el músculo exigiendo un lugar en las juntas directivas, reclamando reconocimiento a su parte en la economía. Hay incluso empresarios cuyos negocios no son legales, pero igual son empresarios.
Quizá haya hasta oligarcas que no son de élite. Con un capital que se reduce a un apellido y poco más, andan como nobleza mendiga, aparentando lo que ya no tienen. Bien harían en dar una educación moderna a sus hijas, para que aprendan a valerse por sí mismas, en vez de seguir casándolas como si fueran reses.
Entonces, por favor, ya no nos refiramos al “sector empresarial” para hablar de la oligarquía y sus triquiñuelas. Necesitamos empresarios, pero los necesitamos por mérito, no por sangre. Tampoco equiparemos élite con empresariado, porque hay muchas otras formas de hacer méritos que no dependen de comprar barato y vender caro. Tener negocios no es igual a tener razón, y hay mucha gente que en este país se ha ganado el derecho a proponer lo que toca hacer. Aunque no tengan un ingenio, una finca o una fábrica a su nombre.